—No me odies.

—Ya te he dicho que...

—No quiero que te enfades conmigo.

—No estoy enfadada, Nash, por el amor de Dios.

Juntó las cejas todavía más.

—¿Entonces qué te pasa?

—¿A mí? Nada.

—Pero no estás bien —insistió, y volvió clavarme un dedo en el brazo—. ¿Me odias, verdad?

—Oh, Dios mío, eres tan...

—¿Estresante? Lo sé —asumió—. Y tú eres tan...

—¿Rara? ¿Insoportable? ¿Inmadura?

Me miró en silencio durante unos segundos. Acto seguido, esbozó una media sonrisa.

—Yo iba a decir preciosa, pero sí, eso también me vale.

Fue un acto reflejo; cerré mi cuaderno de un golpe y me volví hacia él. Entonces, cuando menos me lo esperaba, Nash acercó su rostro al mío y me plantó un tímido pequeño beso en los labios que apenas duró unas milésimas de segundo. Ni siquiera tuve tiempo a corresponderle antes de que se separase.

Tras aumentar el volumen de su sonrisa y, por consiguiente, el de la mía, me pidió:

—No te enfades, ¿vale?

Estaba a punto de responder, cuando sentí como dos personas más ocupaban la mesa. Scott y Olivia se sentaron junto a nosotros; ella tenía los labios pintados de su característico labial rojo pasión, mientras que él traía una bandeja llena de comida en las manos. La chica fue la primera en hablar:

—Así que tenemos una nueva antagonista —comentó, despreocupada, y yo fruncí el ceño. No sabía a dónde quería llegar—. Julie nunca me cayó bien, pero ahora que sé que es una niñata rompe-relaciones la odio todavía más.

Por poco me atraganto con mi propia saliva. ¿«Rompe-relaciones»?

Me quedé un rato en silencio, mirando cómo mi mejor amiga rebuscaba en su mochila hasta dar un paquete de galletitas saladas y empezaba a comérselas de dos en dos. Al darse cuenta de que ella no iba a darme explicaciones, Nash procedió a hacerlo su lugar.

—Se lo he... —balbuceó—. Se lo he contado esta mañana... durante la clase de historia.

—Y me lo ha detallado todavía más en la hora de matemáticas —añadió Olivia. Luego, arrugó la nariz y se volvió hacia el chico—. No he prestado atención al profesor por tu culpa. Si suspendo, el karma se pondrá de mi parte y te remorderá la consciencia durante el resto de tu vida.

—No vas a suspender —la cortó Scott, cansado—. Siempre dices lo mismo y terminas aprobando con buena nota.

—Hay dos razones para eso —contestó ella—. La primera es que soy fabulosa e inteligente. Y la segunda, que no ingiero ningún potingue venenoso que pueda afectar al rendimiento de mis neuronas —agregó, mirando con asco su plato de sopa.

El pelirrojo rodó los ojos.

—La sopa de la señora Duncan es la mejor que he tomado en mi vida.

—Eres un idiota.

—Por lo menos mi color de pelo es natural.

—Sí, pero también horrible.

—Cállate.

Cilliti.

—¿Por qué eres tan infantil?

—¿Pir qui iris tin infintil?

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