Querida Sidney:
Una vez, cuando tenía seis años, mamá me contó su teoría. Me dijo que creía que el cielo es algo parecido a un espejo, y que las estrellas no son más que meros reflejos de las personas que habitan en la tierra. Ella pensaba que esas luces que iluminan el firmamento por las noches no provienen de alguna parte del espacio, sino de nosotros. Que son nuestras. Que las tenemos dentro.
Al principio pensé que estaba loca. Yo era muy pequeño, y todas esas cosas tan cursis me daban asco. Pero después, con el paso de los años, me di cuenta de que tal vez mamá no estaba del todo equivocada.
Ella creía que las estrellas eran cuerpos mágicos y potentes, aunque los considerásemos insignificantes. Porque eran como nosotros: seres pequeños que parecen carecer de importancia, hasta que alguien los mira con los ojos adecuados. Y entonces ellos mismos descubren su grandeza.
Supongo que eso es lo que quería enseñarme: la importancia de encontrar a alguien que sepa mirar, que sea capaz de ver todo lo bueno que hay en mí.
Alguien que piense que, si esa luz de la que tanto hablan es nuestra, y somos nosotros los que nos hacemos llamar estrellas, quizás haya llegado el momento de hacernos brillar.
Recuerda que puedes leer la versión mejorada de esta historia en papel, con escenas extras y un nuevo epílogo. A la venta en librerías de España y Latinoamérica :)
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Un amigo gratis | EN LIBRERÍAS
Romance«¿Cuánto tiempo necesitaré para olvidar cada segundo que hemos pasado juntos?» La vida de Nash es un desastre. Lo único que lo ayuda a desconectar de sus problemas es la música. Eso, y escribir. Cuando su camino se cruza con el de Eleonor, esa chica...