4.

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Dio un sorbo a su gin-tonic, consciente de que la mirada azul tormenta de D'angelo llevaba clavada en ella desde que había entrado en la sala.

¿Y si Francesco tenía razón?

Por una noche no iba a pasar nada, al fin y al cabo sólo iba a ser sexo, sin sentimientos de por medio.

Era atractivo, y no iba a esforzarse por convencerse a sí misma de que no le deseaba. Era inútil.

Pero no, ¿qué estaba diciendo? Dios, trabajaban prácticamente juntos, aunque él no lo supiera. Era... era una locura, ¿no?

- Aún no me has dicho qué más tienes tatuado.

Cerró los ojos un instante ante la quemazón que recorrió las puntas de sus dedos al escuchar su voz, baja y profunda.

- Sigo sin tener confianza contigo- contestó con socarronería antes de volverse hacia él.

¿Por qué tenía que tener aquellos ojos tan bonitos?

Giovanni esbozó una sensual sonrisa, apoyándose contra la barra a su lado.

A pesar de sus tacones de doce centímetros, él seguía superando su altura al menos por un palmo.

- ¿No me vas a dar ninguna pista?

Se acercó un paso más, de repente envalentonada.

- No- susurró, cerca de su oído.

Sus ojos brillaron un poco más y tuvo que apretar todos los músculos de su cuerpo para no dejarse llevar por sus instintos más básicos.

- ¿Puedo suponer entonces que está en un sitio... impúdico?

- Puedes suponerlo, sí- se rio, bebiendo de nuevo de su copa.

D'angelo sonrió de nuevo, felino.

- Eso aumenta mi curiosidad.

Se subió de un salto a un taburete, inclinándose hacia él.

- Bueno, si sigues mirándome así el escote, acabarás viéndolo.

Incluso a pesar de su advertencia, el italiano no pareció azorado o contrariado, más bien al contrario.

Si hubiera tenido conversación semejante con Lloyd, su vergüenza hubiera acabado haciéndole bajar la cabeza. Su moral era nula, e hizo que ella dejara de ser aquella chica extrovertida y confiada para hundirse en un pozo de inseguridades.

Sin embargo, Giovanni se acercó un poco más a ella, causando estragos en su ritmo cardíaco.

- Perdóname, no sé dónde están mis modales- murmuró con esa seguridad en sí mismo tan arrolladora-, no he sabido contenerme al ver a una mujer tan impresionante.

Apretó los labios para no suspirar.

Pero qué le estaba haciendo.

Se echó a reír.

- No me hagas la pelota, eso no funciona conmigo.

D'angelo alcanzó otro taburete y lo acercó hasta casi pegarlo al suyo, apoyándose después en él para seguir hablando.

- ¿Y qué funciona contigo?

Definitivamente, si seguía hablándola con aquel tono de voz tan masculinamente torturador, acabaría cambiando de opinión y dándole la razón a Francesco.

- El alcohol- contestó con diversión, alzando la copa antes de dar un largo trago.

- Eso es fácil de solucionar.

Fijó la mirada en él mientras pedía otro gin-tonic para él.

Siempre había creído exagerado el atractivo que se le atribuía, pero ahora, cara a cara, no era capaz de encontrar algo en su físico que no pareciera hecho específicamente para deleitar al mundo.

Era extraño. Hasta aquel momento le había visto como un activo más para los Thunders, como parte de su trabajo, pero ahora...

- ¿En qué estás pensando?

- En que hasta ahora creía que las fotos de tus anuncios estaban retocadas- respondió sin titubear.

- Eres una de esas personas brutalmente sinceras, ¿no?

Eso era algo que su padre se había pasado la vida repitiéndole, que su sinceridad y su falta de vergüenza eran demasiado para algunas personas. Hasta que empezó a salir con ese capullo de Lloyd, claro.

- ¿Te molesta?

- Me gusta- replicó él con rapidez-, me gusta mucho.


Preciosa, franca y agradable.

Estaba gratamente sorprendido.

Cuando sus compañeros le contaron que habían organizado una salida nocturna, se esperaba verse rodeado de gogos descerebradas que sólo querían un instante de fama junto a él.

Y ahí estaba, sentado junto a una mujer espectacular y que parecía más madura e inteligente de lo que estaba acostumbrado.

- ¿Dónde aprendiste a hablar tan bien italiano?

- Mi padre me obligó a aprender idiomas- contestó ella-, sé inglés, italiano, castellano, francés y algo de alemán- dio otro trago-, además, hice un año de universidad aquí.

Asintió, intentando no mostrarse impresionado.

- Por el tatuaje de tu espalda, supongo que te gustará mucho el rugby- cambió de tema intencionadamente, sin poder quitarse de la cabeza lo bien que lucía aquel león semi-geométrico sobre su columna.

- Bueno..., podría decirse que el rugby forma parte de mi vida.

Alcanzó la copa que junto a su brazo dejó el camarero, dando un leve sorbo antes de volver la atención hacia ella.

Los rasgos de su rostro eran delicados, casi infantiles, los labios gruesos, la nariz respingona y unos bonitos ojos de un turquesa brillante, extraño y magnético.

- Hay algo en ti...- empezó a decir- que me resulta familiar.

Cassie se encogió de hombros con una leve sonrisa.

- Soy de Sídney, puede que alguna vez nos hayamos cruzado.

Negó con un cabeceo, convencido de que era imposible.

- Recordaría haber visto antes a alguien como tú.

- Vuelves a hacerme la pelota, D'angelo- bromeó ella.

- Llámame Giovanni.

Apretó las manos contra los bolsillos de los vaqueros para no extenderlas hacia ella al verla echar suavemente el rostro hacia atrás para saborear su copa, dejando que se deleitara con su bonito cuello desprovisto de joya alguna.

Hacía mucho que no deseaba a una mujer de aquella forma. Salvaje, incontrolable.

Definitivamente, tenía que ser suya.

- Giovanni...- la escuchó murmurar sin borrar la sonrisa.

Placaje al corazón © -Amazon-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora