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—Sólo inclínala un poco más. Y... ya está.

Murmuró Laurie tras la lente de su cámara.

—Está perfecta. Ahora una más informal, cuadrante en picada, ¿te parece? —dijo él.

—Por supuesto. Genial.

—¿Qué ocurre? Hoy estás demasiado yu-jú.

—Oh, con que no lo sabes. Gracias por el sarcasmo.

Una risa amarga voló por los aires junto a varios mechones de su cabello. Era como si por un momento se fueran a deslizar lejos de su cráneo, como iba a ocurrirle los últimos días. Mark frunció el entrecejo, y volvió a observar la costa que estaba frente a ellos y que minutos antes estaban fotografiando. Laurie pensó que quería dejar el tema de una vez, o porque de verdad no sabía lo que estaba pasando.

—Mira, lo sé. Pero no creo que sea bueno hablar de esto otra vez.

—Yo tampoco. Y ya casi es hora de que regresemos.

Laurie de pronto había comenzado a odiar a su jefe, cuando se dio cuenta de que no quería ir a aquella sesión donde las olas de la bella-costa-de-Seattle posaban para ellos, con sus colores turquesa y en ese atardecer, anaranjados y un toque de obscuridad. Se vio ligeramente sorprendida cuando de pronto presintió que si "Laurie anterior" hubiera estado allí, en ese momento habría saltado con alegría, riéndose y dejando escapar sonidos de pato, precisamente por la parvada que estaba cerca y volaba por los cielos imposibles de la ciudad. Pero la realidad era diferente, ahora que se había quitado la venda de los ojos.

—¿Tomarías una para mí? Johana me ha rogado por una de esas donde haces como si disfrutaras el sol.

—Seguro.

Contestó ella distraídamente, tomando otra vez a su pequeña amiga y ajustándola para que Mark pudiera cerrar la boca.

—Johana es mi novia.

Dijo él una vez que se acercó a mirar la fotografía que había tomado. Laurie era más que buena en lo que hacía, aunque sus ánimos notablemente no fueran los mejores. Nunca cambiaría el hecho de que amara jugar con las luces, con los rostros y con los paisajes. Mark casi quiso entristecerse cuando volteó a mirarla y se dio cuenta de cuanto cambia una persona por una sola noticia. O por unos análisis.

—Genial.

Laurie practicó algún gesto falso de sonrisa. No pudo lograrlo, sin embargo, ¡él sólo quería levantar sus ánimos! Pero ella seguía absorta en sus pensamientos mientras retiraba el rollo de fotografías que se encontraba dentro de su cámara. Decidió alejarse por un momento y mirar lo que estaba sobre ellos.

Un cielo, gigante y estrellado que se rodeaba de unas nubes que desfilaban lentamente por la atmósfera como si se pavonearan con sus trajes blancos, naranjas, amarillos y grises. La luna ya casi estaba en su resplandor, y Laurie le siguió la mirada al escuchar la exclamación de asombro que provenía de Mark. Ambos se quedaron con la vista al cielo unos minutos, queriendo no irse nunca de allí por el simple hecho de ver algo que ya nadie miraba. Mark se acordó de algunas fotografías que había visto del mar, o de la jungla y casi deseó haber sido fotógrafo. Laurie sólo pudo recordar varias cosas a la vez, pero que ninguna había sido clara por completo. Sus pensamientos, desde que le colgó a Michael, estaban en torno a él, a las estrellas que vieron juntos como si se hubiera tratado de una película, de sus rodillas que a veces sufrían temblores a causa de los espasmos y dolores que le venían en el pecho como dagas que le atravesaban todo lo que era, lo que juró ser y lo que alguna vez pensó en convertirse. Viajó a los sueños que había tenido de niña, como cuando dijo que no sería una muchacha (o mujer) moribunda que se ha metido demasiado con una persona como para no dejarla ir, así como su madre había hecho con su padre al no dejarlo morir. Laurie casi se sentía muerta, por el simple hecho de perderse en la infinidad del cielo.

Entonces Mark bajó la mirada, y tuvo un pequeño sentimiento de lástima cuando observó cómo Laurie se presionaba el pecho con una mano, haciendo un gesto de dolor, declarando que nunca iba a volver a sentirse bien porque sabía que no lo estaba. Quiso regañarla, y decirle que su camino todavía no terminaba. Quiso regalarle libros y libros de superación personal, pero al tener en cuenta el rostro sufriente de su madre, se dio cuenta de que tal vez la vida no era para todos.

—Yo me... me tengo que ir.

Laurie tomó su mano, y le dejó entre los dedos la cinta que había sacado de su cámara, teniendo impregnado una sensación de haberla apretado como si hubiera estado furiosa. Ella había querido ocultar las lágrimas que le desbordaban de los ojos, pero no pudo, porque en su rostro se reflejaba la ira y el agonizante dolor que estaba esperándole en cuestión de días. Mark miró cómo se alejaba, y se subía a su auto color vino, aquel que le encantaba cuando utilizaba la ropa que más le gustaba y se deslizaba por los pasillos del edificio con su propia luz cargada en la sonrisa que todos odiaban.

Se sentó frente al volante, mirando al vidrio que estaba delante de sus ojos. Apretó los párpados cuando otra pequeña punzada se escapó de la profundidad de sus pulmones y arrasó con sus sentidos. Contrajo las manos en el volante, soltando un gemido doloroso que le rasgó la garganta. Pero dejando de lado las lágrimas que ya había soltado y se le resbalaban por el cuello y los párpados, encendió el auto en un movimiento violento donde las llaves se estremecieron bajo su mano. Laurie sintió que el acero del auto se estaba derritiendo con cada metro que recorría desde la carretera hasta Cherry Street, donde seguramente ya estaba esperándole el departamento en silencio, listo como para quedarse despierta toda la noche.

Tal vez con un cigarrillo en la mano.

Laurie Stonem lloró en silencio mientras el ascensor iba cada vez más arriba hasta el sexto piso donde se localizaba su pequeña guarida del mundo. Las luces del pasillo hicieron que se mareara, y cuando abrió la puerta y descubrió que todo estaba en penumbras sólo pudo arrojar la mochila al sofá y dirigirse directamente a la mesa de noche, donde sabía exactamente qué era lo que necesitaba.

Cajón superior. Sobre amarillo y delgado, era una inscripción de la preparatoria. Hay tal vez dos o tres. Joder, hace mucho que lo dejé.

Entonces relució ante sus ojos la mejor arma que uno tiene para asesinarse a sí mismo. Laurie salió al exterior, mientras el encendedor que permanecía apagado en una de sus manos subía y bajaba entre sus dedos, decidiendo hacer algo que juraba no volver a cometer.

De pronto escuchó el teléfono sonar, como lo había hecho una noche antes también. No atendió ninguna llamada.

—Perdóname, Jackson.

Susurró, casi inaudible. La llama le quemó los ojos cuando esta se encendió, y en medio de la noche comenzó a nacer el humo de tabaco del cigarro que encendió y se colocó en los labios con un terrible gesto de culpabilidad, dándose a sí misma un escalofriante cuadro de maquillaje corrido y el humo que se escapaba de su nariz, atenuando todas y cada una de sus emociones terriblemente desordenadas. Inhaló cerrando los ojos, con el veneno llenándole los pulmones. Se sintió como cuando te golpeas el pecho contra el suelo al caerte sin meter antes las manos para amortiguar el zarpazo.

Oficialmente, pensó, Michael está por ahora fuera de mi vida. Tal vez para siempre, ¡qué bien al no verse involucrado en esta mierda!, ¿ahora qué harás?

Se llamó a sí misma una imbécil por ser tan cobarde. Incluso comenzó un monólogo interior del que nunca nadie fue testigo. Desde siempre se había acostumbrado a hacerlo, pero desde aquel día estaba practicándolo muy a menudo.

Terminó un par de cigarros aquella noche de diciembre, con el viento helado del exterior provocando que sus mejillas y su nariz enrojecieran, más aquel rímel que se entumeció bajo sus ojos y varios ataques de tos y arcadas que fueron provocadas finalmente por el tabaco. Laurie se levantó de la cama, sin poder consolar el sueño o pensar en algo que le aburriera para poder cerrar los ojos y no sentir nada. Ni siquiera le era posible hacer aquello.

Ring, ring.

El teléfono había sonado a las dos de la mañana.

Michael no se atrevería a llamar sabiendo que era tan tarde a menos que ella lo deseara.

Decidió contestar.

Laurie, soy yo, Karen. Tenemos que hablar, por favor... regresa la llamada cuando puedas.

entelequia × [Michael Jackson]Where stories live. Discover now