11.

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Ashley.

- A... ¿A buscarme?- preguntó en voz alta.

- Sí, al parecer se lo sugirió tu padre después de ver su entrenamiento con la selección.

Se llevó la mano derecha al cuello y lo frotó suavemente.

- Mi padre. – repitió.

Thomas esbozó una sonrisa divertida, secándose el sudor de la frente con el borde de su camiseta de entrenamiento.

- Sí, tu padre, le dijo que hiciera lo que tuviera que hacer para volver centrado en el trabajo.

- No sabe que fue a buscarme a mí, ¿verdad?

Tenía una confianza con su padre muy fuera de lo normal, pero no quería que se enterara de que se había acostado con su estrella.

- No que yo sepa.

- Dios, menos mal- murmuró.

- El caso es que habló con un amigo tuyo que le dijo que volvería a verte gracias... al destino.

Al destino...

No le cabía duda de quién le había dicho semejante chorrada.

Francesco.

Iba a tener que hablar muy seriamente con él.

- ¿Por qué le dais tantas vueltas? – gruñó- Sólo fue un polvo, tengo derecho, ¿no?

Su amigo alzó las manos.

- Tírate a todos los que quieras, te lo mereces después de haber estado...

- Sí, con ese estúpido presuntuoso. – le cortó.

- De verdad que nunca entenderé qué hacía una mujer tan increíble como tú saliendo con... ése.

Era como escuchar a su padre.

Jordan le había repetido esas palabras miles de veces durante los dos años que había estado junto a Lloyd.

- Todos nos equivocamos.

- ¡Ah, reconoces que fue una equivocación!- exclamó Thomas.- ¿A qué clase de hombre no le gusta el rugby?

Enterró el rostro entre las manos.

Lloyd opinaba que el rugby era un deporte de... neandertales, literalmente. Por eso era un tema del que nunca hablaban.

Ella siempre había amado aquel deporte y, pensándolo en ese momento, se dio cuenta de lo estúpido que sonaba haber estado a punto de casarse con alguien que lo aborrecía.

- No me des la lata, ya lo hemos dejado, pues ya está.

Le observó con una ceja alzada mientras se levantaba y rodeaba su mesa hasta pararse frente a ella.

- Venga, levántate.

Sonrió ampliamente mientras obedecía y se dejaba rodear por sus largos brazos, apoyándose contra él.

- Ay, mi jefecilla- le escuchó murmurar-, cómo la he echado de menos...

- Y yo a ti, grandullón.

Se balanceó en su abrazo.

Thomas la apretó hasta que se echó a reír, protestando teatralmente.

- Suéltame, abusón- golpeó su hombro-, que ya no soy una niña.

Su amigo se separó con una carcajada.

- Entonces qué, ¿qué vas a hacer con Giovanni?

- Ay, yo que sé, pues nada.

Volvió a acomodarse sobre su sillón, dejando que se deslizara sobre las ruedas hasta casi tocar el ventanal.

- Yo creo que hacéis buena pareja- contestó él con esa media sonrisa burlona tan suya.

Paró a tiempo la orden de lanzarle la grapadora a la cabeza y respiró profundamente un par de veces antes de abrir la boca.

- No digas tonterías.

- A West le gustaría... si omitimos lo del polvo fallido.

- No fue un polvo fallido- replicó con rapidez.

Thomas rio de nuevo, llevándose las manos al estómago.

- Vale, vale, ya me voy.

- Eso, lárgate

Él se despidió con una cómica inclinación.

- Vente a cenar a casa, Lilly se alegrará de verte.- dijo antes de cerrar la puerta tras él.

Asintió incluso a pesar de que no la veía.

Lilly, la hija de Thomas, era su debilidad. Perks era como un hermano para ella, la única familia que tenía además de su padre, y, tanto su mujer Lisa como él, la habían adoptado como una tía más para su pequeña niña de ojos verdes.

Estaba deseando que llegara aquella noche.


Llegó a la puerta de Thomas y Lisa a las siete en punto acompañada de una gran caja llena de regalos para Lilly y un par de botellas de vino para sus anfitriones.

- ¡Ash!- exclamó Lisa cuando una mujer del servicio la acompañó amablemente hasta el salón.

- Hola, guapura, ¿cómo estás?

Se abrazó a ella con una sonrisa.

- Lilly no ha parado de preguntar por ti.

Le entregó las botellas mientras seguía el sonido de la voz de la pequeña hasta el piso de arriba.

- Enanaaaa- dijo mientras caminaba por el pasillo derecho después de subir las escaleras.

- ¡Ashley!

No le dio tiempo siquiera a asomarse por su habitación cuando tuvo que soltar la caja para atraparla, pues se lanzó hacia sus brazos con una rapidez asombrosa.

La apretó con fuerza, riendo al sentir su cabello claro, igual al de su padre, haciéndole cosquillas en el cuello.

- ¿Cómo está la niña de cinco años más guapa del mundo mundial?

Ella sonrió, enterrando el rostro contra su hombro.

- Quería verte- la escuchó murmurar.

- Y yo a ti, princesa.

Se agachó para soltarla suavemente en el suelo, señalándole la enorme caja de lunares de colores que había traído consigo.

- ¿Qué te parece si bajamos eso y abres los regalitos que te he traído?

Su sonrisa calentó su pecho una vez más.

Cuando bajó, con Lilly colgada de su cuello y el pesado bulto entre los brazos, Thomas había hecho acto de presencia y se dirigía a recibir a alguien.

Apretó los labios al reconocer al nuevo invitado y, cuando su amigo se acercó para saludarla, dejando a la pequeña desenvolviendo frenéticamente los paquetes, le susurró al oído:

- Eres un cabrón.


Placaje al corazón © -Amazon-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora