t i e m p o

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Laurie Stonem había continuado lo poco que le quedaba de vida una semana después de llegar a Seattle. A lo largo de su readaptación, compendió que una rutina o una mudanza a otro lugar por lo pronto no eran una opción. Se convenció a sí misma que su trabajo en ImpWorks no era malo, y que un empleo tan bien pagado en tomar fotografías para una revista no era algo que se pudiera encontrar todos los días. Después de todo, cuando comenzara a notar los síntomas mayores, podría utilizar el cheque que había adquirido trabajando con Michael (lo había guardado en su cuenta corriente de un banco igualmente corriente) y morir tranquila y sin darse cuenta de haber fallecido en una serena playa llena de rocío frente al sol malditamente caliente un día de ¿verano? No lo sabía con exactitud, pero ya todo estaba planeado no muy quisquillosamente, aunque para ella fuese bastante convincente. Lo único que quedaba, era protegerse de todas esas cosas que le susurraban al oído que todo iba a salir mal.

En aquel momento se encontraba guardando la cinta que había extraído de su cámara en el bolsillo de la chaqueta, dispuesta a dirigirse al edificio para pedir que éstas se revelaran. Su jefe ya estaba de vuelta, y el molesto suplente –que era su sobrino, según la leyenda- se había marchado antes de que ella llegara, justo el día Mark volvió desde Francia.

Durante su segunda semana había pensado –durante una solitaria cena en el departamento- que el concepto de normal que se planteaba antiguamente todos los días ya no era algo que pudiera permitirse. Con la rutina desvanecida, se dio cuenta de que era por dos causas: por la noticia, que ya no sabía si era buena o mala, y el segundo era el sujeto; Michael. No era por el simple hecho de que se habían vuelto amigos en tres semanas, sino que conversaban todos los días, de veinte minutos a tres horas, con nueve horas de horario de diferencia entre un rincón del mundo y otro. Laurie salía del trabajo a las siete, y Michael le contaba chistes absurdos desde París a las cuatro de la mañana. O a veces ella despertaba a las tres de la madrugada y Michael le decía que era una mañana preciosa.

—Vaya, quién está aquí.

La voz de Mark le desconcertó. Ni siquiera se había dado cuenta de que había atravesado la puerta del edifico que tenía grabado el pequeño texto de "ImpWorks. Laboratorio de revelación de fotografías. Mark Thompson".

—Hey, no te había visto desde ayer.

Laurie sonrió, dejando sin previo aviso el rollo de fotografías encima de la barra donde Mark colocaba los trabajos ya terminados.

—¿Cuántas son?

—Cuarenta, artículo de la página treinta a cincuenta.

—Uno grande, eh.

—Sí... bueno, es sólo para ti.

Ella juró y perduró que saldría ilesa de aquella oficina. Que nada de lo que alguien dijera de ese día en adelante iba a sorprenderle en lo más mínimo, que todo el dolor se había esfumado la noche que conversó con Michael hasta las doce, y éste se había evaporado junto al olor de la cerveza en el aire y en todas esas luces que miraban mientras entonaban una canción que ambos se sabían del intérprete Frank Sinatra. Eso estaba pensado, Laurie ya tenía todo completamente planeado como un mapa que lleva trazados todos los caminos que se seguirían, todo un plan en conjunto ya estaba armado para lo que fuera. El único detalle fue el no haber contado con un aspecto tan importante como aquel.

—Dime, Laurie, ¿cuánto tiempo te queda?

Ahí, con la puerta entreabierta y el pomo de pronto helado en una de sus manos, ella tuvo (se obligó) a hacer lo de siempre; fingir que estaba equivocado.

—No sé de qué hablas.

Las palabras se le habían enterrado en la garganta tan rápidamente que casi se le llenaron los ojos de lágrimas, quemando su ser. Aquella oración debía ser una simple broma como aquella pistola que vez ante tu sien y tardas de descubrir que tiene simples bolas de pintura.

—¿Vas a seguir negándolo?

Mark, a sus espaldas, extendió el rollo de fotografías para apreciarlas contra la luz del foco que pendía del techo. Él seguía trabajando como si fuera una conversación trivial. Antes de aquel viaje a Francia, ella y Mark no hablaban demasiado; eran casi unos completos desconocidos a excepción de varios saludos que sólo él y el señor Maxwell efectuaban. Nunca de los demás compañeros de trabajo.

Laurie no habló, estaba petrificada en aquel lugar, parecía que sus pies estaban sobre un hielo interminable y si se moviera, iba a darse un buen zarpazo. Finalmente decidió moverse con todos los músculos tronando en su interior de tanta rigidez, con la sangre corriendo tan lento que ya no se sentía viva.

—Yo... lo noté porque cuando alguien es feliz como tú, no tendría los cigarrillos a montones en un par de días porque sí. Porque quién dices ser, no tendría los ojos hinchados y el maquillaje corrido, como cuando me abriste la puerta el día que regresé aquí. Tenía que haberte ocurrido algo demasiado, demasiado malo, Laurie. Y como no tienes familia ni amigos íntimos, sólo podía ser algo que tenía que ver contigo, algo que te desgarrara por dentro y tu fingieras que no era así. Todo eso, sin contar los cambios de humor (tal vez a causa de los antidepresivos), o de pronto no querer hablar de ti; ni siquiera tu nombre. Luego está el que no tengas ambiciones ya. Pues, ¿para qué? Mi madre pensó lo mismo cuando le dijeron que ya no podían quitarle los pechos porque el cáncer le había llegado a los pulmones.

Todas aquellas palabras tan malditamente bien estructuradas hicieron que se desvaneciera lentamente, frente a él. Mark ya lo sabía, ya está hecho, muchacha. Y no importó cuanto se había esmerado en ocultarlo.

—No... no quedan muchos meses. Puede que un par, puede que seis.

El rostro de Mark se mantenía sereno, todavía entablando a su parecer una plática normal.

—¿Michael lo sabe?

De pronto ambos se miraron, y todo el tiempo, para ella se detuvo. Entonces recordó el álbum Dangerous que había comprado con ilusión antes de que se terminaran en un centro comercial cualquiera, un día cualquiera. Lo había reproducido varias veces con esperanza de que su voz no se acabara, y sin embargo no pudo recordar el tono dulce y ronco de aquellas canciones. Mark había dejado de lado la cinta que había estado contemplando.

—¿No piensas decirle?

La pregunta le dolió, y de un momento a otro sus pulmones se llenaron de agua.

—Él no... No tiene que saber algo así.

Su garganta se secó, y de pronto se sintió regañada.

—¿Sabes cómo te mira, Laurie? —Mark respiró hondo, y una sonrisa sarcástica se extendió por su boca— Yo... te conozco desde hace un tiempo. Ni de broma podría olvidar a la tú de antes, que se paseaba por ahí, siempre tan alegre y parlanchina. Tú tan feliz en el mundo interior que te creaste cuando miraste todo el lado malo del exterior. Ahora... esto. No tengo nada que ver contigo (no mucho), pero de verdad, no cometas la equivocación. Si algo debes hacer antes de que lo que sean que tienen crezca y se haga más fuerte, es decírselo. No creo que se pueda imaginar el desastre que vas a ocasionar si no se lo dices.

De pronto le escocieron aún más los ojos, como si las lágrimas fueran ácido. Su estómago se revolvió con aquella simple pregunta, porque creía saber la respuesta y tuvo miedo de pronto, sin contar la declaración que fue como una bofetada directamente en su rostro. A pesar de todo el ardor, supo que tenía razón en todo.

—No voy a lastimarlo así —dijo, casi apretando los puños— Y... no creo volver a ser la yo de antes.

Salió de allí, enojada consigo misma y con Mark, porque le había hecho reflexionar. Había evidenciado su cabo suelto. Porque había querido evitar pensar en algo que ya venía desde lejos.

Y que, tarde o temprano, iba a desvanecer todos sus planes.

entelequia × [Michael Jackson]Where stories live. Discover now