Capítulo LXXXV: La verdad sale a luz.

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La noche comenzó a caer cuando caminé con pasos nerviosos por el campus de la academia. Tuve que leer el mensaje diez veces para asegurarme de que era real, e incluso cuando Patrick vio lo mismo que yo, aun creía que era una realidad fantaseada por mi imaginación.

―Apresúrate ―dijo mi amigo al leer el texto, sabiendo todo el asunto de Hardcox y LadyLigeia cuando me despidió hasta el pasillo y cerró la puerta en frente de mi nariz.

Parpadeé con la boca abierta. ―Esa... es... mi habitación. ―La información no causó ninguna emoción en el pelirrojo pernicioso, abandonándome en la tormenta del pasillo con un montón de vacilaciones en mi cabeza.

«¿Quiero saber la verdad? ¿Estoy preparada para saber la verdad? Bueno, no tengo por qué apresurarme con las suposiciones. Tal vez solo quiere hablar del clima. Probablemente no quiere hablar del clima, pero no estoy segura de que yo quiera hablar de la verdad». Me paré en la esquina, jugueteando con mis dedos con incertidumbre cuando di un giro hacia los dormitorios y me contuve en mis pies. «¡Ay, debo dejar de ser una cobarde! Puedo hacer esto. Soy una persona capaz. Tengo las agallas de Teddy Roosevelt. Teddy Roosevelt es un tipo duro y yo también. Puedo hacer esto. Puedo hacer esto. Puedo hacer esto.»

Divisé a Harry a la derecha de la efigie, iluminado por una farola distanciada.

«No puedo hacer esto.»

El muchacho no parecía estar en mejor estado que yo, caminando de izquierda a derecha como indicio de que estaba impaciente hasta la médula y una mano hundida en su cabello castaño mientras enterraba la derecha en lo profundo de su bolsillo. Me aveciné con los pasos de una ardilla, insegura con cada progreso que alcanzaba cuando sus ojos verdes repararon en mi presencia y yo no pude hacer algo distinto al segundo saludo incómodo del día.

―Hey. ―Mi sonrisa tembló, menos evidente que la gelatina en la que se habían convertido mis dos piernas.

Deslizó la mano hasta su nuca, sonriéndome con la misma intensidad. ―Hey.

Crick-crick. Crick-crick. Crick-crick.

«Buen Dios, esto es tan incómodo. Él debe pensar que soy una imbécil que no sabe hablar como una persona normal. ¿Por qué no puedo pensar en nada para iniciar conversación? Soy una sanguijuela aburrida. No puedo formar ni una oración coherente. Tengo la habilidad social de una remolacha.»

―Te escribí porque ambos tenemos una conversación pendiente. ―Casi suelto un suspiro de alivio cuando el chico tomó la batuta―. No planeo que me perdones después de esto, pero espero que al menos entiendas por qué hice las cosas que hice. Quiero empezar con el día del funeral de Penny, hace seis años atrás.

Esa bola me pilló desprevenida.

Descendí la mirada al suelo, forzando a que mis nudillos se tornen blancos como la cal al cerrar mi puño con fuerza. ―¿Qué quieres hablar sobre ese día? ―pregunté en un tono de voz más bajo que un susurro, como el aleteo tierno de una mariposa.

―Quise estar ahí para ti, y también para ella ―dijo―, pero nadie quiere al asesino de un difunto en su funeral.

Eso ocasionó que alzara la vista de sopetón, buscando lo que sea que podía localizar en los ojos de Harry al momento en que prorrumpí con firmeza. ―¿A qué te refieres?

―Sabes a lo que me refiero. ―Devolvió la pelota con la misma prontitud, frunciendo el ceño como un ochentón huraño―. Fue mi culpa. Lo que le sucedió a Penny ese día en su casa fue gracias a mi egoísmo. Soy el responsable de que haya muerto, Aileen. Yo soy la única persona que debería estar tras las rejas.

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