Capítulo 35: Recuperación

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Narra María

Hacía mucho tiempo que no me despertaba de aquella manera. Hacía mucho tiempo que no me despertaba entre los brazos de alguien a quien quería y que me quería. Me removí intentando deshacerme de su abrazo sin despertarlo. En cuanto lo hice me di cuenta de que mi brazo estaba adormilado. Aquella era la diferencia entre la ficción y la realidad. En la ficción, uno se despertaba más fresco que una rosa, con el pelo perfectamente alborotado, el aliento fresco y totalmente relajado, mientras que en la realidad, el peo se convierte en un nido de pájaros, tu aliento no huele como si te hubieses tragado la botella de coagulante bucal, y si tienes mala suerte, tu pareja te aplasta mientras duermes y se te duermen miembros del cuerpo; en mi caso el brazo. 

— Buenos días. 

Me había sentado en la cama, pero me giré al escuchar la voz adormilada de Steven. 

— Buenos días -se sentó también y apoyó su frente en mi hombro-, voy a ducharme, tú duerme un poco más. Te invitaría que te duchases conmigo pero tu baño es minúsculo.

— Ya lo siento -me besó el hombro y volvió a acostarse-, siento no vivir en un gigantesco apartamento en el centro. Soy un humilde profesor de matemáticas. 

— Ya ves, tercero de la graduación de la Universidad de Cambridge y aquí vives. 

— No intentes cambiarme mujer, bastante cambio fue para mi mudarme de mi pueblito de Irlanda a esta locura que es Londres. 

— Pues ya puedes ir espabilando, no pienso bajar el ritmo un hombre -me agaché y le di un besito-, por muy bueno que esté. 

Me bajé de la cama y recogí mi sujetador del suelo. Por pura intuición, me dirigí a la cajonera sobre la cual había unos cuantos libros y una foto de Steven con una mujer joven que se parecía a él.

— ¿Es tu hermana? -abrí el primer cajón y cogí un boxer azul del arsenal que había ahí. 

— ¿Quién? -desenterró la cabeza de la almohada y miró a la foto-, sí, esa es Eania. ¿Se puede saber qué haces con mi ropa interior?

— ¿Te importa? No quiero ponerme las bragas de ayer. 

— No, aunque te quedarán grandes, eres delgadísima. 

— Da igual, y lo de ser delgada no te supuso ningún problema anoche -cerré el cajón y me dirigí al baño a darme una ducha. 


(***)

Cuando salí del baño, fue Steven quien entró a ducharse, por suerte para él hubo una temporada en la que la caldera principal del edificio donde vivía se estropeó y como tardaron en arreglarla tuve tiempo para acostumbrarme a ducharme con agua fría, por lo que Steven tenía agua caliente de sobra. 

Me dirigí a la cocina y empecé a sacar las cosas para hacer el desayuno. Preparé café, sólo para él y con leche para mí; sería inglesa pero seguía prefiriendo el café al té por la mañana. 

— ¿Hay algo mejor que el olor del café por las mañanas? -preguntó Steven entrando en la cocina; llevaba puesto sólo el pantalón de su pijama-. ¿Qué quieres comer?

— Creí que eras tú el cocinero de la relación. 

— Lo soy, pero recuerdo que una vez me dijiste que sabías cocinar, y me gustaría que me lo demostrases.

— ¿Es un reto? Porque si lo es, acepto -cogí el coletero de mi muñeca-. Vas a ver si sé cocinar. Espero que te gusten las tostadas francesas, y si no, estás apunte de volverte adicto a ellas. 

— Genial -río-. Voy a mirar mis emails si no te importa. 

— Para nada. 

Steven se sentó en el sofá y encendió su portátil. Yo me concentré en preparar unas tostadas tan buenas que Steven no volvería a dudar de mis habilidades. Lo que no sabía era que, mientras yo estaba ensimismada en preparar el desayuno, Steven estaba ensimismado leyendo el email que le acababa de mandar un antiguo colega de Cambridge. 

Te amaré, eternamenteWhere stories live. Discover now