d o l o r

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En aquel momento, Michael recordó que una de sus actividades favoritas —una de un millón—, era leer; acerca de todo, desde una pequeña partícula hasta la más grande galaxia. Galaxias grandes y pequeñas, nebulosas y estrellas que explotan. Admiraba fotografías de todas esas enormes nubes obscuras, que se deslizaban lentamente por el espacio sideral, con una tranquilidad donde en realidad éstas no parecían estar moviéndose, sino simplemente permanecer en medio de la nada y del todo, de cada color y cada estrella que se miraba temblando alrededor del Universo...

Casi sintió que las manchas esparcidas en su rostro —por todo su cuerpo— eran miles de esas nubes cósmicas y todo él podía ser una galaxia entera si es que quería verle un lado bueno al vitíligo.

Llegó un instante en que sus ojos dejaron de desviarse a la pared tras él, mirando perdidamente a través del espejo que tenía delante. Se miró a sí mismo y se cansó en la acción. Ya no quería mirarse demasiado, no quería observar al hombre cubierto de manchas irregulares —o nebulosas— de pies a cabeza, con el cabello húmedo después de una ducha, ahí frente al espejo de la enorme habitación. Dadas las circunstancias, se encontraba demasiado cansado luego de otra presentación como para asistir a otra reunión. Un pequeño recordatorio de que la gira de conciertos en Francia se había terminado y que en un par de días iba a volver a casa. A su casa. Por lo menos no iba a sufrir insomnio sintiéndose patético en un lugar desconocido, pues había llegado a Mónaco el dieciocho de diciembre y ya se encontraban en el veinte.

Escuchó el pequeño tapón girar y luego retirarse con un sonidito. Vertió un poco sobre su dedo, y aplicó la base de maquillaje por todo su rostro, cubriendo así aquellas nebulosas cambiándolas por una persona simple. Alguien que siempre había querido ser. Delineador debajo de aquellos ojos marrones centelleantes [ya podía hacerlo solo], y luego a la ceja poblada que no necesitó demasiado esfuerzo [podía esconderse por sí mismo], al final aquel brillo que no le daba un aspecto tan pálido a sus labios, lo cuales no tenían color alguno [aprendía a tener paciencia de toda esa mierda]. Se colocó la gruesa chaqueta luego de vestirse, pero cuando salió de su habitación ya no se volvió a mirar al espejo.

Cuando salió, Brett estaba preparando sus cosas. Apilaba las maletas en el pasillo del enorme departamento, iba y volvía de la habitación y dejaba algo cada vez. Michael supo entonces que el tiempo pasaba en un chasquido y ya tenía que irse. Casi dos meses desde que había llegado a Francia y en realidad no quedaba más que decir. Fuera lo que fuese, ya no planeaba volver a hacer una gira, ni en Mónaco o en otro lugar. Sólo estaba así, cansado.

—Hola, M.

Saludó su pequeño amigo, que aparentemente terminó su cargamento y se puso las manos en la cintura, agotado como si fuera un trabajador de la armada. Michael levantó una de sus manos en gesto de saludo, pero no habló. Últimamente le había pillado una gripe, y su voz sonaba como si estuviera sujetándose la nariz. A su amigo le había dado gracia, pero en realidad ya no podía cantar de lo mejor. Era preferible esperar a que los terribles efectos [como el dolor] pudieran calmarse [no sólo físico] y dejarle en paz.

—¿Sabes? Creo que voy a necesitar un tractor para las cosas de mi madre —Brett resopló y un mechón de cabello castaño voló alrededor de su frente—. Se compró millones de llaveros y podrías llenar uno de esos... tráiler.

Brett negó con la cabeza mientras se reía de su propio chiste y Michael tampoco pudo soportar la risa. Un terrible estruendo en su garganta hizo que se detuviera al sentir el ardor otra vez. Y lo peor de todo era la nariz enrojecida junto con los ojos decaídos, más la mucosidad.

—Lo siento —replicó su amigo.

Michael hizo un ademán con las manos que le decía "Dios, no te preocupes Brett. Necesito esto para no sentirme demasiado mal."

entelequia × [Michael Jackson]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora