s u s u r r o s

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Michael tenía del don completo de volverle loca. Cada vez que le escrutaba con los ojos se miraba tan propio, pensaba que ambos se pertenecían, que con él podía ser libre, podía decir lo que quisiera, cualquier chiste malo, incluso si sus risas eran demasiado fuertes o el hecho de absorber la malteada rápidamente mientras permanecía a su lado, sentados en la cama, observando las luces y las sombras. Michael podía ser romántico, pero también tímido hasta la médula. Se le encendían las mejillas como un par de fogatas vivas cada vez que le sorprendía con un nuevo beso, dejando de lado el parecer que era mucha cursilería o bobada adolescente. Michael era comprensivo. Laurie se impresionó al notar que se encontraba asustada, pero él no lo aparentaba. Él entendía su horror a morir, a no poder sentir su presencia de nuevo.

—No sé si pueda hacerlo.

Laurie se encogió de hombros bebiendo de la pajilla, la espuma deliciosa que subía hasta sus labios y desaparecía con voracidad del vaso de cristal. Michael se sintió nervioso. Le asaltó del amor de pronto, pero le asustaba saber que estaba terminándose sin haber empezado siquiera.

—¿No sabes o... no... quieres?

A pesar de que no estaban mirándose, ella pudo apreciar el temblor que se produjo en Michael mientras preguntaba.

—Tengo trabajo, Michael. En dos meses tengo que volver.

Suspiró ella, para después volver a su bebida que comenzaba a darle ansiedad. Michael, bajo su rostro todavía enrojecido por la vergüenza del rechazo, le miró directamente. No pudo pensar en otra cosa que no fuera lo hermosa que Laurie se miraba bajo la luz de la lámpara de noche tan invisible a un costado de la cama, irradiando más brillo que cualquier tipo de joya, no importaba qué tan valiosa fuese. Le dolía pensar que ella hablaba como si fuera a vivir por siempre.

No respondió en los que fueron pesados minutos para ambos. Se podía escuchar el leve rumor de la malteada y su agitación, de las sábanas rozándose entre sí bajo ellos cuando se movían o se acomodaban. La cabecera de la cama se hacía más incómoda, casi torturando sus espaldas cansadas, agotadas de tiempo aunque se sintieran vivos. Laurie optó por hablar de nuevo, aunque el pecho comenzara a joderle.

—¿Por qué quieres viajar?

Ella seguía sin mirarlo. Él necesitaba sumergirse en sus ojos para saber que no estaba despedazándose de nuevo. Titubeó.

—¿Por... por qué n-o?

—Porque da miedo.

Laurie sintió la urgencia de llorar, aunque se creyera de fortaleza infinita. No era así. Nunca lo sería. Y se atrevió a mirarle, a seguir su maldita conexión de nuevo que iba a terminar desgarrando el corazón de ambos.

—Da miedo pensar en lo que pasará cuando termine.

Ya ni siquiera podía enojarse. Incluso había perdido esa fuerza, no le quedaban razones para enfadarse porque en el pasado toda se marchó en golpes que se dio a si misma mientras hacía frío, en el trabajo, cuando no podía dormir se llenaba de ira por la vida, porque no lo merecía, porque ni siquiera podía mantener a alguien a su lado, porque alejó a la familia que le quedaba, porque no quería lastimar a las personas que amaba. Ahora Michael estaba ahí, a un ladito de ella, con una de sus mágicas manos protegiendo la suya, arrinconándola en la calidez de su piel y de sus dedos largos y bien perfectos. Unos que cualquiera se negaría a soltar aunque ni siquiera supiera a quién le pertenecía tal perfección. Él sollozó cuando su primera lágrima salada cayó en el borde de la bebida pero se deslizó fuera y terminó en la tela del pantalón.

—No... no es cierto, t-tú ¿a dónde irás, Laurie? No te puedes ir.

Michael aprisionó una de sus manos entre las suyas, no conforme con tenerle tan cerca. Temía de la verdad, de los horrores de la ausencia, de perder a alguien que quiso.

—Estoy enferma, Michael.

Se ahogó con las palabras, con el horrible nudo que se formó en las profundidades de su ser, impidiéndole decir algo más que pudiese aclarar lo que pasaría. Le pareció por un momento que Michael se volvió a verle con cierto odio por lo que decía, pero todo se había transformado en desilusión cuando Laurie acarició su mandíbula con los nudillos de su otra mano, dejando de lado las bebidas, nada conservaba su importancia.

—¿Enferma?, ¿Enferma de qué, Laurie? Tú no estás enferma. Tú- tú eres sana, y estás conmigo. Nada te puede dañar ahora, ¿O.K? Yo me encargaré de eso... yo quiero que estés bien...

Dijo él, con las mejillas humedeciéndose por la lluvia que le provenía de sus ojos. Hermosos ojos oscuros y redondos que se inyectaban de sangre, irritados, hinchados y bellos aunque estuviera en la oscuridad, en las tinieblas eran la luz. Asintió cuando él apartó bruscamente la bebida, poniéndola en la mesa de noche, abandonada. Aceptó la mentira.

Quizás el auto engaño podía ir más lejos. Tal vez terminaría creyéndoselo.

Michael se hincó, plantando las rodillas en el colchón mientras Laurie corría hasta sus brazos. Débil apretón le dio cuando llegó hasta él, cuando ambos se quedaron enredados el uno con el otro. Sus manos viajaron por su espalda, asegurándose de sentir la protección, el calor de todo su conjunto, los rizos que se paseaban por su cara, las manchas de su cuello marcado y tembloroso por el agua con sal que expulsaba de sus pestañas mojadas y agotadas. Michael intentó apartar con toques lo que estaba matándole a su bella amada, a su preciosa alma atrapada. No veía que el veneno estaba dentro de ella, no quería ver cuán imposible era el mantenerle a salvo. Era su naturaleza tan maravillosa lo que terminaría por asesinarla.

—Te quiero, Michael.

Era una tarde de mil novecientos noventa y dos. Efímero y perfecto fue aquel momento. Se murmuraron cosas al oído, al cuello, al cabello. Cosas que uno es capaz de decir a las tres de la mañana, cuando se está suficientemente embriagado de la luna y la noche. Laurie se estremecía, sonreía absorbiendo sus propios sollozos mientras sujetaba su camiseta con los puños. Michael le envolvía con los brazos, sabiendo reconocerla con las manos, con cada roce de sus dedos con lo que fue su alma tan bella, tan llena de una vida que se esfuma. "Qué linda eres", "Tú tan diferente, me encanta eso", "Me gustas mucho, nena", "Michael, cállate, porque digo lo mismo de ti", "Me gusta estar contigo", "Desde que te conocí", "No estábamos hechos para amigos". Risas que se evaporaron con sus respiraciones. Quedaron medio dormidos cuando avanzó la noche, sin poder despegarse uno del otro, con las cabezas en una misma almohada, así de cerca. Aquel era un noviazgo que empezaba, que no podría ni siquiera llegar a una fase mayor. Se estancaría en la primera fase, limitada a una primera vez. Ya no había tiempo.

—Te quiero, Laurie.

Habían quedado estar juntos durante las vacaciones, antes de tener que volver al trabajo.

entelequia × [Michael Jackson]Where stories live. Discover now