36 | Un ramo ideal

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36 | Un ramo ideal

NASH


Eleonor Taylor me volvía loco.

No sabía si era por su sonrisa, por la capacidad que tenía de hacerme sentir especial o por su forma de ser en sí, pero lo hacía. Cuando estábamos juntos, dejaba de ser un adolescente aburrido y me convertía en uno que se moría de ganas de hacerla feliz.

Eleonor era la única persona capaz de hacerme llorar y reír al mismo tiempo. Siempre lograba animarme, por muy mal que fuesen las cosas. Gracias a ella, podía olvidar todo el estrés con el que vivía en mi día a día y transportarme a un mundo en el que solo estábamos los dos. Como si fuésemos las únicas almas vivas sobre la faz de la tierra y no nos hiciese falta nadie más, así es como me hacía sentir.

Me aceptaba por mi forma de ser. A su lado, no me hacía falta fingir ser otra persona para encajar. De entre todos los chicos con los que podría haber estado, me eligió a mí. Y estaba seguro de que ella nunca sería verdaderamente consciente de lo mucho que le agradecía que así fuese.

Dios, la quería. La quería mucho.

Tenía la necesidad de convertir a Eleonor Taylor en la persona más feliz del mundo.

Quizás por eso me comportaba como un idiota cada vez que estábamos juntos. A lo mejor esa era la razón por la que me ponía de los nervios cuando me tocaba formar parte de una conversación en la que ella era partícipe. Tal vez por eso, hacía unos meses, era incapaz de hablarle sin balbucear y agregar varias palabras nuevas al diccionario.

Seguramente acababa de encontrar el motivo que justificaba por qué me había puesto de tan mal humor al enterarme de lo que había ocurrido entre ella y Jayden.

Irritado por este último pensamiento, me dejé caer en la cama y solté un profundo suspiro. A unos pocos metros de distancia, Sidney apartó la vista de su libro para mirarme. Estaba intentando decirme, sin hablar, que llevaba más de treinta segundos callado al teléfono y que ya era hora de romper el silencio.

Sabía que no tenía que hacerlo, pero la ignoré. Tenía demasiadas cosas en las que pensar en ese momento.

En realidad, volviendo al tema de Jayden, todo el mundo había terminado malinterpretándome en todo. Yo no estaba enfadado. Nunca lo había estado. No era ira lo que había sentido durante esos últimos días, sino decepción. Y no porque ella me hubiese traicionado, que era lo que Jayden había insinuado. Todo se debía a que, cuando él me contó su versión de la verdad —esa en la que yo no era más que un cero a la izquierda para Eleonor—, lo vi tan convencido, que llegué a pensar de verdad que no era el chico adecuado para ella.

En mi mente se había formado la idea —ahora sabía que errónea— de que quizás fuese demasiado poco para alguien así.

Si Eleonor era más feliz con él que conmigo, ¿tenía que dejarla ir?

¿Volvía a no ser suficiente?

Todos los problemas que habíamos tenido las últimas semanas habían sido por mi culpa. Si la hubiese escuchado en su momento, las cosas habrían sido diferentes.

—¿Nash?

Parpadeé al oír cómo pronunciaba mi nombre. De fondo, irrumpiendo en la tranquilidad de la habitación, Sidney me gritó que dijese algo. Así que lo hice.

—¿Si?

—Te quiero.

No había palabras suficientes en el mundo para describir el sentimiento que me estalló en el pecho al escucharle pronunciar eso. Inmediatamente, esbocé una sonrisa de oreja a oreja y me preparé para contestarle y decirle que sí, que lo sabía. Que yo también la quería y que no iba a cansarme nunca de darle las gracias por haber aparecido en mi vida.

Un amigo gratis | EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora