Capítulo LVIII: El corazón y la razón.

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Enfundé mis pies en unas botas de gamuza aterciopeladas, atándome el cabello en una cola de caballo antes de levantarme del sofá y deslizar la billetera en mis bolsillos. Procedí a tomar las llaves de la casa, ignorando la mirada inquisitiva de la señora Myers, cuando guardé el llavero y finalicé la ardúa tarea de mantener las letras exclamativas del pelirrojo lejos de sus dedos presiona botones. Mi correo electrónico estaba lleno de mensajes, tantos como la población de China.

―Voy a dar un paseo ―anuncié en voz alta, acariciando el pelaje de Ofelia.

El rostro alarmado de mamá apareció como una bala. ―¿De paseo? No puedes caminar con la pierna así. Te permití salir ayer porque sabía que Harry velaría por tu bienestar, pero por tu cuenta tienes prohibido salir, Aileen.

―Avelyn ―Le sorprendió que la llamara por su nombre. Estaba ganándome un inusual castigo en estos momentos―, no pedí tu permiso.

Su fúrico grito se perdió en el portazo de mi salida, abrigándome con mis brazos cuando un viento gélido caló mis entrañas. Estábamos en junio, más cerca de verano que de invierno, y sin embargo, el clima estaba extrañamente frío en Florida. La razón me decía que sería buena idea mantenerme en casa, observando Battlestar Galactica o leyendo el libro de Hardcox con una cálida manta alrededor de mis hombros, pero mi mente estaba lo suficientemente atrofiada como para no prestar atención a alguna de esas actividades.

Necesitaba organizar mis pensamientos primero.

El viejo mejor amigo que aborrecía de la noche a la mañana se convirtió en el reciente amigo que me gustaba. Me pregunté cuándo sucedió tal cambio radical, si ocurrió gradualmente o fue una acción que activó mis sentidos de golpe. Quise saber si él intuiría mi penoso develamiento, o si al menos lo sospechaba.

―Oh, Dios ―Cubrí mi rostro, gimiendo. Me daría algo si lo sospechaba.

Mis pasos se sentían consoladores sobre la acera. Caminar sin rumbo siempre me despejaba la mente, y sin irme tan lejos, los paisajes de la academia ayudaban a olvidarme del mayor de mis problemas. Extrañaba trotar por el campus con música retumbando en mis oídos, y mucho más que eso, estar con mis amigos y pasar el rato. Seguro, amaba pasar tiempo con mi familia y sentir el calor de mi habitación, pero mi padre y hermano estaban ocupados con sus requeridas obligaciones, dejándome incómoda con una inquilina en casa y una madre frenética.

De vez en cuando me encontraba con Paz, muy ocupada atesorando lo máximo de su familia antes del retorno a California. Por otro lado, Harry Styles era un no rotundo luego del reciente descubrimiento de mi agrado sobre límites hacia él, y sufría de ansiedad de solo pensar en cómo podría verle la cara de ahora en adelante, sin pecar de la irracional ignorancia que sería guardar esperanzas de no tener que verlo como por, uh, el resto de mi vida. Su hermana, Gemma, estaba de lleno con la campaña política de Robin, lo que la dejaba indisponible la mayor parte del tiempo. Y mis amigos estaban dispersos en todo el mapa de Estados Unidos, lejos de cualquier contacto físico que pudiese apaciguarme de los pensamientos que parecían asfixiarme lentamente.

Tenía muchas cosas en la cabeza como para añadir a Harry en la ecuación.

Había enviado un correo a la Universidad de Nueva York, sin charlar con mis padres al respecto ni con mis mejores amigos. No tenía idea de cómo podría decirles que deseaba estar a 1.472 kilómetros lejos de ellos luego de mi graduación en la academia. Tenía aplicación a otras Universidades, incluyendo la estatal, pero todo mi ser deseaba ser admitida a la NYU, incluso si implicaba la desaprobación de mis padres. Habia un total de porcentaje del 35% de admisión, no obstante, tenía plena confianza en que mis calificaciones eran lo suficientemente prolijas como para ser notoria entre una multitud de personas con oportunidades tan buenas o mejores que las mías. Aún así, tenía mis expectativas sobre la promesa del decano Johnson en darme una carta de recomendación académica para una brillante beca.

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