17• Dulces sueños

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No tenía ganas de hablar. No después de que Ethan se hubiese desviado del camino hacia mi casa. No después de regañarme a mí misma una y otra vez, por caer siempre en sus juegos. Estaba cansada de los secretos, de lo fantástica que últimamente estaba resultando ser mi vida, y de esperar mucho, y recibir poco a cambio. Estaba exhausta por el hecho de haberle dado a mi vida un giro tan dramático, y ahora no tener ni idea, de como hacerlo todo retroceder.

Aún con la cabeza apoyada contra el cristal, y los ojos vagamente entornados, alcanzo a ver una cabaña al final del camino tan irregular por el que estamos circulando, desde hace más de una hora. El techo está claramente desprovisto de varias tejas, y las paredes parecen temblar con cada ráfaga de viento, que sacude las malas hierbas de alrededor. En cuánto comprendo el porqué estamos aquí, me incorporo con rapidez sobre el asiento, y disimuladamente pongo la mano sobre la manivela de la puerta. Los dedos me tiemblan por los nervios, y me obligo a mi misma a mirar hacia el frente para no parecer preocupada. Ethan me dirige varias miradas demás, pero nada que sea alarmante.

En cuánto menos nos lo esperamos ambos, abro la puerta en un abrir y cerrar de ojos, y a mi alrededor todo parece detenerse a cámara lenta. Ethan frena el coche de repente, y automáticamente su brazo atraviesa de un lado a otro la anchura de mi asiento. Me topo con su codo, el cuál ha impedido que salga disparada por el cristal, y antes de que pueda paralizarme cualquier movimiento más, me desato el cinturón con nerviosismo. Mis dedos están tan sudados, que ni siquiera pueden pulsar el interruptor que me libere de la cinta oscura que me está oprimiendo el pecho.

—¿Qué cojones estás haciendo? —Su voz intenta adquirir un tono neutro, pero no lo consigue; está claramente enfadado.

—La pregunta es, ¿qué cojones estás haciendo tú? ¡Casi me matas! —Mi grito hace eco por toda la explanada, y me obligo a mi misma a bajar la voz de inmediato. Ni siquiera sé si ha traído secuaces con él.

—¡Eres tú la que quería arrojarse por la puerta como en las películas de acción! ¡Amy, esto es la realidad! ¡Podrías haberte matado! —Su pecho se mueve ajetreadamente mientras levanta la voz cada vez más. Ni siquiera sé por qué discutimos; ahora mi mirada solo está fija en sus labios secos a causa de sus gritos. Al parecer, me lee el pensamiento; porque de un momento a otro, compruebo que su lengua los está mojando de nuevo con nerviosismo.

—¿Necesitas esa cabaña para no dejar huellas después de matarme? —La tensión que antes nos unía, se ve disipada por sus carcajadas disparatadas. Ni siquiera soy consciente del tiempo que pasa hasta que detiene sus risas descontroladas; solo sé que parece un intervalo interminable.

Cuando deja de reírse, me mira de nuevo con seriedad y pregunta, afirmando él mismo la respuesta:

—No voy a matarte. Ni siquiera me cabe la idea de que lo sigas pensando. Es estúpido e inmoral.

—¿Hasta para un vampiro?

Afirma con seriedad, y se acerca mucho a mí. Su respiración se entremezcla con la mía, ocasionándome sensaciones extrañas, y antes de que pueda decir o hacer alguna estupidez, el clic del cinturón soltándose de su enganche me saca de mi ensoñación.

—Hasta para alguien tan cruel como yo.

Sonríe, y con la mano sobre la manivela de su puerta, sale del coche. De refilón lo veo dar la vuelta hasta llegar al asiento del copiloto. Cuando está a mi altura me tiende la mano con sutileza, pero yo se la niego dirigiendo la mirada hacia otro punto que no sea él.

Las piedras del suelo sin asfaltar se me clavan en los talones a medida que nos alejamos del coche de Ethan, y una parte de mí, no puede dejar de imaginar que ahí dentro hay algo que no me va a gustar. Y sea lo que sea, la única certeza que tengo es el hecho de saber, que la única persona que va a salir perjudicada en este asunto soy yo.

Dark SecretsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora