Capítulo 11. "Champaña cara"

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Hoy amanecí con ganas de comerme al mundo.

Irradiaba felicidad por todos lados.

—Hey, Bieber, ¿por qué tan feliz? —Fred quiso saber—. Cuéntame.

—¡Al fin tuve sexo! —exclamé tan fuerte que una señora se volteó a verme con muy mala cara. Fred y yo soltamos una carcajada disimulada—. Oops, lo dije muy fuerte.

—Idiota, baja la voz —se carcajeó—. Me alegro por ti. Ya era hora.

—Sí, ¿verdad? —sonreí mientras le daba un sorbo a mi café—. Estoy tan feliz que quiero gritárselo al mundo.

—Creo que todos en la oficina se enteraron.

Reí fuerte.

—Bueno, no es mi culpa que me hayan dado uno de los mejores polvos de mi vida —esbocé una sonrisa engreída—. Joder, Hopkins. Fue malditamente bueno.

—¿Del uno al diez? —arqueó una ceja.

—Once.

Fred silbó.

—Entonces sí fue muy bueno.

—Demasiado bueno —sacudí la cabeza—. Y todo gracias a tus consejos. Sí funcionaron las terapias.

—¿De qué terapias hablas?

—Las que estoy tomando.

Su expresión fue de sorpresa.

—¿Lo hiciste?

—¡Claro! Te lo comenté antes —fruncí ligeramente el ceño—. ¿No te acuerdas? Te dije que conocí a una mujer en Internet que tiene un blog. Sus terapias son muy buenas.

—Oh, sí... —asintió con la cabeza—. Y cuéntame, ¿está buena?

—¿Quién?

—Pues tu terapeuta, idiota —me dio un zape en la cabeza.

—No me golpees, imbécil —lo empujé despacio con el hombro, riendo bajo—. Conozco poco de ella. Ni siquiera le he visto el rostro así que no sé.

—Que raro.

—Se mantiene en anonimato.

—Al menos se escucha como alguien interesante.

—Un poco, sí —lamí mis labios—. Está cerca de los cuarenta.

Mi mejor amigo casi se ahogó con su café.

—No me jodas, Bieber. ¿Hablas en serio?

—Sí. Tiene treinta y nueve años —jugué con mi taza de café recordando nuestra pequeña conversación—. Está soltera. Parece una mujer con mucha experiencia.

—Te encontraste a una madurita eh —me lanzó una mirada pícara—. Que suerte tienes. Las maduritas son deliciosas, viejo.

Arqueé una de mis cejas.

—¿Y tú cómo sabes eso? —curioseé.

—He tenido la bendición de estar con una madurita. Creo que estaba en los cuarenta ya, no recuerdo —hizo una breve pausa intentando recordar—. Uh, no recuerdo bien. Pero estaba buenísima y mierda, tenía un par de tetas y un rostro bellísimo. Iba al gimnasio. Lucía mucho más joven que cualquier chica de veinte. Se mantenía muy bien la condenada.

Cada palabra con que la describía la hacía parecer una diosa. Se le notaba la emoción en su voz.

—Vaya... Se escucha como si hubiese sido la gloria.

Terapias sexuales Where stories live. Discover now