*Segunda Parte*
Esta historia continúa, más caliente y con más pasión que nunca...
Ella es Amara Katherina Gillies con 19 años, reside en una pequeña ciudad de Estados Unidos junto a sus ocupados padres, Lauren y Andrew Gillies. Disfruta de una vida...
A petición de unas personitas especiales... Estos últimos capítulos serán narrados por desde la perspectiva de Dylan... Espero que les disfruten...
La vi despertarse, se notaba pálida y desorientada. Me sentía sumamente culpable por lo sucedido.
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Corrió al baño y comenzó a vomitar, tomé su cabello hacia atrás. Era lo menos que podía hacer.
—No, por favor —trato de empujarme con la mano pero falló—. No hemos salido lo suficiente como para ver lo asqueroso.
—Todo esto es mi culpa. Es cierto lo que dijiste —la miré limpiar las comisuras de sus labios—; yo soy culpable de todo lo malo de tu vida.
—Claro que no, Dylan. Eso lo dije porque estaba molesta. Eres lo mejor que me pudo haber pasado —acarició mi mejilla con su calidad mano.
—¿Te sientes mejor? —Quería que mi rostro expresará la preocupación y el arrepentimiento que sentía por dentro.
—Siempre me siento mejor cuando estás a mi lado.
—Te llevaré a comer —fue lo único que se me ocurrió. Me sentía con la necesidad de compensarlo de alguna manera.
—¿Y si alguien nos ve juntos?
—Ya no me importa. Sólo quiero estar contigo —sonreí como adolescente enamorado, al igual que ella—. Te amo, Amara. Más de lo que alguna vez he amado a alguien en mi vida. —Sentía que era lo más cierto que había salido de mi boca alguna vez.
Ese momento era tan romántico, pero tan vergonzoso a la vez.
Ahí estaba yo, confesándole mi amor mientras ella estaba con la cara dentro del escusado vomitando. No me producía ninguna clase de asco, pero sé que era un momento incómodo.
—Joder. Te besaría justo ahora, sí mis labios no supieran a vomito —ambos reímos ante el comentario.
—Toma una ducha, amor —besé su frente ayudándola a ponerse de pie y salí del baño.
Comenzó a peinar su cabello frente al espejo de empañado. Yo la observaba desde la puerta de la habitación, admirando su silueta entre los rayos del Sol.
—Debería ser ilegal que andes por la vida en ropa interior, amor —me acerqué a ella tomándola por detrás.
—Dylan... —alargó, subí mis manos por su cintura pegando a mi pecho, deposite un beso suave en su cuello—. Basta, todavía no termino.
—No te estoy cubriendo los ojos o sujetando las manos, ¿o sí? —Recordé sus propias palabras, seguí besando su cuello con delicadeza.
—No, pero me pones nerviosa —contestó encogiendo sus hombros y riendo. «Esa risa tan peligrosa cómo hermosa. Igual que ella».
