Capítulo 2

254 32 26
                                    

La máquina de café termina de verter el oscuro líquido sobre el vaso y lo tomo entre mis manos con mucho cuidado

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

La máquina de café termina de verter el oscuro líquido sobre el vaso y lo tomo entre mis manos con mucho cuidado.
Doy un pequeño sorbo antes de encaminarme hacia mi habitación. Es muy temprano y hoy tengo turno de tarde en HeladoWorld.

Abro las puertas del armario y tomo unos pantalones, ni siquiera me molesto en fijarme en su color o forma. Una camiseta será suficiente para un día como hoy.
Al final veo que el pantalón es marrón claro y la camiseta es a rayas negras y blancas.
Cojo una pequeña bandolera donde meto el móvil, dinero y las llaves y me dispongo a salir.

Decido ir caminando esta vez. El viento sopla con tanta fuerza que tengo que apoyarme en las paredes para no volar -literalmente-.
Veo a un grupo de adolescentes que caminan sonrientes. Después a un señor que se aferra con fuerza a su abrigo.

Vemos a miles de personas cada día, todas ellas sonriendo.
Pero ¿cuántas lo hacen de verdad?
¿cuántas son felices de verdad?
Yo soy una más.
Sonrío y trabajo. Digo que estoy bien y con mis veinte años todo el mundo lo cree.
Pero ¿cuántas personas conocen la verdad?

Llego al Hudson en tan sólo quince minutos. Me quedo varada frente a la puerta, sopesando las posibilidades que tengo.
Lleno mis pulmones de aire, alzo la cabeza y comienzo a adentrarme en el centro médico.

Recorro a pasos decididos el largo pasillo que me separa de la sala de espera. Cuando llego allí, mis ojos sólo se centran en la habitación de mi madre.
—Hija. —La voz de mi padre me hace saltar en mi sitio y en un instante me pongo de pie, de forma defensiva. —Vamos a tener que esperar un rato más todavía.

—Esta bien, papá. —Sonrío. Sus ojos se achican cuando me sonríe de vuelta.
—Voy a salir fuera ¿vale?
—Asiento antes de verle marchar.
Recorro la sala con mi mirada, mis retinas observan una máquina de snacks que está a unos pasos. Mi niña interior me hace sentir una pequeña gula creciente que me impulsa a ir hasta ella.

Pero me detengo cuando mis iris captan al chico de ojos azules.
¿Es normal sentir que la sangre te hierve? Podría cocinar en mis venas. Respiro hondo, es una buena oportunidad.
Esta es una buena forma de dejarme ver.
Que comience el plan.

Tomo aire y vuelvo a avanzar hasta estar frente a la máquina.
Primero tengo que descubrir si se acuerda de mi. 
Saco una moneda de mi bolsillo trasero, la introduzco en la ranura indicada y marco el código.
El dulce se mueve pero queda atrapado antes de salir. Maldita sea.
No puedo quedar en ridículo. No ante él.

Le doy un par de golpecitos al mamotreto pero sigue sin funcionar. Trago saliva mientras mi paciencia se evapora con rapidez.
Vuelvo a dar un golpe más pero ambas cosas -mi moneda y mi chocolatina- están atrapadas.
—¡Maldita máquina del demonio! —Mierda. No debería haber dicho eso en voz alta.
Me arrepiento en cuanto las palabras cruzan mis labios.

Pero ya es demasiado tarde para lamentarse y sólo puedo rezar para que sea sordo y no me haya oído.
Oigo una pequeña risa a mi lado y esa opción queda descartada.
—Estos cachivaches suelen fallar. —Pestañeo. Se está dirigiendo a mí. Su voz no es nada grave pero tampoco es aguda. Es algo así como intermedia.
Controlo los instintos violentos que amenazan con destruir mi plan y me giro sobre mi tronco unos 180 grados. Ahora que está de pie frente a mí, puedo decir que no es un chico demasiado alto. Pero aún así es bastante más alto que yo.
Le doy mi mejor sonrisa. Y también la más falsa.
—No llevo ni diez minutos aquí y ya quiero irme. —Suelto con voz quejumbrosa.

Dulce venganzaWhere stories live. Discover now