c o n f e s i ó n

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Michael tuvo un mal presentimiento ya cuando era la una de la mañana y sus ojos comenzaban a adormilarse con familiar deseo de dormir; el único problemilla era que insomnio era fuerte, algo contra lo que uno no puede luchar si no tiene las suficientes pastillas. Simplemente se estaba cansando de todo aquello y quiso soportarlo un par de días, esos que se pasaba platicando con su amiga hasta tarde mientras comía, o bebía, o miraba al techo arrojando una almohada hasta que le cayera en la cara.

El sentimiento se fue, y en silencio se encogió de hombros mientras se echaba otro puñado de palomitas de maíz en la boca. Masticaba fuerte para que Laurie lo escuchara, entonces podía oír y saborear la dulce risa que se extendía a través de la bocina y que al mismo tiempo se sentía muy real. Un par de semanas antes ella comenzaba a sentirse mal por esto o por aquello, y él lo sabía. Sin embargo el siguiente montón de días pareció animarle un poco la existencia. Michael se sentía bien con eso.

Volvió a masticar lo más fuerte que pudo, asegurándose de que ella estaba con el alta voz y el sonido de la comida crujía entre las paredes. Laurie pareció soportar la carcajada, pero luego rio suavemente y un segundo después se calló por completo, dejando que Michael formase en su cara un gesto de desconcierto.

—Michael, estás comiendo en mi oído.

—Oh, lo siento —. Michael se sonrió, porque se había disculpado con la boca llena.

—Tu turno. No me has dicho nada porque tienes ciertos ánimos de molestarme. Tampoco estoy cerca para golpearte.

—Toda la razón para ti, corazón... —Michael suspiró mientras sorbía un trago de agua, y la bolsa aplastada de las palomitas resonó igualmente en ambos rincones del país—. Bueno, confieso que no me gusta mucho ver televisión.

—¿En serio?, ¿Y las películas?

—Oh, eso sí —se mordió los labios—. Pero no me gustan los programas, me aburro bastante y a veces me quedo dormido.

Michael se rio, y luego otro par de bolitas amarillas le llenaron las mejillas.

—Genial. Quería ver una contigo... Cuando te vea, en unos miles de años.

—Qué graciosa. Ahora confiesa algo para poder echarme a dormir —, declaró Michael con hilaridad mientras sostenía bien el cubo de palomitas entre sus manos.

—Claro, olvidé que era tu payaso. Siento eso, jefe —Laurie pareció moverse de lugar, y su voz se escuchó con un poco más de eco. En veces se alcanzaba a escuchar el rumor de los autos y la policía, mientras que en la casa de Michael lograban hacerse notar un par de grillos que tarareaban una canción extraña—. Yo confieso que amo las jirafas con el alma.

—¿Por qué tu atracción?

—Cuando era niña mi papá nos llevó al zoológico. Le pregunté por qué tenían manchas y él me dijo que alguien les había salpicado pintura con una enorme mano —Laurie comenzó a reír por lo bajo—. Siempre he querido una.

Vaya idea para su cumpleaños.

—Te envío la mía, a ver si te cabe en el balcón. No come mucho.

—Cállate, por dios... Bueno, tu turno.

Laurie se sonrió de forma sonora mientras hablaba, tal como a él le gustaba. No pudo evitar llenarse de un extraño sentimiento que siempre le rodeaba las cuencas de su ser cuando conversaba con ella, o al verla, o simplemente en pensarle caminando por ahí, con la cámara colgando del cuello, con unos ánimos enormes de correr, con el cabello suelto y ondeante, con esa su estatura tan pequeña que lo hacía sentirse importante en el asunto de cuidarle... Algo que no sintió antes. Michael tuvo que morderse los labios para reprimir todo lo que acumulaba en su interior.

—Yo confieso que tengo una guarida.

—¿Dónde? Oh rayos, pensé que éramos amigos de verdad. Hasta me hice un tatuaje.

Una parte de él sintió desgracia al escuchar la referencia a su relación. Una amistad. Sin embargo no permitió desganarse, porque de todas formas pensaba en mostrarle una de sus mil cuevas privadas. Rio para sí.

—No voy a decirte, Laurie. Y quiero ver ese enorme corazón de macho con mi nombre —Michael se rio al masticar, y casi sintió que se ahogaba—. Sigues tú.

—Confieso que te veo siempre al aire libre. Me doy cuenta. Casi nunca estamos dentro de algún lugar. Salimos, pero no entramos. Es decir, creo que al estar saliendo no me refiero de una relación, sino en literal.

—Raro. Buena observación. Yo confieso que... tengo que verte de nuevo —. Michael se quedó inmóvil al escucharse a sí mismo. No le había importado alguna cosa que su mente le había reprochado en recelo.

—También yo. Tengo otro lugar para mostrarte. Lo vi esta mañana en unas fotografías del trabajo.

—Vaya, no sabía que hay otros fotógrafos. Pensé que eras tú, nada más. Creo que te veo como un superhéroe o algo así.

—Claro que no. Ya me habría explotado la cabeza —ella suspiró—. Hay otros tres, me parece. Uno de ellos, Clint, las tomó y las vi en su escritorio. No supe si mencionarlo porque es talentoso y hace que todo se vea muy bello. Pero por otro lado tengo la misión de mostrarte otro lugar.

—¿Clint? Qué nombre. Apuesto a que no es mejor que tú.

—No sabría decirlo, en realidad. Creo que más bien él captura los colores y yo los contornos, muy diferentes...

—Por eso dije apuesto. Me encantaron las fotos. No me veo como mapache.

—Según tú. Aun así te veías muy bien, es decir, diría que te veías muy guapo si yo no fuera tu amiga.

—¿Qué?, ¿Enserio lo crees? —Michael casi se ahoga con una palomita.

—Sí, de verdad. Y no lo digo superficialmente, creo que la apariencia no cuenta mucho aquí.

Nadie habló por unos segundos. Entonces Laurie continuó con una oración rápida, mal elaborada.

—Michael, tengo que irme, lo siento. Es una... una emergencia. Hablamos mañana. ¿Sí?

—Está bien.

Silencio entre la oscuridad fue lo que pudo apreciar después del pitido de la bocina que ella colgó. Michael se quedó con el teléfono en la mano, hundido en los pensamientos que tenía dentro de sí. Y luego venían las palabras, la bendita insinuación que provoca una explosión en el pecho. Silencio y el tarro de palomitas vacío. Silencio y sus ojos adormilados y la boca bordeada en los costados con sal de su anterior alimento. Las pupilas perdidas, y unas canciones en su inconsciente trabajando. Soltó un suspiro y le habló a la nada, pensando que tal vez un idiota había interferido en su teléfono, pero no importó en lo mínimo. Un pepino le importó más que una interferencia. Su propia voz le llegó a los oídos cuando se aferró a la bocina y le tembló el acento.

—Pero tú... tú me gustas, Laurie.



entelequia × [Michael Jackson]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora