v e r d a d

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Encaminándose a su habitación para poder prepararse, Laurie mantuvo la mirada por lo bajo evitando distracciones que le impidieran pensar en lo que Michael y ella tendrían que decirse una vez que lograra coincidir con él. Había ya hablado con Elizabeth acerca de la fotografía, siendo que le agradeció ella mil veces por haber cubierto el lugar del impuntual fotógrafo que se había quedado dormido frente al televisor la noche anterior. Prometió finalmente entregar la cinta al hombre que debía revelar las imágenes, siendo que Liz ya había extraído de su bolso una libreta de cheques bancarios. Laurie se negó, pero la mujer que ahora tenía lugar de esposa le regodeó con agradecimientos terminando de darle en la mano el cheque por cierta cantidad que Laurie no quiso mirar.

Se apretó contra sí al verse inundada en cierto rubor que no le fue muy notable, y se fue de allí sin decir nada, hasta que su corazón detenido le avisó que ya se encontraba frente a la puerta de su habitación.

Abrió la puerta, quitándose los zapatos que ya le habían dado ciertas punzadas en los tobillos aunque no eran demasiado altos. Hizo una mueca de dolor, y cuando alzó la mirada notó que Michael estaba sentado a los pies de la cama, impasible, con la mirada pensativa. Laurie se sobresaltó cuando lo miró, pero él no parecía haberse dado cuenta de su presencia. Iba vestido con el mismo traje, sin la chaqueta a fin de cuentas, dejándole vulnerable y atractivamente fornido de manera esbelta tan propia de Michael mismo.

Sin embargo de su boca no salió nada más que un triste suspiro, y fue entonces que Laurie se percató de que tenía algo entre las manos. No era otra cosa que el pequeño cilindro color ámbar de Valium V, y pululaban silenciosas las pocas píldoras que allí restaban, torturando cada membrana de su ser, que comenzaban a arrepentirse y a rogar que todo aquello no fuera más que una mera ilusión moribunda.

El silencio de la habitación comenzó a atorársele en la garganta, mirando las cortinas cerradas por instinto, dándose cuenta de la tenue luz de la tarde entrada ya, anunciando la hora de la comida que se iba a celebrar en el piso debajo de sus pies. Michael no le miró.

—¿Por qué?...

Un murmullo ahogado fue todo lo que salió de su boca una vez que ella se dio cuenta de que no iba a decir palabra. No hubo contestación.

—Laurie... ¿por qué no me dijiste?

Sus palabras entrecortadas fueron tal vez la cosa más horrible que ella hubiese experimentado desde aquella vez en que le dijeron, moriría en poco tiempo. Él no estaba dispuesto a conectar sus ojos todavía, pero Laurie se dio cuenta aun así de que estaba comenzando a llorar en silencio.

—Michael, yo...

No podía. Simplemente no salían las palabras que se estaban acumulando bajo su lengua como una alcantarilla atascada.

—Cuando te conocí eran unos simples mareos, ¿no? —él rio amargamente, mientras apretaba los puños y uno de ellos dejó aprisionado al dorado resplandor de su medicina.

—Es un síntoma de... la... de la enfermedad.

No sabía si su debilidad era provocada por la decepción o por el tono de Michael, que pronto se volvía duro y después simplemente volvía a ser tan frágil.

—El día que te vi por primera vez... —Michael pareció reaccionar, y con aquellas pupilas tristes se inyectó en ella inesperadamente—... tú estabas muriendo ya. No había opción.

Laurie de pronto se arrinconó entre sus hombros, apenada, avergonzada y derrotada por toda aquella batalla que había tenido que librar esperando el momento para decírselo. Y ahora estaba de pie frente a él, con los ojos caídos y las rodillas flojas, luchando por quebrarse el corazón y no volver a latir nunca más. Ella negó después, soltando un aire de melancolía por la piel.

—¿Cuándo me lo ibas a decir?

Ella había avanzado un par de metros hacia él, pero se detuvo en cuanto terminó la pregunta, y se levantó lentamente, como si de un momento a otro fuera a caerse. Laurie le miró tan alto como siempre se le había figurado en la mente, pero su postura era demasiado cansada como para parecer fuerte.

—Te dije que teníamos que hablar.

Replicó en un ahogado susurro. Michael le miró de frente, así como habían estado la primera vez que se besaron. Laurie no habría podido olvidar la sensación de sus labios, que ya estaba tatuados sobre los suyos de manera fantasmal e irónica, como una burla. Nada impidió que a ambos se les introdujera un horrible vértigo en el pecho, y fue entonces cuando Laurie apreció lo mucho que a él le había dolido, y que estaba sangrando. Muy profundo.

—Vienes, te amo de una forma diferente y me... —Michael miró hacia otra parte— me dices que te vas a ir. Laurie, ¡¿qué acaso es así de simple?!

Él murmuraba por lo bajo, porque a distancia se habría notado que estaba roto. Laurie observó cómo se le corría el delineador que llevaba debajo de uno de sus ojos, y la forma en que Michael intentaba limpiarlo, arruinando el polvo de su piel, dejando al descubierto sus imperfecciones.

—No. No lo es.

Michael ni siquiera contestó, o reclamó. Extendió la mano, y el cilindro de píldoras regresó a la mano de Laurie con aquellos toques delicados que los dedos de él podían darle. Michael le dio una última mirada antes de cubrirse los ojos con las manos, limpiándose de todo rastro de lágrima. No obstante aquellos avellanados abismos no volvieron a ser los mismos, y eso dolió. Dolió tanto que le costó la respiración cuando él salió de la habitación. El latir caliente de sus lágrimas asaltó sus pómulos marchitos.

Michael volvía, por lo que supuso, estaba fingiendo otra vez que todo dentro de él estaba demasiado bien.

Aunque el mundo dijera lo contrario, Laurie siempre opinó que aquella caída de la tarde Michael no parecía estar ahí. Su sonrisa radiante era la misma, sus movimientos agraciados eran iguales, el toque de sus mejillas no era diferente. No había rastro de maquillaje corrido, de una voz débil y quebrada por culpa suya. Su presencia le seguía provocando temblores en las costillas, pero él no le había vuelto a observar desde que se había marchado de la habitación, sin haber expresado emoción alguna que ella pudiera descifrar.

Laurie tenía la cinta en una de sus manos, esperando que el fotógrafo pudiese venir y quitársela de las manos para que ella pudiese marcharse, puesto que el papel de madrina junto con Michael ya no le pertenecía. Su reemplazo era Dora Ilibert, hija de algún hermano de Elizabeth, que se había posicionado bastante bien a un lado de Michael para la fotografía donde se colocan los típicos hombres de traje y mujeres bien revestidas de flores. Todos los invitados habían salido en alguna de las capturas que se hicieron en el altar, mientras Laurie acomodaba los arreglos naturales, buscaba que la posición del sol no alterara las luces que habían acomodado, y así fue como intentaba distraerse.

Pensar que Michael tal vez no se había marchado definitivamente.



entelequia × [Michael Jackson]Where stories live. Discover now