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Por la tarde Laurie salió del hospital, arrastrando los ojos en el suelo, intentando cubrirse el rostro por reflejo al ver a todas las personas que esperaban amontonadas a los costados del coche. Flotaban a su alrededor luces disparadas a causa de las cámaras acosadoras tras sus espaldas, mientras que Michael intentaba no dar demasiado de sí mismo en cada paso apretado y expectante para todos los presentes. Ella se apoyaba de su mano, de los apretones que le indicaban caminar un poco más rápido, de la presión que sus dedos podían ejercer sobre los suyos y la terrible preocupación de volver otra vez a los mismos dolores en el pecho. El viaje fue mínimo hasta su edificio, donde alguien desconocido había irrumpido en su departamento por orden de Michael para reunir todas sus prendas de ropa y aprisionarlas juntas y dobladas limpiamente en una de las pocas valijas que poseía. Siete autos iban a sus alrededores, ya fuera delante, detrás o en los carriles de los costados al que les correspondía a ellos.

Laurie se recargó en su hombro queriendo no escuchar los rumores del exterior, que eran mínimos los ruidos a causa de las ventanillas y el blindaje del elegante auto negro donde todos excepto Michael eran desconocidos. Él le pasó un brazo alrededor de los hombros como quien protege lo que tiene que proteger, dándole oportunidad de sentir el calor de su cuerpo más internamente. Anduvo Laurie en tierra de sueños no más de dos minutos cuando su propia mente le obligaba a despertarse de golpe y ser tranquilizada por la respiración suave de sus pulmones. Se alegraba hasta la euforia de saber que Michael vivía, que su corazón latía, verlo de reojo y descubrirlo distraído, a veces abatido, a veces tan feliz y tranquilo, otras muy pocas agitado, con los labios rojos y brillantes, el cabello desordenado, las manos inquietas que le rogaban por otro beso más gentil que el anterior.

La puerta del coche se abrió con un murmullo de chirrido. El viento cálido le golpeó la mejilla de un lado mientras el otro se mantenía unido al cuello de él. Michael seguía despierto y callado, hasta que le susurró que era hora de bajar, que ya habían llegado a su destino. Laurie abrió los ojos cegada por su propia oscuridad hasta que alcanzó a ver las luces de la mansión a varios metros de distancia junto a otras personas esparcidas en el pasto que hablaban y decían cosas sin sentido al aire. Él tomó su mano y sin soltarle apearon el coche. Entre sueños y despertares ella volvió a mirarle sin que se percatara de ello y con los ojos entrecerrados le pareció más guapo que nunca antes. Aire cálido rozó su piel al entrar en la casa y el sueño se esfumó con aquellas luces tan tenues y vacilantes de estar prendidas en realidad. Vio la decoración que ya otras veces había ojeado pero nunca revisado con tanta minuciosidad entre el poco tiempo que tenía para hacerlo. Subieron la escalera, Michael todavía no pronunciaba palabra. Estaban cerca del corredor donde todas las habitaciones se repartían y fue entonces que sintió el leve roce de su hombro en su mejilla.

—No sé en realidad cómo decir esto, pero... —comenzó a murmurar cuando ambos estaban de pie en el pasillo que llevaba a su habitación—... necesito estar al pendiente de ti, y no sé si prefieras un walkie-talkie para comunicarnos en habitaciones diferentes o...

Su débil discurso se cortó de golpe, sustituido por una sonrisa tímida y las mejillas coloreadas mágicamente de un rojo suave y adorable. Titubeaba su acento y buscaba las palabras exactas para decir lo siguiente.

—¿O? —preguntó Laurie, esbozando una sonrisa de comprensión.

—O te quedas conmigo.

No pudo evitarlo, Michael se cubrió el rostro con ambas manos riéndose silenciosamente, encogiéndose en sí mismo como siempre le acechaba la timidez. Laurie tomó sus dedos con delicadeza, deslizándolos hacia abajo para lograr verlo en absoluta vergüenza. Ella se rio junto con él porque la viscosidad de su risa era como exponerse a la radiación.

—De verdad no quiero molestarte. Voy a estar bien.

Susurró ya con las puntas de los pies en cúspide con el suelo, cerca de sus labios. Deseaba tanto otro beso.

—Ok.

Respondió cerrando los ojos y dejándose llevar por la tentación que había estado presente desde el principio. Michael no podía obligarle a quedarse en la misma habitación, ¡qué idiota se sentía!, ella era de todo menos una molestia. De todas formas logró olvidar aquel bochorno con la danza de su boca, de sus abdómenes juntos que ni siquiera una hoja de papel podía separar. Amaba aquella sensación de nunca tener suficiente de ella, pero sentirse demasiado, demasiado dichoso como para protestar al respecto. Sostuvo su carne entre los dedos antes de darse una última absorbida cerca de la mejilla, y con los ojos abiertos hicieron el amor como otras veces, sin necesidad de estar desnudos, de tenerse unidos tan prontamente. El amor los hacía cada vez que se miraban.

Laurie eligió la habitación de al lado y mientras dejaba la valija debajo de la cama, Michael le enseñaba brevemente a utilizar el walkie-talkie que se encontraba a un costado de la lámpara. Decir cambio cuando terminara un mensaje. Eso y que él tendría el suyo todo el tiempo. En aquellos ojos había miedo, eso no se podía negar. Oscuros y con un borde dorado se apreciaba suave el tinte de los temores más ficticios y reales de una persona, alguien que sonría mientras se acomoda la pijama, con el cabello hecho un remolino.

—Creo que eso es todo —Michael dejó el aparato en su lugar—, ¿segura que estarás bien?

Se volvió para verle y cerciorarse de que todo estaba en orden. Encontró a Laurie sentada en la cama, mirándole expectante con una sonrisa leve marcando sus pómulos y el contorno curveado de sus ojos azules y dorados bajo la luz de la lámpara. Michael se quedó pasmado sin saber qué hacer con exactitud, intimidado hasta cierto punto por aquella conexión tan directa que otra persona no podría negar.

—Por supuesto —ella pronunció—. Buenas noches, cariño.

Levantándose, lo atacó con un beso en la mejilla y un par en el cuello. Un abrazo, una contestación.

—Estaré al pendiente —dijo mientras sentía los labios de ella en su mandíbula—. Ten dulces sueños, mi ardilla del cielo.

Como ya era costumbre, el coctel de píldoras hubo caído pesadamente en su estómago después de haberse despedido de Michael. Se recostó en la cama con el alma ardiendo, todavía sin poder superar el hecho de haber sentido algo tan maravilloso como a otro ser humano. Se giró de costado, observando directamente la ventana y su rendija abierta, el aire exterior golpeando suavemente la cortina transparente. Más allá algunos álamos, robles y varias plantas que no pudo reconocer fundiéndose con la plata que despedía la luna en forma de rayos, algunas luces encendiéndose en el exterior de la casa y los anteriores sueños palpando estrellas que temblaban con la mirada. Hacia el otro lado, sus ojos tocaron la puerta de la habitación bajo la penumbra, las paredes decorativas, el mueble de noche, algunos cuadros y figuras sobre una repisa, la abertura bajo la puerta que llevaba el paso hacia otro tipo de oscuridad. Rápidamente se desvaneció dormida por sus propias imaginaciones, formas y sensaciones. Una gota de sangre en su nariz le despertó.

Su boca estaba ligeramente manchada en carmín cuando se lavó el rostro frente al espejo. Escuchó ruidos y conversaciones en el exterior. Asomándose por la ventana, vio a Janet caminando libremente por el pasto con algunas personas más. La familia de Michael estaba ahí.

entelequia × [Michael Jackson]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora