40 | Una idea descabellada

67.5K 8.4K 2.8K
                                    

40 | Una idea descabellada

NASH


No pude quitarme la idea sobre la que le había hablado a Olivia de la cabeza en lo que quedaba de mañana. Tanta fue mi obsesión, que dejé de darle importancia a las clases. Durante la hora de matemáticas, me dediqué a dibujar con lápiz en mi cuaderno un croquis mal hecho, basado en el plan. En música, lo coloreé. Y, después, en la hora de historia, acabé tirándolo a la basura porque me di cuenta de que nada de lo que había escrito tenía sentido.

Lo que empezó siendo un mero borrador del proyecto que me traía entre manos, acabó convirtiéndose en un plan suicida durante los veinte minutos que tardé en llegar a casa. Sabía que nada de lo que tenía pensado hacer era correcto. También que había muchas posibilidades de que saliese mal y que quizás estaba organizando mi propio destierro al infierno, pero nada consiguió que se quitasen las ganas de llevarlo a cabo.

Sí, era cierto: había mucho que perder, pero todavía más que ganar. Si las cosas salían bien, el resultado sería increíble.

Acababa de encontrar la forma perfecta de despedirme de ella como era debido, porque de verdad necesitaba hacerlo: tenía la enorme necesidad de dejarla ir, de recordarla, de honrarla y de que todo el mundo supiese quién y cuán importante había sido Eleonor Taylor.

Con este último pensamiento rondando por mi cabeza, llegué a la verja que rodeaba mi casa. Aguardé en silencio hasta que logré sacar las llaves del bolsillo trasero de mis pantalones. Luego, abrí la puerta y subí rápidamente las escaleras que llevaban al porche.

No se oía ningún ruido cuando entré en el vestíbulo. A primera vista, la casa estaba completamente vacía. El ambiente era tan frío, que parecía nadie hubiese entrado en ella desde hacía horas. La televisión estaba abajada, las persianas bajadas y las luces sin encender. Sin embargo, yo sabía que sí que había alguien allí dentro.

Solté la mochila en el suelo del pasillo, me deshice del abrigo y corrí escaleras arriba. Sidney debía de estar en su habitación, como era habitual. Ella siempre solía ser la primera en llegar del colegio. Sara, su cuidadora, iba a recogerla poco antes de la hora de comer y se encargaba de traerla a casa. Después siempre se iba, aunque supuestamente no debía hacerlo, con la excusa de que tenía recados que hacer y asegurando que volvería pronto.

Ni siquiera me tomé la molestia de llamar a la puerta antes de entrar en su cuarto. Tras echarle un rápido vistazo al dormitorio, divisé a mi hermana pequeña mirando por la ventana. Estaba de espaldas a mí y, a juzgar por la posición de sus brazos, debía tener un libro en las manos.

Mi sonrisa decayó. Por algún motivo, no quería que se diese la vuelta y que aquello que estaba hojeando resultase ser, en realidad, algo más personal y doloroso... como un cuaderno. Saber que, a pesar de todo, se había atrevido a releer la libreta de Eleonor conseguiría acabar conmigo.

—¿Nash? —indagó, mientras llevaba las manos a las ruedas de su silla para hacerla girar—. ¿Qué haces ahí parado? Me has asustado.

Mis ojos se clavaron en lo que sostenía sobre su regazo. Se me formó un nudo en la garganta. Mierda.

—Solo... solo quería preguntarte cómo te ha ido en el colegio.

—Oh, genial. He hecho un nuevo amigo. Se llama Carl. —Sonrió durante un segundo, pero después su rostro se llenó preocupación—. ¿Y tú? ¿Te encuentras bien? No sabía que hoy ibas a ir al instituto.

—Tenía que hacerlo. Llevaba más de cinco días sin ir clase. Los profesores me habrían suspendido si no hubiese vuelto ya. —Decidí dejar ese tema antes de liarla todavía más, y le pregunté—: Por cierto, ¿dónde está mamá?

Un amigo gratis | EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora