—¿Puedo ofrecerte una copa de vino?— dijo Hannibal.

—¿Por qué no un coñac?

Hannibal asintió, fue hacia su mueblebar del siglo XVIII, de dónde sacó dos copas bajas, anchas y con el cuello más estrecho, en ellas vertió una adecuada cantidad del licor ámbar oscuro, dejó la botella a la vista de su invitado a modo de cortesía y le extendió la copa.

Jonathan la tomó y dejó que se calentara con la temperatura de su mano, el doctor le señaló los sillones individuales y se sentaron frente a frente. Eckmann se acercó la copa al rostro y degustó los aromas del coñac, luego lo bebió con un gesto de genuina complacencia.

—Un Napoleón de al menos cien años— musitó con el característico hormigueo del alcohol en su lengua y su garganta.

—Ciento ochenta en realidad, pero confundible incluso para un fino paladar.

—No tan fino como tu olfato, explorador. ¿Aún puedes reconocer a alguien por su aroma?— dijo sonriendo.

—Mejor que eso, Jonathan.

—Oh, por favor Tristán, no seas aguafiestas, llámame Lancelot.

—¿Qué te trae hasta Baltimore Lancelot? Todos estos años tan cerca y jamás se cruzaron nuestros caminos hasta ahora, el destino no puede ser tan caprichoso— cuestionó dando un trago a su copa.

—Sabes que me trajo aquí— el tono de voz de Jonathan cambió por uno más serio e incluso sombrío.

Afuera el clima había cambiado una vez más, el cielo se había oscurecido por completo y los relámpagos se hacían notorios.

—La muerte de un amigo, a quien genuinamente conocías, y a quien utilizaste para encontrar a Galahad— continuó Lecter.

—Una respuesta correcta para esto... para el doctor—Lancelot miró alrededor y luego nuevamente a su interlocutor con sus chispeantes ojos negros— pero no para Tristán. Lo vi, vi las fotografías de ese hombre en el taller, entonces a mi mente vino el recuerdo de ese woad, el que asesinaste para vengar las heridas de Galahad, cada arma de su tribu al alcance utilizada en su contra, clavadas con tanta ira. Eso no se olvida Tristán, la muerte está en nuestra sangre, hay un apetito en nosotros por matar que es difícil eludir.

Lancelot hablaba con soltura, sus movimientos naturales mostraban refinamiento mientras su personalidad extrovertida se mantenía en análisis bajo la mirada color almendra del doctor.

—Al parecer conoces muy bien ese apetito.

—Lo conozco, tanto como las formas de saciarlo, tal vez menos espectaculares que las del Destripador de Chesapeake, pero no pretendo sorprender a nadie.

Jonathan Eckmann colocó las cartas sobre la mesa sin tapujos, mientras degustaba como un gato el licor, el alcohol calentaba su garganta y su mirada hiperactiva jugueteaba en todo el consultorio.

El doctor Lecter por su parte cavilaba las palabras de caballero frente a él, ¿dejaría pasar la descortesía de entrar a su casa? ¿acaso sus palabras eran una amenaza? ¿cuáles eran sus ventajas al asumir sus papeles tan pronto?, era claro que no había cabida para el chantaje, mucho menos ante el reconocimiento tácito de dos asesinos y ante ello, su propia desventaja era reconocer que no podía tampoco hacer aún lado su curiosidad sobre Lancelot, era un asesino, eso era evidente, se recordaban y ello era la respuesta a las primeras incógnitas planteadas ante el reconocimiento de Will como Galahad, aquello iba más allá de la simple eventualidad de que ambos se encontraran. Jonathan Eckmann era la prueba que necesitaba para demostrarle a Will que las casualidades no existían.

EternidadWhere stories live. Discover now