9.

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Ashley.

Salió a correr, como cada mañana desde que había vuelto una semana antes, por la playa que se extendía como un maravilloso paisaje de película frente a su casa, un espacioso chalet con mucho más espacio del que necesitaba, y que sólo mantenía por las preciosas vistas y porque, a cinco minutos andando, estaba el hermoso caserón donde se había criado.

Sonrió al notar cómo sus músculos se quejaban del esfuerzo al pasar la hora de carrera y apretó un poco más el ritmo con un jadeo.

Ya podía ver la barandilla blanca que delimitaba su jardín trasero cuando, aliviada, escuchó cómo su reloj pitó al alcanzar a la marca diaria.

No había llegado a su casa cuando una figura más que conocida se asomó desde ella.

Subió corriendo las escaleras.

- ¿Qué haces aquí, papá?

Jordan la recogió con una carcajada cuando se lanzó con un certero salto a su espalda, algo que hacía desde niña y que era una costumbre que no pensaba perder.

- He llamado a la puerta, pero, como no contestabas, he usado mi llave.

Bajó al suelo y, riendo, se dirigió dentro de la casa, con su padre pisándole los talones.

- ¿Y qué pasa si hubiera estado ocupada? – bromeó.

- Pasa que hubiera echado de una patada al capullo en cuestión.

Se echó a reír mientras ponía en marcha la cafetera y se sentaba junto a él en los taburetes que rodeaban la isla de la cocina.

Apretó los labios para reprimir una gran sonrisa al ver la bandeja de dulces que su progenitor había dejado sobre la encimera.

- Soy mayorcita, papá, tengo derecho a ver a todos los capullos que quiera- contestó al fin, con los recuerdos fijos en aquella noche con D'angelo.

- Eres mi niña.

Observó los ojos claros de su padre, iguales a los suyos, y, como siempre, no pudo evitar sentir orgullo de ser su hija, su niña.

Sirvió el café en dos tazas mientras le escuchaba engullir algún bollo.

- ¿Ya te has puesto al día?

Asintió con un cabeceo, dando un largo trago de pura cafeína, que corrió como lava hirviendo por su garganta.

- ¿Algún descubrimiento nuevo?- le escuchó preguntar, distraída en elegir una pasta de entre todas las opciones.

- Le tengo echado el ojillo a alguno..., pero tengo que darle más vueltas, ya sabes que esto lleva su tiempo.

Jordan sacudió la cabeza con un sí callado.

- Creo que Jeff quiere convocar una reunión antes de que empiece la pretemporada.

- O sea, ya- apostilló.

Mordisqueó, entretenida, el dulce, clavando la mirada en su café.

- Cariño...

Alzó los ojos hacia Jordan, que la observaba con un gesto casi triste, muy distinto a su estado natural.

- ¿Qué pasa? ¿Por qué pones esa cara tan rara?

- ¿Has vuelto a saber algo de...?

- ¿Lloyd? – propuso con ironía.

Él asintió sin abrir la boca.

Aquello era algo que siempre le había definido. Jordan West no desperdiciaba palabras.

- Intentó llamarme al móvil y le bloquee, pero no creo que se atreva a pasarse por aquí, así que... no, no tengo noticias suyas, ni las quiero.

- Parece que lo has superado.

¿El qué?

¿Haber pasado años al lado de un capullo imbécil que le ponía los cuernos con adolescentes descerebradas?

Minucias.

- Está superadísimo. – zanjó, terminando de desayunar con premura- Voy a darme una ducha y nos vamos.

- Ponte algo cómodo, ayer me prometiste que te pasarías por el entrenamiento.

Claro.

No se lo perdería por nada del mundo.


Giovanni.

Trascurridas las largas y motivadoras horas de entrenamiento, se dirigió junto a Thomas Perks, su capitán y mejor amigo en el equipo, hacia los vestuarios.

- West nos ha dado caña hoy.

Sonrió como respuesta, pero su gesto cambió al fijar los ojos en el frente.

Podía distinguir desde la distancia a Jeff Hunter, el Presidente del club, hablando con una mujer, alguien a quien no recordaba haber visto por ahí y que, sin embargo, le era familiar.

Tenía el cabello rubio a la altura de los hombros y lo que parecía una silueta espectacular.

- Me suena esa mujer...- murmuró.

- ¿Ashley?

Volteó el rostro para mirar a su compañero, que se echó a reír ante su gesto de incomprensión.

- Ésa es Ashley- repitió-, y es lógico que la conozcas, gracias a ella estás aquí.

- ¿Perdón?

Thomas le echó un brazo sobre los hombros mientras le hacía caminar en esa dirección.

- Es ojeadora.

- Estás de coña- gruñó, con los ojos fijos en aquella despampanante figura-, no vino ninguna mujer a hablar conmigo cuando...

- Es que ella no se dedica a eso, se mantiene en la sombra, sólo decide quién tiene talento y quién no.

Abrió la boca para contestar, pero, ya a pocos metros de distancia, ella giró en su dirección y entonces recordó de qué la conocía.

Aquellos ojos azules le perseguían en sueños.

- Mis dos estrellas- exclamó Jeff en cuanto reparó en ellos-, D'angelo, ven, quiero presentarte a tu descubridora.

Ella sonrió con socarronería, dejando que viera un par de hoyuelos en sus mejillas que recordaba a la perfección.

- Ya nos conocemos, ¿verdad?

La chica de la discoteca de Roma...

A pesar del cambio de color en su cabello, estaba exactamente igual. La misma mirada penetrante, los labios llenos entreabiertos, y aquel cuerpo endiabladamente atractivo.

- Sí...- murmuró.

Ella se adelantó para abrazar a su compañero, que correspondió con una risita.

- Thomas, ¿cómo estás?

- No tan bien como tú.

- No seas galán- se burló la mujer-, ¿qué tal la pequeña Lilly?

No era capaz de procesarlo.

¿Cómo...?

- Deseando ver a su madrina.

Podía escuchar la conversación, pero no entendía qué estaba pasando.

Si ella era su ojeadora... eso significada que desde el primer momento supo quién era él y, por supuesto, que trabajaba prácticamente bajo su mando.

Debía reconocerlo.

Cuando aquél amigo suyo romano le dijo que les uniría "el destino" no se imaginó aquello.

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Placaje al corazón © -Amazon-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora