17. En bandeja de oro

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—Les he traído la cena —enunció el sujeto.

La princesa sonrió serena, dando un hondo respiro para apaciguar su ápice de rebeldía que quería explotar en cualquier momento.

—Lo siento, padre —enunció, llamando la atención del gordo que miraba atento al plebeyo que arrastraba una mesa algo destartalada, con dos grandes bandejas de oro con su respectiva tapas. El rey enseguida volvió a ver a su hija—. Siéntate por favor. —Le indicó Evereth, señalando el asiento. Liado, Bartolomé asintió para luego ocupar su debido lugar.

La princesa se ubicó justo a su diestra, en el asiento que había ocupado el mozo que la acompañaba.

El rubio, apenas llegó al costado izquierdo del comedor con las bandejas, dio una exagerada reverencia al rey quien confundido le miró de pies a cabeza, tratando de averiguar lo que se traía entre manos.

—¿Y este quién es? —preguntó, señalándolo con desdén.

—Mi nombre es Riv, su majestad —respondió, asintiendo en breve—. Llegué hace poco al reino en busca de una oportunidad de trabajo la cual, la princesa Evereth, me ha dado.

Enseguida el rey se giró hacia su hija, con los ojos abiertos de par en par.

—¿Es eso cierto?

—Lo es, padre —contestó sonriente la aludida, viendo hacia el rubio quien le miraba con disimulada picardía.

—Espero no sea para algo más —acusó Bartolomé al notar las miradas que se mandaban.

La princesa rio entre dientes por las palabras de su padre quien para nada le gustó; lo estaba desafiando de nuevo y esta vez no se iba a dejar manipular por sus berrinches.

Perdiendo esta vez la poca paciencia que le tenía, golpeó la mesa con ambos puños, viéndola iracundo. La joven de inmediato dejó de mirar al rubio para reparar en el rey.

—Te dije algo y tú sigues, Evereth. ¡Ya basta! Me estoy hartando de ti —exclamó, salpicando saliva sin querer.

Aunque por unos segundos se mostró sorprendida por cómo le habló, ese semblante cambió a seriedad y luego se tornó en odio cuando le profirió esas últimas palabras.

Lo que no la dejó dormir durante toda la noche se estaba cumpliendo; su padre pronto le buscaría remplazo y a ella la mandaría a un lugar donde no estropeara su planes. Si, su padre se estaba cansando de su presencia; que bueno que tomó medidas al respecto.

—Ahora —habló un poco más sereno, dando una honda inhalación para luego enfocar al plebeyo quien no se había movido de su lugar, esperando instrucciones para servir la cena—. Ve por la princesa Anea, que venga a cenar, ya no tiene por qué esconderse, ya todo el mundo sabe de nuestro compromiso.

—¿Recuerdas padre las lecciones que me dabas de ser una excelente reina? —cuestionó Evereth cambiando el tema, haciendo que su padre le mirara confundido.

—¿Eso qué tiene que ver ahora? —preguntó, posando ambas manos sobre la mesa, esperando que la poca paciencia que se guardaba no se desvaneciera con cualquier cuestión estúpida que su hija le planteara.

—Alguna vez me dijiste que para reinar a veces se necesita entrar en guerra para conseguir lo que queremos ¿no es así? —explicó, jugando con su oscuro cabello mientras veía sonriente a su padre.

Bartolomé ya entendía a qué punto quería llegar.

—Si otra vez estás con tus ganas de ir a una guerra que no es tuya, te advierto que...

—Shh —chistó su hija, inclinándose hacia adelante para posar su dedo índice en los labios de su padre—. No discutiré lo que ya me dejaste en claro. —Sonrió, fingiendo estar serena—. Sólo quería saber si eres consciente que preparaste a una verdadera princesa para cumplir sus propósitos como reina.

El mensaje de los Siete [IyG II] ©Where stories live. Discover now