Epílogo.

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Respiré hondo antes de entrar a la oficina de mi abogado. Hoy por fin Kalinda y yo firmaríamos el divorcio.

Sonará extraño pero estaba nervioso y melancólico. No lo había pensado antes pero esto sería como terminar de leer el capítulo más intenso de toda mi vida. Lo que menos me imaginaba era que terminaría así. Había llamado a mi madre para contarle sobre mi divorcio, y ella se quedó tan sorprendida como mi padre cuando escuchó las noticias. Estaban consternados, pero lo entendieron. Tenía unos padres muy comprensivos y buenos. Mientras yo fuera feliz, lo demás no importaba. Y así mismo les hablé de Eve y lo maravillosa que era; ambos se quedaron con las ganas de conocerla. En cuanto tuviera oportunidad la llevaría con ellos para que la conozcan y empiece a formar parte de la familia.

Volví a tomar aire y dejé de pensar. Agarré el pomo de la puerta con cuidado, lo giré y la puerta se abrió. Todo mi cuerpo empezó a temblar cuando vi a Kalinda sentada hablando con mi abogado. Pensaba que no vendría a la cita. Apostaba todo a que seguiría haciéndome la vida imposible sólo para no darme el divorcio, y me equivoqué. La juzgué mal cuando tantas veces me llamó para hablar conmigo y me negué a contestar sus llamadas hasta que un día, ya cansado de su insistencia, lo hice. Me pidió tiempo para reflexionar las cosas. En un principio me negué pero terminé aceptando porque me había suplicado que aplazara la cita, y han pasado dos meses y tres semanas desde entonces. Tenía todo ese tiempo sin verla.

Parecía que hubiesen pasado años...

La examiné con la mirada y me pareció que se veía preciosa el día de hoy. Tan preciosa como el primer día que la conocí. Recordaba que me había quedado hipnotizado mirándola mientras ella practicaba volleyball con sus compañeras de la secundaria. Jamás ninguna chica me pareció tan linda como ella. Kalinda resaltaba entre todas las demás, y yo sólo podía mirarla a ella. Fue como amor a primera vista.

Yo seguía perdido en mis pensamientos cuando notaron mi presencia.

—Buenos días, señor Bieber —saludó cortésmente el abogado—. Por favor, tome asiento. Lo estábamos esperando. Ya vamos a empezar.

«¿Habré llegado tarde?».

Creí que sería el primero en llegar. Por lo general, siempre lo era. Supongo que esta vez no fue así, y Kalinda fue quien terminó sorprendiéndome con su puntualidad. Rara vez pasaba eso.

—Buenos días —dije con voz amable. Tomé asiento al lado de mi casi ex esposa, y ella me regaló una sonrisa.

Esa sonrisa me puso aún más nervioso.

«Maldita sea Justin, ¿por qué estás tan jodidamente nervioso?», me reproché a mí mismo.

Debía controlarme para que nadie lo notara.

—¿Ya podemos empezar?

Asentí al mismo tiempo que Kalinda. Se veía demasiado tranquila.

—Sí —respondió ella—. Estoy lista.

—¿Y usted, señor Bieber?

—Claro... —murmuré.

El abogado colocó los papeles encima del escritorio y frente a nosotros para que pudiéramos leer todo, y luego nos facilitó un bolígrafo.

—Ahora les debo preguntar si están completamente seguros de esto —dictó—. El matrimonio no es un juego.

—Para alguien sí lo fue —solté sin pensar.

Hubo un largo e incómodo silencio. Yo me removí en mi asiento, y de reojo miré a Kalinda que estaba extrañamente callada y cabizbaja.

El abogado carraspeó su garganta.

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