Capítulo 8

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Doy otro mordisco a mi tostada mientras mantengo la vista fija en la mesa. Apenas son las diez de la mañana y ya estoy muerta del asco.
Maldito sea Tom y su jodido instinto paternal.
Hace rato dejé de intentar ver la televisión pues me deprimía tener que inventarme los diálogos.

Leer tampoco funcionó en su tiempo, no me centraba en la historia y todo lo que podía pensar era en cuanto desearía que encontraran un antiguo fósil y les pararan la obra.
Suspiro, por quinta vez en dos minutos.
Decido que limpiar la casa puede ser un buen entretenimiento.

Me levanto de mi lugar y tomo el material necesario para la limpieza. Camino escaleras arriba y entro en mi habitación.
El sonido aquí es insoportable incluso con los tapones puestos.
Asqueada, abro la ventana y me saco uno de los tapones.
—¿¡No podría hacer ese jodido edificio en silencio?! —Grito con todas mis fuerzas. Es la más tonta de las preguntas pero sólo necesito descargar mi frustración un poco.

—¿¡Es usted idiota, señorita?!
—La respuesta corta es "sí" la larga es "no, pero tengo una pierna inválida y necesito gritar".
Bufo. Ni siquiera me apetece dar una respuesta.
—Pues un poco. —Digo en voz baja.
Sigo limpiando tan bien como me permite mi extremidad lastimada.

Siento una vibración intensa en mi bolsillo y saco el móvil de éste. El nombre de Drew ocupa toda la pantalla. Respiro hondo antes de quitarme los tapones y contestar.
—¿Si? —Oigo un "uh" proviniente de la otra línea.
—¿Jane? ¿por qué gritas?
—Frunzo el ceño y entre cierro los ojos.
—Lo sient- me detengo a mi misma cuando me doy cuenta de que sigo gritando. —Lo siento, obras.

—Oh, joder —Ríe. —mala suerte.—Un pequeño silencio envuelve la llamada. —¿qué tal tu pie?
—Mejorando... gracias.
—Ya... oye, lo siento. Tenías razón, fué mi culpa. —Muerdo mi labio y suspiro.
—No, tú la tenías. Yo dejé caer el vaso. —Admito.

—Dejemos eso ahí ¿vale? no vale la pena pelear por un estúpido vaso. —Suelto una carcajada y niego.
—Tom me ha amenazado. Si vuelvo en menos de una semana, me denunciará. Me aburro como la ostra más aburrida de todas.
—Oigo como ríe.
—Lo sé, fuí hace un rato. El helado no sabe igual si no lo haces tú.

Apreto la mandíbula.
—No sabrás de mí en una semana, ¿y te preocupas por el helado? —Finjo estar ofendida.
—¿Quién ha dicho que no sabré de ti en una semana? Hoy mismo iré a visitarte. —Anuncia. Niego al instante aunque sé que no puede verme.
—Voy a salir justo ahora. Tengo una... cosa que hacer. —Chasquea la lengua.
—¿Cuando estarás libre?
—Insiste. Sonrío.
Ni siquiera sé porque actúo como si pudiera verme.

—Por la tarde estaré totalmente libre. —Bromeo.
—Hecho. Hasta luego, Jane. Mejórate.
Me cambio de ropa y cojo una chaqueta antes de salir.
No sé muy bien a donde me dirijo, la verdad es que no tengo nada que hacer pero no me apetece lidiar con Drew ahora.
No tomo el camino al trabajo, si no la dirección opuesta.

Nunca he explorado la zona, siempre voy con demasiada prisa a todos los lugares como para fijarme en detalles.
Paseo durante al menos veinte minutos, mirando cada pequeño rincón de esta bonita ciudad.
Cuando quiero darme cuenta, me encuentro frente a un lugar de recogida de animales.
Decido entrar.

Hay una pequeña recepción y luego una puerta que me imagino que lleva hasta los animales.
—Hola, buenos días. —Saludo a una señora probablemente cuarentona de pelo similar al fuego.
—Buenos días, ¿en qué puedo ayudarla? —Muerdo el interior de mi mejilla mientras dudo.

—La verdad es que no tengo ni idea de como he llegado hasta aquí. —Confieso. La mujer sonríe.
—Bueno, no pierde nada por echar un vistazo, a estos pobres animales no les queda demasiado tiempo. —Oh, justo en el corazón.
—¿Por qué los matan? ¿no pueden llevarlos a un refugio o algo así? —La señora sale de su lugar y abre la puerta.

Dulce venganzaWhere stories live. Discover now