Capítulo 30

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—¿Qué le pasa a Drew? hace dos días que no le veo. —Me pregunta la pelinegra cuando entra en mi casa.
—Tiene un caso. Un niño rico, su familia se arruinó y acabo golpeando a su madre porque no le daba dinero. Quieren alegar que sufre affluenza pero no funcionará. —Le explico, sentándome junto a ella.
—Es interesante... —Muerdo mi labio inferior y asiento.

—Adora su profesión. Ni siquiera puede permanecer quieto estando de vacaciones.
—Comento.
—He visto trabajadores con menos espíritu. Él, para ser sólo un estudiante, le pone empeño. No me lo negarás. —Suspiro y dejo salir un "sí..."
El timbre vuelve a sonar y pongo a Tobi, que ya se me ha acoplado, sobre Becca.
A pasos rápidos abro la madera y me encuentro con una rubia sonriente y una bolsa.

—¿Alguien puede teñirme? mi vecina no lo quería ya y me lo ha regalado. —Mece un bote de tinte en el aire mientras sonríe.
—Además ya tenías raíces...
—Moira golpea a la morena y yo me quedo observando.
—¿Es rubio, no? —Rueda los ojos ante mi pregunta.
—Que va, es azul cielo.
—Chasqueo la lengua.

Subimos a mi habitación y cambio mi ropa por una bata muy antigua y ya algo rota, unas zapatillas viejas y un moño desaliñado.
Becca, por su parte, se pone un chándal enterizo lleno de pintura seca.
La rubia se sienta frente a nosotras y ambas dos nos ponemos los guantes.
Comenzamos a separar su cabello y añadir el tinte.
—Aleja el espejo, Bebecca. —Pide la rubia.
Becca gruñe y aparta el espejo, poniéndolo sobre la cama.
Cada una se encarga de la mitad de la cabeza de la mujer y terminamos en pocos minutos. Repasamos el cabello un par de veces y nos dedicamos a esperar.
—Esto pica como la mierda.
—Lloriquea, soplando como si eso fuera a hacer algo.
—¿Cuántas veces te has teñido y sigues diciendo lo mismo? —Le espeto.

—Touche —El tiempo pasa y la ayudamos a llegar hasta el baño.
Enjuagamos su cabeza y luego la secamos.
—Sígueme el juego. —Codeo a Becca y ésta me mira sin entender nada. Carraspeo.
—Moi... —Llamo su atención, usando un tono de sorpresa y dolor.
—Dime. —Va a tomar el espejo pero me interpongo en su camino.
—Creí que lo del azul era una broma. —Vuelvo a utilizar ese tono y ella levanta una ceja.
—Y era una broma, Jane.

—¿Ah, sí? —La ojiverde pone los ojos en blanco y asiente.
—Entonces tengo una mala noticia... — Dice la pelinegra. Le regalo una sonrisa tímida y la rubia abre los ojos como platos.
—¿Soy un... pitufo? —Asentimos despacio.
—Soy un pitufo. —Repite en voz alta, sin creerlo.
Y entonces, hace algo que rompe mi jodido esquema.
Sale a correr.
—¡Soy un pitufo! —Exclama una y otra vez mientras sale a la calle.
Mierda.
—¡Moira, no! ¡era una broma! —Y todavía usando incluso los guantes, corremos tras ella.

La escena no puede ser peor; una rubia desquiciada que corre calle abajo gritando "soy un pitufo" y dos chicas vestidas con una bata rota y un chándal sucio, corriendo detrás de ella.
—¡Puta rubia! como corre el galgo este. —Vocifera mi compañera de crimen mientras seguimos tras la muchacha.
Acaba parando tres calles más allá y siento la necesidad de una botella de oxígeno.

—¡Era una broma, imbécil! —Le grita la morena en toda la cara.
Y la rubia vuelve a hacer algo que rompe mi esquema; comienza a reír.
Ríe como una maldita loca de psiquiátrico.
—"Sígueme el juego" —Me imita.
—¡Eso te pasa por hija de puta, Jane! y tú por cómplice. Tenéis que ver vuestras caras ahora mismo... —Se dobla mientras agarra su estómago.

La muy perra nos ha gastado la broma de nuestra vida.
—¡Ellas dos se lo merecen, abuelo! —Le grita a un pobre señor que nos observa.
—A por ella. —Gruño entre dientes y la ojimiel asiente convencida.
Así pasa nuestra mañana libre, entre momentos de lo más peculiar.
La tarde cae y Matthew y yo nos vemos durante poco tiempo.

Dulce venganzaWhere stories live. Discover now