28. La historia de una mordida

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Las dos niñas corrieron persiguiéndose la una a la otra sin saber que cada vez más se adentraban en la reserva de Beacon Hills donde no deberían de estar jugando. La mayor de las niñas sacudió su cabello castaño y sus ojos verdes brillaron con emoción al ver el ciervo entre los árboles.

— Míralo, es genial —comentó con emoción, intentando acercarse más al animal, pero su prima la detuvo, agarrándola del brazo para evitar que diese un paso más.

— Scarlett, no creo que sea conveniente. Recuerda lo que la tía Sandra dijo, es peligroso meterse al bosque —dijo la otra, sus ojos cafés tenían un pequeño toque de temor al pensar que podrían castigarlas por desobedecer las simples reglas que les habían dado al permitirles salir a jugar.

Scarlett, quien era la mayor y más curiosa de las dos, resopló con un ligero deje de molestia.

— Payton, he estado aquí millones de veces. Nada va a suceder. Además, está este chico de mi clase que se cree lo mejor del mundo solo porque es el hijo de uno de los policías del pueblo. Como si eso lo hiciera más interesante —rodó sus ojos con molestia—. Yo solo quiero demostrar que soy más valiente que él, cosa que soy.

Payton, la menor de las primas, no pudo evitar pensar que era una tontería lo que su prima le estaba diciendo. ¿Quién demostraría su valentía al meterse a un bosque donde cualquier cosa podía salir de allí? No sabía mucho de los bosques de California, pero en las películas siempre mostraban a los osos comiéndose a las personas. Ella definitivamente no quería ser comida por un oso a sus casi once años de vida.

— ¿Y si nos ataca, no sé, un oso o un lobo? —preguntó temerosa.

Scarlett se carcajeó.

— No hay lobos en Beacon Hills, Payton —le informó.

— ¿No?

Scarlett negó con su cabeza.

— Nop. Al menos no en los pasados...cincuenta años o más —encogió sus hombros para restarle importancia al asunto y volvió a mirar el ciervo. Frotó las palmas de sus manos la una con la otra y sonrió—. Stilinski se va a morir de celos cuando vea que he conseguido la foto con el maldito ciervo.

— ¿No te había regañado el tío Alex por maldecir? —cuestionó Payton—. Juré que dijo que te haría poner un dólar en un tarro cada vez que maldijeras para quitarte esa mala costumbre.

La mayor de las niñas rodó sus ojos con exasperación. Quería mucho a su prima, de eso no había duda, era una de sus mejores amigas —teniendo en cuenta que en la escuela no tenía ninguna—, pero a veces le molestaba que fuese tan miedica para hacer las cosas. A Scarlett le gustaba la adrenalina, la osadía, los misterios. Disfrutaba de tomar riesgos, aunque su madre se pusiera histérica por tener una actitud tan volátil.

— Pues pondré un dólar en el tarro, gran pago —masculló—. Ahora saca la cámara y tómame la foto con el ciervo.

Sacó una cámara de su mochila y se la tendió a su prima. Payton observó el aparato con el ceño fruncido.

— ¿De dónde has sacado esto?

— La tomé prestada de la escuela —respondió.

Payton no recordaba que en la escuela prestaran los pocos artefactos tecnológicos que tenían. En especial cuando se refería a las cámaras y a las computadoras. Esas estaban fuera de los límites. No le prestarían la cámara a Scarlett teniendo en consideración que apenas había entrado a sexto grado.

ENEMY FLAMES ▲ TEEN WOLF   ➂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora