33 | Me muero de ganas de abrazarte

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33 | Me muero de ganas de abrazarte

Mentiría si dijese que los segundos que tardé en reaccionar fueron perdidos. Los labios de Nash se movían contra los míos suavemente, llevándose consigo todo lo que llevaba atormentándome las últimas semanas, y sus dedos clavados en mi cintura impedían que pudiese separarme un solo centímetro de él.

La boca le sabía a naranja. Jadeé, sorprendida, pero acabé cerrando los ojos y dejándome llevar. En el momento en que le agarré de las mejillas y empecé a devolverle el beso, tratando de seguirle el ritmo, un chute de adrenalina recorrió todo mi cuerpo. Entonces, dejé de pensar. Me olvidé de toda mi culpabilidad. De pronto, ya no me importaba si Jayden seguía a nuestro lado, observándonos, o si se había marchado.

Solo existía una persona, solo me importaba una persona, y era Nash.

Extasiada por el beso, los latidos de mi corazón se habían vuelto rápidos y desenfrenados. Me esforcé por transmitirle sin palabras todo lo que sentía. Quise decirle que lo había echado de menos, que necesitaba que me perdonase y que todo había sido culpa mía, porque me faltó valentía para contarle la verdad en su momento. Me moría por que supiera esas y otras cientos de cosas que esperaba que él pillase al vuelo, pues no podía encontrar las palabras adecuadas para definirlas.

En un instante de lucidez, recordé que necesitaba respirar y lo empujé para apartarle de mí, con las mismas manos que hacía unos minutos le ahuecaban las mejillas. Fueron apenas seis segundos. A mí me bastaron tres para soltárselo todo.

—Lo siento, lo siento, lo siento. Lo siento, Nash, de verdad que lo hago. Llevo días queriendo decírtelo. Siento haber dejado que Jayden me besase, siento no haber ido a decírtelo a tiempo, siento...

Él utilizó uno para responderme. Estaba sonriendo.

—Cállate.

Y le sobraron dos para volver a besarme de la misma forma que antes.

Esta vez no tardé tanto en reaccionar. Le rodeé el cuello con los brazos para impedir que se alejase mientras retrocedía a ciegas. Cuando mi espalda chocó contra la madera de una puerta, me percaté de que nos habíamos adentrado en el pasillo. El pomo metálico se me clavó entre los riñones y gemí de dolor en su boca. Nash se apresuró a girarlo. Después de eso, tiró de mí para hacerme cruzar el umbral de la habitación.

De inmediato, sentí cómo el frío de aquella noche de febrero me penetraba en la piel. Me separé un poco del chico para mirar alrededor. De entre todas las puertas que había en el corredor, nosotros habíamos escogido la única que no llevaba a un dormitorio. De hecho, el lugar en el que nos encontrábamos ni siquiera tenía cuatro paredes en condiciones.

La terraza.

Nash se volvió a mirarme con las cejas alzadas. Me eché a reír.

—Somos un desastre —le dije, a escasos centímetros de su rostro. Luego, puse mis manos en sus mejillas y lo atraje hacia mí para unir nuestras bocas de nuevo. Sonrió ante eso. A mí se me puso el estómago patas arriba.

Tras cerrar la puerta de una patada, me hizo avanzar a tientas hasta que sentí la verja del porche clavándose en mi cintura. Apenas me llegaba por encima de la parte baja de mi espalda. Tenía la altura perfecta, por lo que Nash no se lo pensó dos veces a la hora de hacer fuerza con los brazos para levantarme y sentarme sobre ella.

Una vez situada, enredé las piernas alrededor de su cintura y lo agarré del cuello de la camisa para pegar nuestros rostros. Pese a eso, seguía sintiendo que había demasiado espacio entre nosotros. El frío de la noche se fundía con el calor que desprendía su cuerpo. Se me puso la piel de gallina.

Un amigo gratis | EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora