35• Te necesito

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Por fin hay salseo del weno,
nenes y nenas.

•••

Sujeto el picaporte entre mis manos con firmeza. Es la quinta vez que toco el timbre, pero al parecer no hay nadie en casa. Todo está cerrado a cal y canto y, todo está en absoluto silencio a excepción del sonido metálico que emite la valla, cada vez que una ráfaga de viento empuja la puerta hacia los barrotes oxidados. Pego la oreja al tablón de madera y repentinamente escucho a lo lejos el sonido de la licuadora. Ahora ya no es el ansia por qué me abran, lo que me deja exhausta, sino el porqué nadie contesta si todos están oyendo el timbre. Mis manos no se detienen, levanto el puño y de nuevo comienzo a aporrear la puerta con firmeza, a diferencia de que esta vez vocifero el nombre de Ethan en voz alta para que al menos pueda distinguir mi voz.

De repente y sin tener la menor idea de por qué, separo el cuerpo de la entrada y me pongo una mano en el pecho. Me cuesta respirar porque el aire pasa por mis pulmones a trompicones y me ahogo cada segundo que pasa y no puedo mover la mirada del felpudo. Un tic tac desconcertante me agita los sentidos y sin saber cómo, el picaporte de la puerta comienza a dar giros desorbitados de 180° sobre su eje. La manivela se desprende de su sitio y sin quererlo suelto un grito ahogado. No puedo despegar la vista de ella; sigue rodando hasta llegar a mis pies y se pone boca arriba dejando ver el número dieciocho con números saltones. Las piernas me tiritan más que la gelatina, ni siquiera sé cómo todavía sigo manteniéndome en pié.

Me asusto pero no lo suficiente. Recobro la respiración más rápido de lo que la he perdido y visualizo la puerta con interés. En situaciones extremas, medidas desesperadas. Tomo carrerilla mientras analizo la ventana semi abierta que hay justo al lado y me preparo para comenzar a correr. El primer impacto es duro; el cristal se rompe en mil añicos y cuando abro los ojos, como era de esperar no estoy dónde había planificado.

Los muebles, el olor a hollín viejo, la pintura de la pared despedazada, ahora una mezcla de astillas y cristales por el suelo... Definitivamente las sospechas se han convertido en realidades innegables. Estoy soñando de nuevo.

La casa de Scarlett se había convertido en mi residencia personal.

Pero algo había cambiado. El olor predominante ya no era un aromático fétido, sino más bien un olor metálico muy similar al de la sangre. Cómo si algo se estuviese desintegrando; carne putrefacta. Me agacho un poco más sobre el suelo y observo que efectivamente los rastros de la moqueta son huellas rojas. Algo me dice que Scarlett no está sola y aún peor; que la persona que la acompañaba no es una buena compañía. Sigo el rastro con sigilo y pisadas de lince hasta los primeros escalones. Están repartidas por todas partes; hay siluetas de manos por las paredes, muebles, la barandilla de la escalera y peldaños; pero ya no son rojas, sino negras. Es mucho peor que cualquier casa del terror. Tomo una respiración rápida intentando no oler más de lo necesario y con avidez vuelvo a bloquear el paso del aire hacia mis fosas nasales.

¿Qué demonios está pasando?

Como usualmente, mi cerebro me ordena que no siga subiendo los peldaños, me recuerda que un día la curiosidad mató al gato; pero luego está ese instinto que actúa por sí solo y no deja paso a otra cosa que no sea la intriga y estupidez. Sujeto la barra de madera con firmeza, y comienzo a subir peldaños con cuidado de no tropezar. Puede que Scarlett no me cayese del todo bien (por no decir nada bien), pero sabía a ciencia cierta que si yo hubiese estado en su lugar, ella hubiese arriesgado todo, incluso sin conocerme demasiado, para venir a ayudarme. Era cuestión de altruismo y principios. Algo que te sale por naturaleza propia; incluso si eso quiere decir salvar a alguien a quién solo le deseas la muerte.

Dark SecretsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora