n o c h e

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Habían recibido a Michael justamente cuando el avión aterrizó. Incluso, antes de aquel acontecimiento, las personas se reunían a montones en el aeropuerto [alocadas], los detenía una cinta de seguridad y la policía se formaba frente a los fans y sus coloridos carteles de bienvenida. Michael aún no había despertado, su sueño era bastante pesado cuando lograba consolarlo. Karen se dedicó a mirarle con ternura y compasión por lo cansado que estaba, ella sabía cuan destrozado se encontraba.

Tocó su brazo con ligereza, él respondió removiéndose en el asiento para después abrir los ojos de golpe. Bajaron del avión una vez que se hubo despertado, aunque aún su par de iris marrón conservaba las venas rojizas marcadas, lo cual delataba el anhelo de volverse a dormir.

Bajo las gafas de sol, Jackson se dedicó a saludar amablemente a los admiradores. Mandaba besos y les daba señales de agradecimiento por haber tomado tanta importancia a su visita. Karen había permanecido a su lado, sonriendo y sosteniéndole el brazo.

En París estaba anocheciendo, las luces de la ciudad estaba comenzando a encenderse con lentitud. Los vientos helados empapaban los rostros que gustaban de salir por la noche a pasear en los largos caminos de piedra.

Cuando finalmente subieron a la camioneta, una multitud se arrinconaba tras ella y los perseguía a través de las calles francesas. Él cayó en el asiento con los ojos cerrados mientras la mujer se acomodaba a su lado. Michael no se retiró los lentes, tiró la cabeza hacia atrás mientras las líneas de su cuello se estiraban bajo su piel. Karen miró hacia la ventana hasta que el hotel deslumbró sus doradas luces sobre su rostro. Era bello, sin duda. Elegante, con sus caminos de piedra y luces adornando el suelo, la construcción tenía numerosas plantas, adornadas con arreglos florales en las ventanas y el balcón.

Aunque entraron por la puerta de la cocina, Michael no dejó de elogiar el hotel a su dueño, que caminaba con ellos y el equipo de seguridad hasta el ascensor, intentaban no tocarse o mantener el contacto visual aquel breve tiempo dentro del elevador, guardando un silencio sepulcral.

Después de unos cuantos minutos, al llegar a la puerta de la entrada él la cerró tras sus espaldas. Se ahogó con los sollozos que quiso soltar, porque nadie más que Michael mismo sabía que no podría consolar el sueño. No con todo aquello que sucedió.

Se dio un tiempo para sentarse en el suelo de azulejo brillante que notablemente estaba recién fregado y pulido. Apoyó los pies y se dedicó a mirar al techo, intentando calmarse y concentrarse en lo que haría al día siguiente. Retiró sus lentes con una de sus manos, poniéndolos a un costado y aclarando la vista dedujo que bien podrían haber pasado horas sin siquiera despegar la mirada del candelabro dorado que colgaba perezosamente de aquella pared.

Duró unos segundos intentando levantarse, flexionando las rodillas que crujían y el pecho que punzaba suavemente como si hubiera estado tieso por años. Cuando por fin logró hacerlo, exhaló de su garganta aquel sabor tan familiar, una medicina amarga que le haría dormir en menos de lo que pueda estar consciente.

De nuevo, sintió la herida en el cráneo que había sufrido hacia algunos años. Sólo hizo falta una quemadura en el cabello para relajarse ingiriendo pastillas de una caja azul, la cual siempre estaba en la mesa de noche.

Sus piernas tambalearon levemente y se deslizó por las paredes hasta llegar a la habitación. El roce de la cama con su brazo le hizo temblar, estaban heladas y él no llevaba más prendas que sus cortos pantalones blancos que se usaban como ropa interior. Se metió en la cama, con espasmos en el pecho por algunas lágrimas que habían resbalado de sus ojos. Bajo las mantas hizo de un ovillo su cuerpo, con el cabello desordenado que antes estuvo perfectamente acomodado por su estilista. Los rulos se extendieron sobre la almohada, y él espero el momento de dormirse, pero no podía hacerlo.

Pensó tener un golpe de suerte, cuando dirigió la mirada a la mesa de noche. Y había una caja que resplandecía en un color azul.


La puerta había rechinado limpiamente cuando la empujó para abrirla. El olor a pintura y plantas interiores le hizo volver al estómago un leve cosquilleo; no sabía si era por náuseas o por alegría. La noche ya estaba en su punto más alto y se apreciaba a través de su ventana, con todas esas lucecillas que se encendían cuando el sol pasaba. La torre Eiffel brillaba en la obscuridad, allí, entre las almas muertas que ni siquiera se habían molestado en contemplar la ciudad.

Como ella, por ejemplo.

Cerró la puerta tras sus espaldas y sintió cómo el frío de la puerta resonó en sus espaldas. Aún tenía aquel corazón desquebrajado y solo, latiendo deprimente en su pecho sin propósito. Se mudó a París para buscar la pasión que tanto le alimentaba el alma, y sin embargo estaba endemoniadamente solitaria en aquel espacio, donde no había ningún compañero, ni siquiera Mark. El chico que trabajaría con ella durante una semana.

La garganta le dio un estruendo por dentro, y pudo notar cuantas luces había sobre el techo. Una, dos, tres... contó en su mente hasta que se calmó y su respiración se normalizaba. La maleta descansaba a un costado suyo, entonces abrió el cierre delantero y el familiar cilindro de píldoras relució ante sus ojos.

Una de ellas le pasó por la garganta; amarga y prometedora. Los medicamentos servían para calmar un poco el dolor que le provocaba el pecho, y fue entonces que sentía desvanecerse una de las punzadas interiores de su esternón.

Cuando se tumbó en la cama apreció la ventana, sin desempacar y ni siquiera mirar la hora en su muñeca. Pero en el edificio del frente, Michael había apagado ya las luces de su habitación.

entelequia × [Michael Jackson]Where stories live. Discover now