Capítulo 10: El Observatorio.

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Kalie asoma la cabeza por la limitada abertura durante unos instantes, y luego se vuelve hacia mí, dando el visto bueno. Miro excéntrica como empuja la abertura, y se escurre al interior. La sigo tras unos dudosos instantes.

Lo primero que llega a mí cuando irrumpimos en la sala es el roce de la brisa vespertina en mis acalorados pómulos, y el dulce olor de los azahares. Muy por encima de nuestras cabezas se extiende una alta cúpula de cristal, formada por idénticos paneles triangulares transparentes, aparentemente irrompibles. La luz entra a raudales e inunda el lugar dando un aspecto muy bello, sumido en un resplandor color oro. Uno de los paneles ha sido suprimido con cuidado, para dar paso al hermoso cielo azulado; y por esa cavidad escapa un voluminoso tubo de metal que parte desde un lateral de la habitación. Cuando ajusto la vista, reconozco el objeto como un telescopio; un enorme telescopio hecho de acero.

Una gran ristra compuesta de diferentes árboles y flores, atraviesa de lado a lado el lugar, aromatizando agradablemente la estancia. Bajo los árboles y arbustos, césped, de aparente textura suave como el algodón, y un vivo color verde hoja cuidado con mano experta. El suelo en el que pisamos; de piedra, con profundos surcos entrecruzados que forman un dibujo. Un dibujo de una estrella de cinco puntas, encerrada en un gran círculo; sus puntas afiladas rozando tramos de la esfera que la mantiene presa. Lanzo una exclamación ahogada, y me llevo la mano al cuello, tomando el collar que siempre cuelga de mi garganta. Allí está, apenas tres centímetros de diámetro, la textura suave y familiar de la estrella de metal que nosotras mismas conseguimos. Bajo la mirada hasta la figura que se extiende bajo mis pies, mientras mi dedo índice traza la forma que ya podría dibujar de memoria. Ambas estrellas de cinco puntas, ambas rodeadas por un disco perfectamente simétrico, ambas idénticas.

Sonrío levemente y vuelvo a ocultar el colgante bajo mi camisa.

Un gruñido procedente de mi estómago se propaga en el aire, y me hace enrojecer violentamente. Kalie se vuelve hacia mí sorprendida.

—¿Qué ha sido eso?— pregunta, enarcando una ceja.

—Yo— admito, esbozando una sonrisa de medio lado— Tengo hambre.

—Nos hemos saltado la comida— replico, haciendo un puchero. Ella me mira divertida.

—No, tú te has saltado la comida— responde, poniendo mucho énfasis en la palabra “tú”. Kalie me hace una mueca divertida, mientras se sienta en el frío suelo.

Inspiro profundamente, el olor de las rosas frescas inunda mis fosas nasales. El suelo bajo mis pies brilla reluciente, nuestras siluetas se reflejan en él, algo distorsionadas.

—¿Y crees que me daría tiempo a picar algo de los restos antes del entrenamiento?—sugiero, dejándome caer en un banco de piedra. Bajo mi cuerpo, el escaño está rodeado de hiedra, con algunas flores de llamativos colores colocadas a intervalos.

Kalie tira de su manga para dejar a la vista su reloj de muñeca. Baja la mirada hasta él, y su sonrisa se borra repentinamente. Su rostro palidece de pronto, y se levanta como impulsada por un muelle invisible.

La miro dubitativa.

—¿Qué pasa?— pregunto, alzando una ceja.

Ella voltea a mirarme, y me muestra su reloj. Los números parpadean levemente. Por un momento no comprendo.

Después reconozco la hora que marcan.

—¡Las cuatro y trece minutos!— exclamo, alarmada.

Kalie asiente, mordiéndose el labio.

Ángel GuardiánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora