Tenemos sueños más grandes que nuestros miedos. (Camila Cabello)

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Aclaro que esta maravilla no me pertenece, puesto que no podría escribir algo así jamás. Es de nuestra increíble Camila Cabello, y tal vez todos lo hayan leído ya, pero no quería arriesgarme a que alguien se pierda esta obra de arte por conflictos con el idioma, así que lo traduje.

Ojalá lo disfruten tanto como yo.

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Un autobús. La luz amarilla de la estación de servicio contra las oscuras horas de la medianoche. Sueño profundo. Silencio. Mi cabeza hundida en el hombro de mi madre. Su tímida y vacilante voz mientras le dirigía una oración atropellada en inglés a la persona en la caja registradora. Un diario de Winnie the Pooh. Esas son las cosas que recuerdo cuando pienso en mi madre y yo inmigrando a Estados Unidos.

Tenía casi siete años en ese entonces, nacida en La Habana, Cuba. Mi papá es mexicano puro y vivimos de aquí para allí entre el calor de La Habana y la jungla de concreto de la Ciudad de México. No me di cuenta entonces, pero chico, sí que me golpea ahora. Ahora me doy cuenta de cuán aterrador debe haber sido para ellos. Para mi madre el dejar las calles de La Habana, donde nuestros vecinos eran nuestros amigos, donde nos reuníamos todas las vacaciones para comer cerdo y el arroz con frijoles de mi abuelo, el no oír el malecón y el latido de su ciudad pulsando con cada choque de las olas. Para mi padre el dejar atrás a sus cuatro hermanos y hermanas, el recuerdo de sus padres, los vendedores callejeros vendiendo los elotes con mayonesa que yo rogaría para que me compre cada mañana antes de la escuela, los mejores amigos con quienes creció... Todo. Por decidir empezar desde cero.

Con un par de cientos de dólares, la ropa en nuestras espaldas, sin familia en Estados Unidos y sin pistas de qué pasaría luego, eso es exactamente lo que hicimos. Como mi madre dijo, "No sé a dónde voy, pero no puedo quedarme aquí". Y eso fue suficiente.

¿Por qué empacábamos nuestras cosas? ¿Por qué mi abuela me abrazaba más fuerte de lo normal? ¿A dónde íbamos? "¡Vamos a Disneylandia!" Eso es lo que me dijo mi madre cuando estábamos cruzando la frontera. Empacó una pequeña mochila con mi diario de Winnie the Pooh y mi muñeca, y cruzamos la frontera desde México a Estados Unidos, viendo a mi padre volverse una hormiga en la distancia mientras se quedaba atrás.

Sólo Disneylandia. Cuando sea que tenga que tomar una decisión y tengo miedo, mi madre siempre me recuerda de aquel día, me dice: "Aquel día, supe que si pensaba sobre eso, el miedo me haría regresar. Es por eso que cuando estés asustada, te fuerzas a saltar. No piensas, sólo saltas".

Después de que mi madre se sentó con el oficial de inmigración en una pequeña oficina, nosotras y personas de otros países con esperanzas parecidas a las nuestras fuimos repartidos en cuartos con camas pequeñas. Un hotel lleno de esos cuartos. Éramos mi madre y yo y otras dos familias en un pequeño cuarto esperando a que alguien viniese y nos diga si nos iban a otorgar el permiso de entrar a Estados Unidos o si seríamos enviados de vuelta. Algunas personas pasaban días allí, otros pasaban semanas en la ansiedad agonizante de no saber cuál sería la respuesta. Mientras tanto, yo me preguntaba cuándo llegaríamos a Disney. Pasamos sólo un día allí cuando finalmente recibimos las noticias. La habitación se llenó de alegría, ¡Todos a mi alrededor aplaudían y se abrazaban y gritaban y lloraban! Y yo gritaba: "¡Si, vamos todos a Disney!". Era pequeña para saber.

Mi pequeña yo y mi mamá terminaron en un autobús a Miami que tardó 36 horas. De ahí es donde tengo mis recuerdos más vívidos. Otras cosas que vagamente recuerdo y sé son por historias que mis padres me contaron años después. Pero recuerdo escribir muchísimo en mi diario de Winnie the Pooh en ese viaje de autobús.

Llegamos a Miami y nos mudamos a la casa de una colega de mi abuelo quien luego se convertiría en mi madrina. Mi madre era una muy buena arquitecta en Cuba, pero cuando vino a Estados Unidos ninguno de los títulos que ganó en Cuba sirvieron, así que para ganar lo suficiente como para mantenernos alimentadas y enviarme a la escuela, ella comenzó a ordenar zapatos en un centro comercial y por la noche ir a tomar cursos en Inglés, todo mientras me llevaba y me iba a buscar a la escuela y me ayudaba con mi tarea, todo ella sola, en un país extraño. No puedo imaginar cuán frustrante debe haber sido para ella el haber trabajado toda su vida en la arquitectura para que no valiera nada al llegar aquí.

Un día, como si Dios estuviera oyéndonos, dos mujeres cubanas algo mayores estaban conversando con mi madre y le dijeron: "Oye, tú estás muy bonita para trabajar en Marshalls. ¿De dónde eres?" Mi madre les contó la historia de cómo ella era cubana y arquitecta. No lo creerán, pero las dos mujeres le dijeron que tenían un hermano que trabajaba en la arquitectura y necesitaba a alguien que trabaje en Autocad, un complicado programa de arquitectura computarizado. Le preguntaron: "¿Conoces Autocad?" En su interior, mi madre pensaba: "¿Autocad? ¿Qué demonios es Autocad? Usamos lápiz y papel de donde vengo". Pero a las damas, ella les dijo: "¿Autocad? Por supuesto. Sí, por supuesto. Puedo hacerlo." Aprendió cómo usar el programa en una semana y ganó lo suficiente como para mudarnos de la casa de mi madrina a un departamento.

Aprendió rápido porque literalmente tenía que hacerlo para sobrevivir. Los inmigrantes tienen algo en común: El hambre. No me refiero al hambre en forma literal, aunque también sea cierto, sino metafóricamente. El hambre de hacer lo imposible porque no tienes opción, porque viajaste demasiado lejos, porque conociste lo que son los problemas y no vas a tomar una oportunidad por garantizado. El hambre y la habilidad de ganarle a personas en mejores circunstancias que tú simplemente porque lo has deseado lo suficiente.

Acortaré la historia, mi papá vino de Mexico un año y medio después (Yo tenía un calendario en mi cuarto contando los días), porque no podía estar alejado de nosotras. Él pasó por un duro viaje para cruzar la frontera y lo tuvo más difícil que mi madre y yo, literalmente arriesgando su vida por su familia para llegar aquí. Cuando llegó a Estados Unidos, comenzó lavando autos en frente del Dolphin Mall bajo el calor abrasador de Miami. Pero seguimos creciendo... Con la comunidad latina en Miami, ayudándonos unos a otros tanto como podíamos. Lentamente mis padres siguieron trabajando y progresando y terminaron formando una compañía de construcción juntos que lleva el nombre de mi hermana y el mío. Ellos siempre me empujaron a enfocarme en mis estudios porque la verdadera razón por la que viajamos hasta aquí fue para que mi hermana y yo pudiésemos tener mejores oportunidades en la vida que las que ellos tuvieron. Ellos decían: "El dinero viene y va, pero tu educación, lo que tienes aquí (Y señalaban mi cabeza mientras hablaban), nadie jamás puede quitártelo". 

Ellos me hicieron saber eso mientras iba a un buen colegio y tenía una buena escolaridad, así que trabajé tan duro como pude. De cualquier forma -¡Giro en la trama!- las cosas no salieron como pensé que lo harían.

Verás, en noveno grado, una chica que nunca había cantado frente a nadie le preguntó a sus padres si podían llevarla a Greensboro, NC, para audicionar por un show llamado The X Factor. Nunca había cantado frente a nadie antes. Bueno, ¿Mi mamá conocía Autocad? No. ¿Sabía yo cómo presentarme en un escenario en televisión? No. Pero lo deseaba lo suficiente, y aprendí de mi familia que si trabajas lo suficiente y lo deseas lo suficiente, puedes lograr lo imposible.

Estaba equivocada sobre una cosa. Mi mamá y mi papá no dejaron nada atrás, lo trajeron con ellos. Mi abuela sigue haciendo cerdo y arroz con frijoles todas las vacaciones como solía, y mi mamá sigue sintiendo las olas del malecón en sus latidos porque sigue sintiendo paz cuando está al lado del océano. Mi abuela y mi papá siguen emborrachándose y cantando Luis Miguel en la cocina. Encontramos nuestro puesto favorito de tacos en Miami. Y cuando sea que conocemos a otra persona de nuestro país, enloquecemos. "¿De qué parte?"

Porque llevamos nuestro hogar en nosotros, porque lo trajimos en nuestro interior. Cada cubano lo trae en su interior y así es que tenemos Miami. Los Mexicanos lo traen y tenemos la mejor comida mexicana de todas, los Italianos lo traen y tenemos pizza, los Suecos lo traen y tenemos grandiosas canciones pop. La lista sigue y sigue. Y así es que cuando escucho a un hombre racista con poder e influencia hablando con odio sobre los inmigrantes, pienso "Qué imbécil".

Estoy muy orgullosa de ser Cubana-Mexicana. Este país fue construido por inmigrantes. Personas que fueron lo suficientemente valientes para empezar otra vez. Cuán fuertes somos para dejar atrás todo lo que conocemos en la esperanza de algo mejor. No somos temerarios, sólo tenemos sueños más grandes que nuestros miedos. Saltamos. Corremos. Nadamos, movemos montañas, hacemos lo que sea necesario. Así que la próxima vez, cuando alguien quiera decirte que quieren construir un "muro" en nuestra frontera, recuerda que detrás del muro está la lucha, la determinación, el hambre. Detrás de ese muro, podría estar la siguiente cura del cáncer, el siguiente científico, el siguiente artista, el siguiente baterista, el siguiente cualquier cosa que una persona quiera ser mientras trabaje lo suficiente para convertirse en ello.

P.D.: Terminé yendo a Disneylandia por primera vez un año más tarde.


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