01 | Mi rata es una superviviente.

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Desde entonces, ella y su asquerosa cola de rata forman parte de nuestra vida diaria.

Me encantaría dejarla por aquí para que se perdiera, pero sé que mi hermana me mataría si le pasase algo. Creo que Petunia es su mejor amiga. Solo por eso, decido que seré buena persona. Bueno, y también porque no me gustaría que la encontrase algún alumno de biología y acabasen diseccionándola en el laboratorio.

Eso sería un poco sádico.

Así que cojo el móvil, le envío un mensaje a Blake y me echo la mochila al hombro. Decido no cerrar del todo la cremallera para que la rata no se asfixie, básicamente porque no quiero que mis cuadernos apesten a muerto. En cuanto mi hermana me dice que está en el aula de literatura, me pongo de pie. No pienso cuidar de este bicho durante todo el día.

Me sacudo los pantalones y me preparo mentalmente para salir ahí fuera, al exterior. Aunque la idea me intimida, no puedo quedarme aquí dentro para siempre. Tengo que ser valiente y enfrentarme a lo que hay allí. De otra manera, podrían castigarme por faltar a clase. Y no me gustaría pasarme el primer día de instituto castigado.

No necesito más horas de tortura.

Además, tengo que irme de aquí antes de que el señor Barney me encuentre y decida pegarme con una de sus fregonas.

De manera que, aferrándome a la poca valentía que me queda, cruzo la habitación. Ya estoy más que preparado para empezar, oficialmente, mi último año de instituto.

Sin embargo, justo cuando estoy a punto de tocar el pomo de la puerta, hay algo que me detiene.

Se está girando.

Alguien está intentando entrar.

Mierda, mierda, mierda.

De inmediato, noto que entro en pánico. Retrocedo hasta que me choco contra una estantería, que empieza a tambalearse violentamente. Ahogo un grito e intento que no se caiga. En mi mochila, Petunia se revuelve con nerviosismo. El corazón me va cada vez más rápido y no puedo apartar la mirada de la puerta.

No sé quién hay al otro lado. Pero, sea quien sea, seguro que no le gustará encontrarme aquí.

Inspecciono el cuarto muy deprisa. Enseguida localizo un armario que es bastante más alto que yo. No me lo pienso dos veces. Corro hasta él, lo separo un poco de la pared y me meto detrás para esconderme. Dejo la mochila fuera, en el suelo, porque no quiero aplastar a Petunia. Bajo mis pies, las baldosas están pegajosas y huele mucho a podrido.

Carraspeo. Me lloran los ojos. Seguro que hay un cadáver por aquí cerca.

Pienso seriamente en moverme de sitio. Pero ya es demasiado tarde.

De repente, la puerta se abre.

«Por favor, que no sean el señor Barney y su fregona...»

«Por favor, que no sean el señor Barney y su fregona...»

«Por favor, y por el bien de mi cara bonita, que no sean el señor Barney y su fregona...»

—Para, me haces cosquillas. —Se escucha una risita—. Gale, no seas tonto. Déjame... déjame cerrar la puerta.

Frunzo el ceño. Definitivamente, eso no ha sonado como el señor Barney.

Hay una pequeña ventana en la habitación, pegada al techo, que da a la calle. Gracias a la luz que entra por ella, puedo ver qué ocurre cuando abandono momentáneamente mi escondite para asomarme. Solo me hace falta sacar la cabeza para que el olor a podrido sea sustituido por un agradable aroma femenino.

Cántame al oído | EN LIBRERÍASWhere stories live. Discover now