15 | Mi canción favorita

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15 | Mi canción favorita


Olivia me llamó por la noche para hablarme sobre su «cita» con Mike. Estuvimos charlando un par de horas, en las que no dejó de repetirme lo guapo y divertido que le parecía su nuevo pretendiente, hasta que dieron las dos de la mañana y decidió cambiar el rumbo de la conversación y preguntarme acerca de Julie y todo lo que nos había dicho a Nash y a mí esa tarde.

Por muchas ganas que tuviese de irme a dormir —mañana tenía que levantarme temprano y no quería ir a clase con ojeras—, no pude resistirme a contarle lo sucedido. Así que terminé yéndome a la cama cuarenta y cinco minutos más tarde, pareciendo un zombi recién sacado de una película de terror. Lo único bueno de todo esto fue que, con todo el tema de la supuesta conspiración contra UAG, Olivia se enfadó tanto, que no se acordó de preguntarme nada acerca de Nash, por lo que me libré de contarle lo que había pasado entre nosotros.

Si es que de verdad había pasado algo.

Dado a que no había podido dormir más de cuatro horas seguidas, fui incapaz de prestar atención a las explicaciones de la señora Jameson el viernes por la mañana. Tener clase de francés a primera hora, el último día de la semana, era una auténtica tortura; pero si además esa clase la impartía la Señora Jameson, se convertía automáticamente en un pase directo al infierno. Suerte que, por lo menos, tenía unas vistas estupendas. Después de haber dejado a Grace hacía unas semanas, ahora Jayden siempre solía sentarse en frente de la mesa del profesor, de modo que podía pasarme la hora entera mirándolo sin ser descubierta desde mi asiento en la tercera fila.

Dejar de pensar en él y en nuestra cita de estudio —que íbamos a tener unos minutos más tarde— me resultó imposible durante la clase de matemáticas. Me pasé los cincuenta minutos haciendo garabatos en mi cuaderno y decorando su nombre con corazones, hasta que por fin, sonó la campana y pude emprender mi camino a la biblioteca.

Nada más llegar, corrí a sentarme en una de las mesas más cercanas a la puerta. Jayden entró unos segundos después, vistiendo unos pantalones negros, una camisa blanca y una chaqueta fina a cuadros que le quedaba demasiado bien. A partir de ahí, todo fue como la seda. La sonrisa creció en mi rostro hasta que me dolieron los labios, y me esforcé por mantener una conversación fluida durante toda la hora.

El problema llegó más tarde cuando, después de estallar en carcajadas por una broma íntima que teníamos entre nosotros —¡una broma íntima!—, un silencio incómodo se adueñó del ambiente. Viéndome en la obligación de decir algo, cogí mi libro de francés, que había estado apartado en una esquina de la mesa durante todo este tiempo, y lo abrí por una página al azar.

—Mmm... —mascullé—, ¿quieres que empecemos por aquí?

Jayden se inclinó sobre la mesa para ver qué estaba señalando. Su cercanía me puso tan nerviosa que tuve que esforzarme por no hiperventilar.

—Eso ya me lo sé.

Hice intentos por ocultar mi sorpresa.

—¿Has estado estudiando?

—Por supuesto. Quiero que la Señora Jameson se dé cuenta de lo mucho que me has ayudado. Te mereces que te ponga un diez en el boletín.

—Jayden...

—¿Puedo hacerte una pregunta? —soltó de pronto, mirándome a los ojos.

Pestañeé para salir de mi asombro.

—Claro.

—¿Qué haces esta tarde?

Tragué saliva, ¿qué significaba eso?

Un amigo gratis | EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora