c o h e s i ó n

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Los sonidos exteriores provenientes de los fanáticos que se mecían contra la valla de metal fueron amortiguados por las paredes internas del avión. Michael miró a través de la ventana una última vez para luego escuchar como subían los últimos dos pasajeros; una azafata y Bill, su jefe de seguridad. Vio que afuera había miles de carteles y besos, de los cuales estaba seguro iba a extrañar. Pero no todo era felicidad, porque los medios ya estaban bien armados con sus cámaras de luces interminables que lo cegaban por donde quiera que fueran. Se mezclaba aquella escoria con las personas que estaban ahí para despedirlo, y no faltaron las preguntas ofensivas de siempre. Que si era mujer. Que si tenía mil cirugías en el rostro. Que si estaba recuperándose del cambio de color de su piel. Que si era verdad que estaba saliendo con fulana y habían tenido relaciones en Disneylandia. Michael simplemente había subido los escalones del avión logrando ignorarlos y sanseacabó.

Bill, con su peculiar traje negro y aquella enorme estatura que lo distinguía de todos los demás, se aproximó a él y le pregunto por su estado. Michael contesto que estaba de maravilla y Bill solo asintió. No podía evitar percibir algo sumamente extraño en su gesto de asentimiento. Pero no mencionó nada, porque casi no lo notó. Vio como Bill se retiraba tal vez a un asiento lejano, y Michael no podía evitar sentirse inquieto por algo.

—Señor Jackson, ¿solicita algún servicio antes de despegar?

Volteó a verla, desorientado. La azafata estaba frente a él con una sonrisa radiante, como se supone debería estar todo el personal. Michael sólo pudo negar con la cabeza.

Do... do. Gdacias.

Habría sido graciosa aquella manera gangosa de hablar si no estuviera demasiado cansado o fastidiado. En otras circunstancias, Michael se habría muerto de risa —gangosamente— frente a la mujer de uniforme que mantenía su postura profesional, seria y algo intimidante.

—Si me necesita, sólo presione el botón.

La chica se dio la vuelta, mientras Michael sólo intentaba averiguar qué era lo que acababa de decirle. Cuando pudo saberlo, quiso que hubiera una especie de botón para hacer que se sintiera mejor. Tal vez quitándole de encima la gripe. Tal vez retirando el cansancio de su cuerpo como si se tratara de un pesado abrigo. O tal vez sabiendo que Laurie no había estado evitándole, que ella estuviera bien pero simplemente se encontraba demasiado ocupada.

Se recostó en el asiento, sintiendo la espalda crujir por algún esfuerzo que hizo durante los conciertos. Tuvo noción del tiempo sabiendo que todo estaba terminado, que Brett ya estaba en Connectiut, que Dana por fin se fue a Nueva York, que en dos meses había cambiado su vida y algo la marcó. Dejó huella la misma persona que le dio una cerveza después de cuatro años, la misma que le hizo reír hasta el dolor en las costillas, la misma que lo llevó a una pendiente para observar la ciudad y cantar al unísono. La misma persona en que pensó cuando se fue a la cama después de once horas de viaje.

Eran las doce de la medianoche cuando él ingirió la pastilla para dormir, con esperanzas mínimas de que pudiera funcionar.



Laurie se pasó una mano por el cabello, siendo víctima de un vértigo que le vino desde el estómago y atravesó todo su ser hasta la espalda. Suspiró, y tuvo que tomar un tiempo para poder pensar con claridad. Removió una de sus manos en el bolsillo inquietamente y contempló la acera de la calle, donde ya múltiples gentes se encontraban saliendo de sus casas en busca de obsequios para las personas que más amaban y que deseaban comprarse su afecto. Se recargó en el muro tras ella, casi sintiendo las vibraciones del interior del edificio donde trabajaba.

Le había hecho bien un pequeño descanso después de haber trabajado sin parar en la costa, rompiéndose la cabeza sacando unas cuantas fotos con Mark, editándolas y luego ir a revelarlas de vuelta para entregárselas a Maxwell. No le molestaba en lo absoluto ser fotógrafa, pero ir de aquí a allá sólo para obtener varias tomas de la ciudad, no le agradaba para nada. Mucho menos si aquel asunto de Michael estaba tan cercano y presente en su cabeza taladrando sus pensamientos flojos y vagos acerca del trabajo. El día anterior había salido casi corriendo asustada por la propuesta, y se había dispuesto a fumarse un cigarro en los exteriores mientras pensaba, y sólo le daba vueltas a un asunto y otro.

entelequia × [Michael Jackson]Where stories live. Discover now