d e s p e d i d a s

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A veces las personas se ahogan. Y Laurie quiso pensar que por un momento todo aquello que había ocurrido con anterioridad —desde aquella vez que vio a sus padres discutir por primera vez hasta su cumpleaños veintiocho—, había valido la pena atravesar cubriéndose el rostro y llevando un impermeable. Recordó que un día había sido 1980, y Ema había llegado a casa con una revista escondida en el jersey al regresar de la secundaria. Su emoción le había sido contagiada, como sucede siempre con los hermanos mayores, y ambas buscaban desesperadamente al chico que vivía en Hayvenhurst. Un poster enorme se doblaba en el interior de esas ruidosas páginas, y Ema lo había adorado. Pero se tomó por sorpresa a sí misma al saber que una fotografía suya todavía estaba en el cajón, junto al paquete de cigarrillos que se gastaba cada vez más rápido.

"Viene, y se va..."

Dirigió la mirada hacia él, intentando parecer disimulada y creyendo que con las tenues luces de sus alrededores no iba a notarlo. Se mantenía sentado con las manos apoyadas en el suelo, con el licor de su vino siendo transpirado sigilosamente y soplando en su aliento de manera casi imperceptible. Laurie sorbió un trago pequeño de su copa -se suponía que él no tenía que pagar por la botella, pero insistió- y dentro de sí se encendió la emoción al verlo ahí, impasible.

—Creo que estás acosándome.

Michael se encogió de hombros levemente mientras se mofaba de Laurie, y ella sólo pudo golpearle en el hombro sintiendo que iban a ladearse.

—No es cierto, sólo... —negó con la cabeza, sintiéndose pequeña de pronto. Laurie nunca se sentía así—. No es nada.

—¿Qué quieres decir?

Ojos luminosos estuvieron puestos en ella en menos de un segundo. Luciérnagas flotaban en su diáfano interior. Sinceridad y preocupación, mientras ella sólo pudo soportar la oleada de culpa. Sentenciándose a sí misma por estar haciéndole daño. Era el momento.

Decirle la verdad definitivamente iba a doler.

—Michael, yo... —soportó el enredo que se formó dentro de sí, en su estómago, en su garganta, en todos lados— ¡Dioses! Esto es difícil.

Laurie ya sentía algo desbordándose en sus ojos. La urgencia de que él lo supiera, de soportar todo lo que venía de frente, de tener por fin la libertad de respirar con normalidad. Y un instante después, sintió sus dedos, cálidos y esbeltos retirando el cabello de su cara, arrastrándolo lejos de sus ojos, impidiendo esconderse de su bendita mirada que la tenía intimidada. Sólo pudo bajar la mirada e imaginarse que las palabras por fin estaban saliendo de su boca.

Era el momento.

Quiso pensar que los toques en la puerta habían sido surrealistas. Que Michael no se había sobresaltado en aquel acto casi heroico y que pronto se había escondido en algún rincón oscuro. Precisamente junto a la puerta. Y vaya que era un maestro.

Abrió la puerta, cuidando que Michael no se viera aplastado entre la parte interior de la puerta y la pared. Se suponía que él no estaba ahí, que nadie debía saber en dónde se encontraba, porque de ser así, todo el mundo se volvería loco y entonces tendría a un par de helicópteros sobrevolando el edificio del que iba a mudarse en un par de días justamente la noche en que estaba celebrando su cumpleaños de verdad por primera vez en nueve años. Entonces Laurie no pudo pensar en tener delicadeza cuando las personas aparecieron frente a ella. Y como si su identidad fuera desconocida y todo alrededor se tratara de una ilusión, quiso reunir fuerzas para cerrar la puerta otra vez, dando un azote igual a como lo hizo cuando Michael llegó y recordó que no era una persona libre, común y corriente.

entelequia × [Michael Jackson]Where stories live. Discover now