Capítulo 7

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Mi mente se remontó a la pelea que había tenido con Regina antes que ella dejara la casa por última vez. Había regresado luego de un vuelo y la encontré vestida con un traje sin hombros, a punto de salir a encontrarse con su amante.

— ¿Dónde están los niños? —pregunte con voz fatigada.

—Pasaran la noche en casa de mis padres.

—Los quiero en casa conmigo.

—Pues ve y búscalos. Tengo planes. Es mi cumpleaños número treinta.

Con la nariz levantada, recogió la cartera y se marchó, pasando a mi lado, en dirección a la puerta.

La tome del brazo.

—Estoy cansado de que me pases a tus amantes delante de la nariz.

— ¡Que lastima! —sus ojos dispararon fuego; su voz me desafiaba a que tomara acción—Ahora quítame la manos de encima—todavía podía oír el cortante frio tono de su voz.

Apreté con más firmeza su brazo. Tenía deseos de abofetear a la presumida; su cara de arrogancia me hacía hervir internamente, pero no iba a maltratar a mi esposa, hiciera lo que hiciera.

—Mira Regina, ¿por qué no admitimos que este matrimonio es una farsa y lo terminamos?

—Este arreglo funciona bien para mí.

— ¿Qué hay de Thomas y Abigail? En poco tiempo tendrán edad suficiente para darse cuenta de que su mamá es una prostituta.

—Espero que antes de eso, se den cuenta de lo hipócrita que es su papá. Recitas tu filosofía religiosa, pero ¿quién es más feliz, tu o yo? La paso muy bien todas las noches, mientras tú te afliges por haberme conocido. Los hombres no se pueden resistir a mis encantos. Tú no pudiste y ningún hombre que yo quiera, tampoco puede. Tengo poder y tú no tienes nada. ¿De quién crees que quiero que aprendan mis hijos? Ahora suéltame.

La solté y sus tacones retumbaron al caminar rumbo a la puerta principal. Hizo una pausa antes de salir.

—No me esperes despierto—su sonriso hizo que me enojara aún más.

Regina había aprendido a hechizar a los hombres a los trece años usando su belleza y su cuerpo en su propio beneficio. A pesar de que en algún momento no podía quitarle los ojos ni las manos de encima, el poder que ejercía su atracción física había cesado bastante tiempo antes de su muerte. En el último tiempo ella me asfixiaba colgada de mi cuello como un albatros.

De vuelta del entierro tenía que enfrentarme de nuevo con mi suegra; respire profundo tratando de encontrar valor para entrar a la casa. En ese momento mi papá salió al vestíbulo.

—Hijo, escuche lo ocurrido. Lo siento. Entra conmigo, me asegurare de que nadie diga nada cruel—fiel a sus palabras, John Crawford no se apartó de mí.

Intente entablar una conversación amena con aquellos pocos que se me acercaron con simpatía. La mayoría me evitaba, aparentemente, por o saber que decirme.

Al día siguiente los Harris regresaron a su casa, sin Sophia. Ella les dio una lista de objetos personales para que le enviaran. Mis padres se fueron al día siguiente ya que mi papá tenía una conferencia misionera preestablecida, la cual lideraba.

Mi madre al darle un abrazo de despedía a Sophia le dijo:

—Sophia, muchas gracias por ayudar a Henry. Es mucho más fácil marcharse, sabiendo que estas aquí para cuidar a sus hijos.

Advertí que Sophia se alejó discretamente, dándome unos minutos a mí y a mi familia para estar a solas. Temprano ese mismo día Sophia se había mudado de la habitación de Abigail a la de huéspedes. Mi mamá la había ayudado a limpiar y ponerla en condiciones. A Sophia no se le veía cuando, al rato los niños y yo nos acercamos. La llame desde el vestíbulo.

—Enseguida salgo. Estoy haciendo la cama.

— ¿Qué piensas del lugar? Su que es pequeño.

— ¡Es perfecto! Me gusta mucho. Lo que más me gusta es la mecedora en el pórtico.

Abrió la puerta y entramos a su pequeña residencia.

— ¿Has venido a Nashville anteriormente? —pregunte.

—Nunca.

— ¿Por qué no vamos a comer pizza y a pasear? Pensé que podríamos tomar un descanso del trajín de estos últimos días.

—Me parece buena idea. Denme unos minutos.

Cinco minutos después Sophia apareció en la puerta principal vestida con pantalones vaqueros, converse, un blusa rosada y un suéter amarrado a la cintura. Se había recogido el cabello en una cola de caballo. Sus ojos oscuros de iluminaron al verme salir con los niños.

—Bueno, tienes que elegir; un rica pizza y niños tristes, o mala pizza y niños muy felices.

Sophia miro a Thomas, sus ojos le suplicaban tomar la decisión correcta.

—Comeremos mala pizza—se inclinó y abrazo a Thomas—. Los niños felices son mucho más importantes que los estómagos felices.

Le sonreí y le guiñe un ojo.

—Gracias.

Sufrimos un poco con la mala pizza pero disfrutamos viendo jugar a los niños, pasear en calcetines y ganarse premios. Luego la pasee en automóvil por los lugares interesantes de Nashville y le enseñe a Sophia el consultorio de pediatría y el supermercado más cercano.

Luego de bañar a los niños y contarles cuentos, le mostré a Sophia las alacenas y los armarios para que supiera donde encontrar lo que pudiera necesitar.

—Esta mañana hable con Iván, mi socio, y me insistió en que tome otra semana más. Pensé que sería divertido hacer de guía turístico y entrar a ver algunas atracciones en vez de pasar solo por la puerta. ¿Te interesa?

—Sí, me gustaría mucho. Nunca antes había estado en el sur.

—Empezaremos mañana. Estate lista a las nueve.

—Te veré entonces. Buenas noche, Henry.

—Buenas noches, Sophia.

Vi cómo se marchaba a la casa de huéspedes,luego cerré con llave la puerta de atrás y apague las luces de la planta baja. Despuéssubí la escalera a mi habitación. En ella comencé a buscar mi Biblia, la cualno encontraba hacía tiempo. Necesitaba encontrar de nuevo el camino hacia miPadre celestial. 

No te dejaré©Όπου ζουν οι ιστορίες. Ανακάλυψε τώρα