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Cambié mi ropa por algo muy casual y tomé las llaves para sacar a dar una vuelta mi auto.

Entré a mi casa, subí a mi habitación tomé todos mis materias de Arte y los subí a la cajuela. Sí, tenía nuevos, pero estaba acostumbrada a esos.

Conduje hasta aquel hermoso local que el Sr. O'Brien me había regalado. Abrí la puerta mirando las paredes tristes y blancas, aburridas. Era más que obvio que necesitaban buena vibra y color sí era mi pertenencia.

Bajé pintura y pinceles, colocando algunos en el suelo, otros sobre una vieja escalera que estaba en aquel lugar.

Primero hice un boceto a lápiz en la pared y después le comencé a dar vida con colores.

No había terminado ni siquiera​ la mitad de la pintura y creí que moriría. Nunca había hecho un mural yo sola o algo parecido. Sólo pintar algunos en la preparatoria, pero nunca completamente sola.

Con pintura en toda la ropa, cara y parte incluso del cabello, había terminado

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Con pintura en toda la ropa, cara y parte incluso del cabello, había terminado. Una sola pared. Tomé un cigarrillo de mi bolso y lo encendí sentándome en una banca de cemento que estaba cerca del local mientras esperaba a que se seque.

Había niños pequeños jugando en la calle con una pelota. 4 niños, en realidad. No podía evitar sonreír al verlos. Me causaban mucha alegría. Me encanta los niños pequeños.

Aunque sabía que nunca podría tener uno. Cuando tenía 15 años y mi madre en llevo por primera vez al ginecólogo, después de una revisión rutinaria aquel hombre me informo que algo estaba mal en mi ovarios y que posiblemente no podría tener bebés propios.

Una niña pequeña, muy adorable, con cabello castaño claro se acercó a mí, con un peluche de león entre sus brazos.

—Oye —llamó mi atención, la miré—. Mi mamá dijo que eso es malo y te mata —dijo con el seño fruncido apuntando el cigarrillo de mi boca.

—Tu mami es muy sabia, nena — lo tiré aplastandolo con la suela de mi zapato.

—¿Por qué haces eso? Esa cosa es veneno. Mi papi murió por culpa de eso. —La niña no tenía más de 8 años y me estaba regañando, en definitiva era más inteligente que yo.

—Lo sé, pero a veces me gusta la sensación de tranquilidad que me da.

—A mí me da mucho asco. ¡Guacala! —negó con su cabeza rápidamente.

—Bueno, eso me alegra. Y dime cuál es tu nombre —sonreí amable.

—Hanna Prinston —sonrió mostrándome los huecos donde debían estar sus dientes frontales, estiró su brazo dándome la mano.

—Soy Amara Gillies. Tienes un muy lindo nombre, Hanna —sus mejillas se pusieron rojas y se sentó junto a mí.

—Ellos son mis hermanos. Mamá está allá —apuntó a los niños y después a una señora recargada sobre un árbol, que al igual que yo observaba a los niños jugar con un bebé entre sus brazos.

—Oye, ¿te gusta dibujar? —se me ocurrió una buena idea.

—Sí, sí. ¡Me encanta! Con crayones, acuarelas, lápices de colores —asintió frenéticamente.

—A mí también. ¿Crees que a ti y tus hermanos les gustaría ayudarme a pintar mi local?

—¡Sí! Debo preguntarle a mamá, ya vuelvo. —Salió corriendo hasta aquella mujer. Le dijo algo y después me apuntó, la señora sonrió y todos se acercaron a mí.

—Un gusto, soy Soyra Prinston —con una gran sonrisa sosteniendo la mano de su hijo, arrullando al bebé en sus brazos.

—Soy Amara. Me preguntaba ¿si sus hijos podrían ayudarme a pintar mi local?

—Claro. Sólo espero que no le den mucha molestia.

Los niños corrieron adentro y les entregué pintura, algunos pinceles y que dejaran volar su creatividad.

—¿Cuáles son sus nombres y qué edad tienen?

—El mío es Román. —Parecía el mayor, como de 11 años, castaño con ojos azules, muy tierno.

—Yo soy Saucy, tengo 3 años —reí al ver que la niña señalaba 6 con sus dedos, para después quitarse el cabello de la cara con el dorso de su mano. «Supongo que todavía no sabe contar».

—Mi nombre es Bruno, tengo 10 años. Me gusta mucho tu cabello —tocó mi cabello aún morado desteñido con su mano llena de pintura amarilla—. Lo siento —llevó sus manos a su boca manchan también su cara.

—No te preocupes. Yo soy Amara, pueden decirme Ami. Tengo 18 años.

—Eres muy bonita, ¿tienes novio? —preguntó Bruno sacudiéndose el rubio cabello.

—Sí, Bruno. Su nombre es Dylan —reí ante sus gestos de molestia—. Pero si no tuviera​, juro que tú serías mi primera opción —presioné sus mejillas rojas.

Sus hermanos comenzaron a hacer ruido de ambulancia y reír.

—Bueno, vamos a pintar las paredes blancas y aburridas.
—me levanté del suelo.

Comenzaron a pintar por todos lados, sorprendentemente respetaron en su plenitud mi mural, el cual no tenía ni una gota de pintura que no fuera mía. Por otro lado, las demás paredes estaban manchadas por todos lados, con manos de niños, besos e incluso pies. Me senté a mirarlos pintar, con una concentración de estar haciendo una obra de arte, incluso Saucy que frotaba su cara con pintura contra la pared, menos mal no era tóxica.

Pude notar a Hanna en una esquina pintando un hermoso árbol con flores. Estaba realmente muy bien hecho. Con muchos detalles, los colores correctos, era realmente bueno.

—Vaya que eres buena en esto, Hanna —sonrió sonrojada escondiéndose tras su suéter morado.

—Gra... Gracias, Ami.

—¡Niños, es hora de irnos! —gritó la señora Prinston. Todos dejaron las pinturas y pinceles en su lugar—. Gracias por entretenerlos, Amara —me sorprendió que no le molestara verlos manchados de pintura.

—Gracias a usted por prestarme a los niños. Son realmente adorables y grandes artistas —sonreí, me sentía muy bien.

—Díganle gracias a la señorita.

Los niños me abrazaron y me besaron las mejillas manchándome aún más con pintura.

—Adiós, Ami —Hanna me abrazo muy fuerte y corrió a su casa despidiéndose con su manita.

Guarde todo y volví a casa del Sr. O'Brien, la mía me traía muchos recuerdos de Vanessa y Thomas. No tenía ganas de volver a llorar.

Fuck me, Mr. O'Brien (+18)Where stories live. Discover now