Capítulo XCVII: El último juego.

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El grado de felicidad que estaba sintiendo en ese momento era proporcional a las ganas que tenía de gritar de la emoción, pero solo mordí mis labios con una sonrisa radiante y esperé a que Harry saliera de la habitación. El muchacho me observó con extrañeza cuando me distinguió en la puerta de los vestidores, entonces echó un vistazo por su espalda con una sonrisa divertida y me sacó hasta el pasillo de la escuela con su mano en mi brazo derecho mientras escuchaba los sonidos de besos que hacían sus compañeros adentro.

—No viste nada allá atrás, ¿no?

—¿Te refieres a todos los pechos desnudos y a los chicos que se estaban cambiando de ropa? —Le toqué las narices con una sonrisa que delató mi comentario bromista, negando con la cabeza para darle un respiro de serenidad—. Maggie también está allá adentro así que tampoco es como si hubiese cosas de las que escandalizarme.

Harry rió con su mano entre la mata de rizos castaños, contemplándome con un extraño brillo en los ojos cuando se decidió por preguntar. —¿Puedo saber el motivo de tu honorable visita, Bunny Bear?

—Bueno, pues, esto no es el teatro —Saqué a la vista el estimado muñeco que adquirí para el muchacho, mostrando el juguete con la pierna rota junto a un ovillo de vendaje que yo misma me encargué de envolver escrupulosamente—, pero te lo dije en el primer partido del año escolar y considero que la suerte no tiene reglas para las circunstancias, de modo que te vuelvo a decir con todo mi corazón que deseo que te rompas una pierna.

El chico me miró con una cara que demostraba cuán conmovido estaba por la intención, tocando su pecho con ese gesto de «qué chica tan detallista tengo en frente de mí» cuando le aticé un golpe en el pecho.

—¡Aunque no te lo tomes tan a la ligera, Harry Edward Styles! —Exclamé—. Porque te juro que si terminas el partido con la pierna fracturada, voy a romperte la otra con mis propias manos y puedes estar más que seguro de que no voy a tener compasión contigo, ¿me escuchas?

Mordió su labio con una sonrisa que hizo que mi cerebro se desconectara del planeta Tierra, pero afirmó antes de tomar el objeto entre sus manos y ladear el labio en una sonrisa más templada.

—Este es el regalo más espeluznante que he recibido en toda mi vida —Parpadeó por un par de segundos con el obsequio asegurado en sus dedos, comiéndoselo con la vista como si fuese una reliquia de la dinastía china antes de alzar la mirada hasta mis ojos—, pero esa es la razón por la que te amo, así que también lo veo como la cosa más encantadora de la que he tenido el placer de admirar. Muchísimas gracias, Aileen.

Mi mano derecha se aferró a mi brazo izquierdo entre tanto observaba al suelo con mis mejillas teñidas de escarlata. —¿Así que me amas porque soy una persona lúgubre? Debe haber algo malo contigo, esperpento.

—¿No has escuchado? Estuve pisándole los talones a la chica que me gusta por más de trece años para poder ir a vivir con ella; vamos que está más claro que el agua que las tuercas no me funcionan correctamente, espantajo.

Ambos estallamos de risa en el pasillo del edificio porque eso era lo que ocurría cuando compartías el mismo sentido del humor con otra persona. De cualquier manera, el chico fue llamado en el vestidor por su entrenador así que nos miramos con otra sonrisa y asentí en entendimiento al saber que no tendría tiempo para hablarle en lo concerniente a la gran noticia.

—Patea sus traseros, Lobo.

Recibí un beso fugaz con uno de sus reconocidos guiños antes de tirar de mi gorra hasta la punta de mi nariz para hacer que me queje como una niña de ocho años, devolviendo la gorra a su posición original al tiempo en que lo observaba retirarse con su muñeco hasta el interior del vestidor. La puerta tenía el mismo emblema que el frente de mi gorra, el de aquel lobo que representaba a la academia de Melbourne con los colmillos a la vista.

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