1.

122K 4.4K 229
                                    

Hizo el sprint final con las pocas fuerzas que le quedaban, dejándose caer después sobre la arena aún húmeda. Miró su pulsómetro y sonrió al ver que había conseguido el objetivo del día: 15 kilómetros.

Respiró profundamente el aire puro de Civitavecchia, maravillada con la tranquilidad que aquel sitio le proporcionaba.

Llevaba allí casi seis meses y había disfrutado de cada instante.

La armonía del momento se rompió cuando su teléfono móvil vibró bajo los cortos pantalones de deporte.

- ¿Sí?

- Cara, tienes que hacerme un favor.

Sus labios se curvaron en una leve sonrisa al escuchar a Francesco, un antiguo amigo romano, hablar con su habitual ansiedad.

- ¿Otro?- bromeó.

- Necesito tus dotes de relaciones públicas otra vez esta noche.

- No me hagas esto.- protestó, levantándose del suelo con un gemido.

La risa de Francesco sonó con claridad al otro lado de la línea.

- No te lo pediría si tuviera otra opción, pero me acaban de confirmar que van a venir unas personas muy importantes y no tengo a nadie para recibirlos.

Siguió parloteando un rato más sobre lo importante que era aquel negocio, que era gente a la que debían tratar bien, que no había nadie mejor que ella...

- Además, uno de ellos es uno de tus chicos- apostilló.

- ¿Cómo que uno de mis chicos?

Caminó despacio hacia el paseo marítimo, de vuelta a su nueva casa.

- Te hablo de que va a venir parte de la selección italiana de rugby, donde está...

- Giovanni D'angelo- terminó por él.

- ¡Exacto!

No pudo evitar una sonrisa.

El gran Giovanni D'angelo... Era uno de esos pocos afortunados que habían provocado en ella escalofríos al verlo jugar. Uno de sus elegidos.

Él, por supuesto, no sabía nada de ella, y esto no tenía por qué cambiar.

Tenía curiosidad por cómo le habría sentado la repentina fama, por lo que aceptó al instante y escuchó atentamente las instrucciones de Francesco mientras volvía tranquilamente hasta su precioso apartamento de un dormitorio en el centro de la ciudad.

Aquello era tan distinto a su hogar y a la vez tan acogedor que no podía evitar sentirse cómoda. La amabilidad italiana, sus comidas, su clima, aquella historia que rodeaba cada elemento, cada casa, cada monumento... Era precioso.

Eso, claro está, no hacía que olvidara su tierra. Echaba de menos Sídney, su propia casa frente al océano, la fuerza de las olas rompiendo. El mar allí era más bien calmo, como una balsa.

Con metódica rutina, puso la cafetera exprés en funcionamiento mientras se daba una rápida ducha con la que borrar el cansancio y el sudor de la larga carrera.

Se miró al espejo al salir, completamente desnuda, y no pudo evitar una leve sonrisa de satisfacción. Si sus jefes la vieran, no la reconocerían.

Gracias a su nueva pasión por correr, había perdido los casi diez kilos que hacía años pensaba que le sobraban y sus piernas volvían a ser firmes y definidas, como cuando estaba en el equipo de animadoras de la universidad.

Se revolvió el cabello con una risita. Había dejado atrás su larguísimo cabello rubio dorado y ahora lucía un bonito corte por encima de los hombros y de un color rojo intenso. Se daba baños de color semanalmente para mantenerlo así, sabiendo perfectamente que en cuanto volviera al trabajo debía deshacerse de él. No era un tono ni profesional ni discreto, dos características indispensables en su profesión.

Como casi cada día durante la última semana, su jefe la llamó mientras saboreaba entretenidamente una tostada con aceite de oliva frente al ordenador.

- Tienes que volver ya- fue lo primero que dijo.

Curvó los labios en una leve sonrisa.

- ¿Tanto me echas de menos, Jeff?

- No estoy para bromas, Ashley, está a punto de empezar la pretemporada y...

- No te preocupes tanto- le cortó-, volveré en una o dos semanas.

Sonrió al escuchar su característico gruñido de inconformidad.

Le conocía desde hacía tanto tiempo que distinguía perfectamente cada cambio en su humor de por sí inquieto.

- ¡Dos semanas!- protestó Jeff Hunter al otro lado de la línea- Eso es tardísimo, no podemos permitirnos...

- Volveré en cinco días, el miércoles.

Se apartó el teléfono de la oreja, sabiendo que su grito de júbilo podría dejarla sorda, mientras repasaba las noticias del día desde la pantalla del ordenador.

- Ya sabes que odio que tengas que acortar tu excedencia, lo que te ha pasado... bueno, es horrible, claro- siguió hablando-, pero ya sabes que a tu padre nunca le gustó demasiado ese chico...

Claro que no.

Su padre, el conocido jugador de rugby Jordan West, nunca había aprobado su relación con ese capullo insolente de Lloyd. Él siempre había querido que saliera con alguien como él, alguien fuerte, con carácter, un jugador de élite, no ese contable flacucho con voz débil y gafas de pasta.

"Te mereces algo mejor" le repetía prácticamente en cada visita, a veces incluso frente al susodicho.

Y ahora estaba claro, sí que se merecía algo mejor que aquella basura infiel.

- Ya, era un capullo.- frenó su monólogo tras demasiado tiempo escuchando su curiosa interpretación de una disculpa.

- Por eso debes centrarte en tu trabajo.

Asintió con un cabeceo divertido.

- No te preocupes, no puedo alejarme de él aunque lo intente- contestó, consciente de que en pocas horas estaría viendo a D'angelo.

Por suerte, la noticia de que en unos pocos días estaría de vuelta, pareció contentarle y pudo dejarle seguir con su rutina, que incluía dar un largo paseo por Civitavecchia, comer en uno de los miles de restaurantes italianos de la zona y seguir leyendo aquellos libros que había dejado atrasados durante los últimos años.

Era increíble, pero realmente se sentía impaciente porque llegara aquella noche.

Placaje al corazón © -Amazon-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora