i n q u i e t u d

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¿Qué rayos hicimos?

Laurie se sintió a si misma con la mano en la frente, sentada en la cama rígidamente, intentando poner sus recuerdos en orden. Sentía sobre su cabeza una masa de cabellos desordenados que no se había molestado en desenredar antes de quedarse desparramada sobre la sábana, perdiendo el conocimiento de todo lo que existía a su alrededor; lo más obvio del asunto era que le había dominado el sueño y lo había encontrado. Se ajustó la camiseta enrollada en su ombligo para que todo el abdomen no le quedara descubierto por todas las marcas de los pliegues de la frazada. Sentía un hilillo de saliva en las orillas de los labios, pero de un momento a otro tuvo que suspirar con decepción al notar que no era sólo un poco de saliva.

Duplicar la dosis de píldoras por supuesto que había ayudado de algo, pero eso no significaba desaparecer la sangre por completo. Se sintió mareada cuando se puso de pie rápidamente para caminar directamente hacia el cuarto de baño, todavía con la sensación metálica y rasposa en la garganta de haber tenido restos carmesí a lo largo de su cavidad bucal.

Mientras el cepillo dental hacía su trabajo y las finas y débiles fibras de un peine intentaban desenredar aquel caos, tuvo que mirarse al espejo para percatarse de que no estaba poniendo una expresión demasiado idiota como para reírse de sí misma. Escupió los restos que ya eran simple agua transparente, y luego se secó el rostro entero para deshacerse de todo pensamiento que abarcaba lo que no importaba. La razón era Michael, cual se había quedado dormida un poco antes de lo planeado.

Y se pasó el resto de su escaso tiempo para poder acomodarse el vestido de la boda. Aquella era, sin duda, una mañana especial; porque había visto los rayos de sol entrando lentamente a través de la transparencia de una cortina, y luego escuchó algunos pasos en el exterior, tal vez de Elizabeth que estaba siendo arreglada por sus damas, que conformaban cientos de familiares que la propia Laurie o Michael ni siquiera conocían.

Había espacios sin llenar en su vestido, eso estaba fuera de dudas. Haberse saltado tantas comidas de forma tan seguida había provocado el vacío prominente de sus caderas, de su cintura, una parte de sus pechos, una parte de sus clavículas que tiempo antes habían sido muy resistentes. Se vio desgastada ante un espejo demasiado grande para ella, y de pronto se sintió pequeña y un dolor en el pecho le asaltó al recordarse a sí misma que el mundo nunca se detuvo a ver cómo se demacraba con el tiempo.

Nadie habría podido decirle que Michael iba a saberlo aquel día.

Para terminar aquel agotador trabajo —sinceramente era cansado sostenerse en sus propias piernas— se colocó un par de pendientes en forma de perla que se había comprado en algún lugar que ya no recordaba, pero lo que importaba era que el vestido lucía mejor que antes, con aquel saco de huesos bajo la tela. Se miró por última vez aplicándose perfume en el cuello, y entonces sonrió con ligereza tratando de no verse como una estúpida a causa de saber que Michael estaba ahí afuera.

Por un momento olvidó ingerir las píldoras que correspondían a su coctel de una sola especie, y cuando estuvo a punto de salir de la habitación tuvo que regresar a buscarlas en el cajón para poder irse cuanto antes, pues era ya algo tarde para la ceremonia. El frasco se quedó abandonado sobre la mesita de noche, bajo una lámpara rústica que notablemente Michael había colocado ahí. Laurie se esforzó en llegar lo más pronto posible al jardín.

No había alma alguna que vagara por la casa mientras escuchaba sus pasos rápidos a lo largo del pasillo, bajando la escalera, cruzando la enorme estancia para luego encontrarse con la puerta trasera que daba camino hacia el lugar de la boda. En cuanto los primeros rayos de sol le golpearon en el rostro, pudo denotar con rapidez un camino de lirios blancos que siguió por el sendero que rodeaba la piscina y varias cabañas que iban camino al punto de reunión. Laurie alcanzó a vislumbrar el altar a varias decenas de metros, e intentó caminar lo más rápido que sus piernas le permitían en su limitado estado de movimiento. Estaba a punto de llegar al lugar cuando alguien le asió suavemente por el hombro, con unos dedos que ya le eran más que conocidos.

entelequia × [Michael Jackson]Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt