23. Fue tu culpa

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Payton se reunió conmigo en la habitación unos minutos después de que yo volviera de la de Scott y Stiles. Su semblante había cambiado por completo. Estaba sorprendentemente callada y parecía estar en medio de un pequeño trance cuando se dirigió a su mochila y la abrió, pero no sacó ninguna prenda de ella. Solo se quedó mirándola fijamente sin moverse.

— Payton, ¿estás bien? —pregunté con un pequeño deje de preocupación.

Mi prima parpadeó varias veces antes de mirarme, ladeando su cabeza un poco como si no comprendiese por completo mis palabras.

— ¿Qué? —pronunció.

— Te pregunté si estabas bien —le dejé saber.

— Ah, sí, estoy bien. Solo...voy a tomar una ducha —murmuró todavía luciendo perdida entre sus propias palabras. Se encorvó sobre su mochila y agarró su ropa para dirigirse al baño—. Oye, Scar, ¿podrías traer toallas nuevas? Estas apestan a nicotina.

Miré la pila de toallas en una de las mesas y asentí, dejándole saber que lo haría, aunque no me agradaba del todo tener que bajar a la recepción sola en este motel. Después de todo, era lo menos que podía hacer por Payton luego de que ella pasara tanto tiempo cuidando de mí. Agarré las toallas y salí de mi habitación con mi teléfono en mano.

Tarareé una canción como método de distracción para no enfocarme en lo mucho que me aterraba el caminar por los pasillos vacíos del motel. Era demasiado espeluznante y tétrico, por lo que caminé hacia la recepción de forma apresurada. Al llegar allí me encontré con Lydia. Ella también cargaba toallas en sus brazos.

— La tarjeta del tocador dice que la habitación es para no fumadores, pero todas nuestras toallas apestan a nicotina —la escuché informarle a la señora de la recepción en forma de queja.

— ¿Las tuyas también? —pregunté con el entrecejo hundido.

Lydia volteó a verme y asintió.

— Sí, vengo a cambiarlas —me dijo.

— Yo también —comenté, colocando la pila de toallas sobre la encimera.

La señora volteó a vernos y casi dejo salir un grito ahogado al ver que ella tenía una cánula por la cual respiraba. Ya está, me voy de este maldito lugar y jamás volveré. Me bastaba con la apariencia tétrica del lugar como para que también me pusieran a una vieja que parece sacada de película de terror.

— Lo siento, cariño —habló la señora con voz ronca.

Aparté mi vista del cuerpo de la señora y la fijé en la pared donde había un marcador de tres dígitos: 198. Fruncí mi ceño con un poco de confusión y la curiosidad picó mi sistema, queriendo saber qué era el conteo de ese marcador.

— ¿Qué es eso? —pregunté, señalando el marcador—. Ese número.

La señora giró su cabeza para poder verlo y luego volvió a fijarse en nosotras, apoyando su codo en el otro lado del mostrador mientras nos miraba como si fuese algo completamente normal de lo que no había porqué preocuparse. Su actitud verdaderamente incrementó mi preocupación, mi miedo y mis ganas de que la noche se acabara.

— Es algo interno del motel. Mi marido insiste en mantenerlo —comentó, su voz áspera me ponía los pelos de punta.

— ¿A qué se refiere? —interrogó Lydia.

— Es algo morboso, sinceramente. ¿Seguras que quieren saber? —nos preguntó sin cambiar en ningún momento la expresión de su rostro.

Lydia y yo intercambiamos una mirada. Pude ver la determinación en sus ojos verdes y asentimos, coincidiendo en nuestra decisión final. Nuestra curiosidad e intriga de saber lo que ocultaba este motel era más grande que el terror que pudiésemos sentir, aunque la realidad era que también habíamos visto demasiadas cosas morbosas como para espantarnos.

ENEMY FLAMES ▲ TEEN WOLF   ➂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora