Capítulo LXI: Ojalá vivas todos los días de tu vida.

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Mi cuerpo dormía plácidamente sobre el colchón, sintiendo el frescor del aire acondicionado helando mi nariz y el suave edredón acobijándome en su calidez. Tenía un aspecto sotñoliento, con mechones de cabello enlazándose en nudos y una posición extraña en donde mis dos manos descansaban debajo de mi espalda. Pero incluso con ese aspecto adorablemente inusual, no hubo fuerza del Universo que detuviera a mi hermano de sus actos malevolentes.

―¿Cuál es tu problema? ―grité, parándome abruptamente cuando sentí un líquido gélido corriendo por mi cama.

Aaron me devolvió la mirada inocente. ―Ronco mientras duermo. ¿Por qué preguntas?

Luché por controlar mi respiración, teniendo deseos de desmembrar su familiar rostro y zarandearlo hasta que un poco de sentido común entrara a su cerebro. Me dejé caer en la sábana y apreté los ojos con fuerza, esperando despertar en cualquier momento y verificar que mi hermano no se había atrevido a mojar mi cama.

―Necesito que bajes a la cocina ―continuó, sonriendo de oreja a oreja―. La familia ha hecho un desayuno en tu honor y queremos comer juntos. Te recomiendo que no te bañes porque necesito estar en la Universidad pronto.

Fruncí el ceño. ―¿En mi honor?

―¿Perdiste la memoria, hermana? Es tu cumpleaños.

El reconocimiento llegó a mis ojos, chequeando el calendario. Lunes, 21 de junio.

―¿Me despertaste en mi cumpleaños con un vaso de agua fría?

Viéndose orgulloso de su hazaña, sonrió. ―¡Feliz cumpleaños, Crysta! No tardes, cariño.

Mis ojos cayeron en la puerta cerrada, con la garganta seca y una sensación dificultosa en el estómago. ¿Cómo empezaba este día? Mi familia estaba en la planta baja y por cuestiones de la vida fue mi hermano el elegido para despertarme. Tenía suerte de que no había un buzón de quejas en esta casa.

―Está bien. ―Respiré hondo, hundiendo mis dedos en la palma de mi mano.

Tomé un corto receso en el baño antes de trasladarme a las escaleras. Escuchaba voces en la sala, cuchicheando y circulando apresuradas hasta que mis pasos resonaron en su descenso, apagando los murmullos en un santiamén. De acueeeeerdo.

Un sinfín de rostros familiares me recibieron con sonrisas, frenando mis pies en el último escalón. ―¡Sorpresa! ―Corearon todos, usando gorros de cumpleaños.

Abrí la boca, pero no había palabras. Mi mano se aferraba con fuerza en el barandal para no caer en mis piernas gelatinosas, y percibí un paralelo al efecto «pellízcame» cuando los brazos de mis mejores amigas me envolvieron, riendo con lágrimas en los ojos. Estaban aquí. Todos estaban reunidos en mi sala de estar. Aquí. Junto a mí. ―¿Estoy soñando? ―Parpadeé para contener las lágrimas, moqueando. En un segundo el resto de los chicos se unió, agrandando el enlace que nos unía y entonando «Cumpleaños Feliz» con el resto de los presentes.

―Tan real como los pantalones acampanados, sí.

Los comentarios inapropiados de Maggie Osborn, tan añorados como siempre.

Me reí, separándome de todos mientras enjuagaba mis lágrimas. ―¿Cómo llegaron aquí?

―Siendo el espermatozoide ganador ―bromeó Patrick, igual de gozoso a como lo recordaba―. Obviamente en un vuelo, cumpleañera.

Sarah le dio un codazo suave en las costillas, riendo. ―Todo fue un plan macabro entre Paz y Harry con ayuda de tus padres.

―En realidad, fue idea de Harry. ―Paz tumbó sus manos sobre los hombros del muchacho alto, rectificando. Sentí mi ritmo cardíaco aumentar, y después de lo que pareció una eternidad, permití contemplarlo―. Se acercó a mí el sábado pasado y el martes decidimos hacerle saber a mis tíos la fantástica idea.

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