Will despertó gracias a los ladridos de sus perros, estaba parado sobre el techo de su casa, era un milagro el que no hubiera caído, sintió sus extremidades rígidas por el frío, estaba temblando, apenas si tenía ropa puesta, volvió por la pequeña ventana, no tenía idea de cómo había llegado ahí, otra vez esos malditos sueños, para colmo esta vez, su ropa interior estaba manchada, ¿sueños húmedos a su edad?, eso era ridículo.

Había pasado una semana desde que Alana Bloom le recomendara un psiquiatra, durante esa misma semana había cuidado de no encontrársela ni por casualidad, pues en lo último que podía pensar era en ir con un loquero. Estaba consciente de que ella había podido preguntar por él con su mentor y tal vez eso lo alentaba a ir en dirección contraria, sería de muy mal gusto que hablaran de él como paciente entre colegas, sobre todo porque Alana Bloom le despertaba cierto interés romántico, mismo que nunca se atrevería a mencionar y ni hablar de cruzar la línea del contacto físico meramente profesional.

Sin embargo, esa mañana estaba preocupado por lo que le podría pasar, sus sueños se hacían cada vez más tangibles, no podía negar que había disfrutado bastante su último sueño, pero al despertar siempre viene la frustración, la soledad y la angustia de saberse incapaz de controlar su propio cuerpo. Decidió que era hora de hacer una cita con el dichoso doctor, el problema era que no recordaba dónde había guardado el número y llamar a Alana no era una opción. Tardó una media hora para dar con el saco donde había dejado el papel arrugado, por suerte no lo había mandado a la lavandería. Ese día tenía sólo una clase por impartir, de diez de la mañana a doce de la tarde.

Llamó al consultorio justo antes de salir hacia su trabajo.

—Consultorio del doctor Lecter, ¿en qué puedo ayudarle?— contestó una mujer.

—Buenos días, quisiera agendar una cita para ésta tarde.

—Por lo general los pacientes están en lista de espera, si gusta puedo anotarlo, ¿tiene alguna recomendación?

—Sí está bien, la doctora Alana Bloom me recomendó.

—Muy bien señor, me puede indicar su nombre y teléfono para cotejarlo con el doctor Lecter.

—William Graham, teléfono 016649830.

—Le agradecemos su llamada señor Graham, nos pondremos en contacto con usted.

Inmediatamente después la comunicación se cortó, Will sintió como si hubiera hecho una entrevista de trabajo, ¿desde cuándo eran tan elitistas los psiquiatras?, ¿qué era eso de lista de espera?, ahora menos que nunca quería conocer a ese doctor Lecter, debía ser un hombre bajo, calvo y arrogante. Su clase transcurrió de lo más normal, pese a los rumores sobre él que circulaban por ahí después de su espectáculo de esgrima en las áreas verdes.

Al terminar, le tomó por sorpresa que el Jefe de la Unidad de Ciencias del Comportamiento se dirigiera a él.

—Señor Graham, agente especial Jack Crawford.

—Ya nos conocíamos— dijo Will dando un ligero apretón de manos al ofrecimiento del agente.

—Sí tuvimos un desacuerdo cuando abrimos el museo.

—Tuve un desacuerdo con el nombre que le pusieron— replicó Graham.

—El museo de investigación de mentes perversas.

—Es un tanto dramático, Jack.

—Veo que se ha adecuado a su trabajo como profesor, y también que le cuesta socializar.

—Me localizo en el punto entre Asperger y los autistas, en el espectro de conducta, muy alejado de los narcisistas y los psicópatas.

—Pero puede empatizar con ellos.

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