Capítul⌖ 32

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ALEXANDRA

Dejo caer la gasa con sangre en la mesa metálica y tomo otra con alcohol bajo su atenta mirada.

—¿Todavía?—Susurro sintiendo mi pecho acelerarse sutilmente.

Y aunque no me hallaba observándolo porque estaba poniendo toda mi atención en limpiar los restos de sangre seca, sabía, que se encontraba sonriendo con malicia.

Y estuvo sosteniendo aquel silencio incomodo durante largos segundos que para mi fueron minutos. Pero no contestó, no parecía interesado en darme una respuesta. Así que dejé la gasa impregnada en sangre y tome la aguja dispuesta a coser. Pero fue cuando divisé algo en su piel tatuada que jamás había visto antes—quizas porque nunca estuve tan cerca de sus tatuajes como para percatarme— la piel bajo sus tatuajes, tenía un ligero repliegue, que debías acariciar con mucha suavidad para notar de que se trataba.

Cicatrices.

Y fue cuando amplíe mi visión en todo su brazo, aquel brazo tatuado completo, lo que ocultaba bajo la tinta eran diversas cicatrices que se extendían. No pude evitar apretar los labios al percatarme de aquel detalle de Evil, el cuál jamás pensé poder percatarme. Subí mis ojos marrones a los suyos, me observaba, ahora sin ninguna sonrisa. Su rostro estaba serio y su mandíbula apretada, pues sabía, por aquellas caricias de las yemas de mis dedos sobre sus tatuajes, que había descubierto sus cicatrices ocultas.

¿Cuanto era lo que él habia pasado para convertirse en lo que hoy era? Quizás, no era la bestia de las que todos hablaban por gusto, quizás, ser aquella bestia, fue el último recurso que a él le quedó, para sobrevivir. Quizás, igual que yo, él tambien tenía su pasado.

—Cose.—Su voz la cuál destilaba molestia, me sacó de mis pensamientos.—O te coso yo los ojos para que dejes de verme de esa maldita forma.—Terminó por hablar de la misma forma.

Y lo obedecí. Por que él, no era de los que fallaban su palabra.

Pero entonces sentí ese remolino de curiosidad instalarse en mi estomago. Una curiosidad que poseí desde pequeña y que jamás me benefició en nada bueno. Una curiosidad que murió aquella noche junto con mis hermanas, un sentimiento que dejé atras junto con otros tras ese suceso, pero que hoy, después de años, volvía a mí y el causante, fue Evil.

—¿Eso es lo que te gusta?—Murmuré hundiendo la aguja en su piel, esperando escuchar algún gemido de dolor, pero lejos de eso, lo vi apoyar la espalda a la silla y recostar su cabeza hacía atrás. Dejando su ancho cuello a mi vista.—¿Amenazar a la gente para que te teman?—Su risa ronca, inundó la habitación.

—Yo no amenazo, eso significa hablar mucho.—Cerró los ojos con satisfacción cuando volví a introducir la aguja en su piel. ¿Acaso no le dolía?—Y a mi me gusta hablar con las manos.—Movió los dedos de su mano mi vista.

Capté con rapideza a lo que se refería. Él actuaba. Y lo sabía, la forma en que él actuaba. La forma en la que se deshacía de sus enemigos. La macabra marca que Evil sostenía en su presencia, aquella marca que ni siquiera el diablo arrastraba. Verlo actuar, aterrorizaba.

Pero... A mi me amenazaba... Y por fortuna, todavía no actuaba. Todavía.

¿Sigo en problemas?—Susurré cosiendo ahora el segundo orificio, pues ya había acabado con el primero.

EVILDonde viven las historias. Descúbrelo ahora