7.

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No podía quitarse de la cabeza a aquella mujer...

- ¡Eh, D'angelo, sigue corriendo!

Inquieto, se revolvió el cabello y siguió moviendo sus piernas por pura inercia: derecha, izquierda, derecha, izquierda.

Hacía ya tres días desde que la había dejado tirada en aquel hotel, y, aunque no era la primera vez que hacía algo semejante, se sentía... sorprendentemente culpable. Sí, eso era: culpabilidad.

Ella había sido encantadora y apasionada como nunca había visto, y, a cambio, él se marchaba sin avisar siquiera.

Dios, ¿pero a qué venían aquellos remordimientos?

No la conocía de nada, y no le extrañaría que por su trabajo conociera a tipos como él cada noche.

Con un gruñido, aceleró el paso hasta situarse junto a sus compañeros de selección en el que sería el último entrenamiento juntos antes de volver a Sídney.

Llevaba trabajando en el otro lado del mundo algo menos de un año, pero se sentía cómodo allí. La gente era amable, estaba en el mejor club del mundo y tenía la grandísima suerte de tener como uno de los entrenadores a su ídolo: Jordan West.

- Dios, ¿pero qué te pasa?- preguntó Da Lucca.

- ¿Qué me va a pasar?

- Pareces distraído últimamente.

Últimamente no, podría decirle con exactitud en qué momento se distrajo: la noche del viernes, mientras le desabrochaba la blusa a aquella mujer.

- Estoy bien- repitió, más para sí mismo que para Piero.

Su compañero se encogió de encogió de hombros, retomando su ritmo habitual y, de nuevo, dejándole atrás.

- ¡D'angelo, corre!

Le lanzó una dura mirada a Andreas, su primer capitán, que le señaló con un sutil cabeceo a la grada norte.

Al ver a un grupo de periodistas reunidos en las filas más bajas con las cámaras apuntando directamente en su dirección, aceleró de nuevo, intentando despejar por completo sus ideas.


Las fotos del entrenamiento no tardaron en aparecer en la prensa, con titulares como: '¿Qué pasa con D'angelo?' '¿Lesión a la vista?' 'Ánimos por los suelos en el favorito italiano'.

Por supuesto, la llamada de Jeff Hunter, el presidente de los Thunders, tampoco tardó en llegar.

- ¿Estás lesionado?

Casi sonrió ante la ansiedad que se vislumbraba en su tono de voz.

- No, para nada.

- ¿Seguro? - repitió su interlocutor.

Las comisuras de sus labios se curvaron mientras se echaba hacia atrás en el cómodo sillón del salón de su casa en el centro de Roma.

- Tu contrato dice que si tienes alguna lesión debes comunicárnoslo, porque...

- Jeff, no estoy lesionado.

Una pausa al otro lado de la línea seguida de murmullos incomprensibles le dieron el tiempo suficiente para ir hasta la nevera y sacar un envase con un plato de pasta fresca que su madre le había preparado aquella mañana.

- West quiere hablar contigo. - dijo Hunter finalmente.

Asintió con un cabeceo a pesar de que sabía que nadie vería su gesto, poniendo la comida en una sartén y encendiendo el fuego correspondiente.

- Hola, Giovanni, ¿cómo estás?

- Bien, estoy bien.

- Le intenté explicar a Jeff que no parecías lesionado, pero ya sabes cómo es, se agobió al pensar que no podrías jugar. - comentó su entrenador con aquella voz baja y grave.

- Ya me lo imagino...

Observó en silencio cómo la salsa de calabacín, la mejor especialidad de su madre, se calentaba junto con la pasta hasta casi hervir y lo retiró del fuego.

- ¿Seguro que estás bien?

Apretó con fuerza el dedo en su sien derecha, midiendo con cuidado sus palabras.

- Sólo estoy algo distraído, de verdad que no es nada grave. – dijo finalmente.

- Eso suena a que tiene que ver con una mujer.

No pudo evitar una sonrisa.

Era increíble.

Jordan West siempre había sido su mayor ídolo, alguien a quien imitar. Lo había conseguido todo, y con un estilo de juego para nada convencional, sólo algo especial, único.

Y, ahora que le había conocido, había descubierto que no sólo era uno de los mejores jugadores de rugby de la historia, sino que, además, era una persona encantadora, con una empatía natural. Hacía que quisieras imitarle en cada aspecto de su vida, y eso era algo que nunca había sentido con ningún otro.

Tenía una especie de don para saber qué le pasaba a cada uno de los jugadores, qué les producía reservas o con qué no estaban seguros.

- Algo así...- reconoció.

- Italia está muy lejos para tener una novia allí, D'angelo.

Una carcajada escapó de sus labios ante su broma mientras servía la comida en un plato hondo y se sentaba en un taburete junto a la barra alta que separaba la cocina del salón.

- No me he echado una novia, sólo es una chica a la que conocí una noche y... creo que me comporté como un capullo.

- Si es algo que te tiene tan preocupado como para hacer ese entrenamiento pésimo que has hecho hoy, ve y discúlpate.

Disculparse. Claro.

Era algo que ya había pasado por su cabeza, pero no estaba nada seguro de que ella quisiera verlo después de todo. Y no soportaba bien los rechazos.

- Giovanni, hazlo- siguió diciendo West-, quiero que vuelvas en dos días con la mente totalmente despejada.

Con un gruñido disconforme, se despidió y empezó a prepararse un discurso perfecto para que su conciencia quedara en paz y pudiera centrarse en lo que de verdad importaba, su carrera deportiva.

Se acabaron las mujeres, se dijo.

K]Z]V

Placaje al corazón © -Amazon-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora