Capítulo 22: La realidad

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Narrar lo que pasó tras el encuentro con Diana no merece la pena, pues lo cierto es que no pasó nada. Primero, salí de la despensa y me encontré con Daniel que al parecer llevaba un buen rato buscándome sin demasiado éxito. Me preguntó dónde estaba y el qué me pasó, y que nadie me pregunte por qué, pero mentí y le dije que simplemente me había escondido para estar tranquila. No sabría decir por qué narices no le dije la verdad, porque no tenía ninguna razón para no hacerlo, pero teniendo en cuenta los acontecimientos que llegaron semanas y meses después, tal vez no decírselo sí había sido la decisión adecuada; todavía no me hacía una ligera idea de lo que Diana podía llegar a hacer. 

En cuanto a Oliver, no conocí a su chico, y Daniel tampoco. De hecho, ninguno de los dos, y tampoco Luis y Alicia, que se quedaron hasta tarde en la fiesta, vimos a Oliver en lo que restaba de fiesta. Al parecer debía de estar muy ocupado con su enamorado para andar presentándonoslo; pero ya íbamos a conocerlo, y no iba a ser un encuentro demasiado agradable. 

Durante las próximas cinco-seis semanas, pasaron muchas cosas en nuestras vidas. Cada uno de nosotros atravesaba distintas etapas de su vida. Nos íbamos separando, íbamos encontrando nuestro camino y nuestro sitio en el mundo. Pero estaba a punto de llegar un acontecimiento en la que todos nos veríamos obligados a enfrentarnos a los que, hasta el momento, serían el mayor reto de nuestras vidas. 

En lo que respecta a Raúl, él era feliz, más feliz que en toda su vida, y estaba encantada por ello. Jamás había visto a una pareja que se quisiese tanto como se querían Raúl y Rose, ni siquiera Luis y Alicia o Daniel y yo. Se amaban de una manera espectacular, y tenían una confianza que las demás parejas desearían poder tener. No hace falta decir que aquel viernes previo a la fiesta se acostaron, y tras aquello se volvieron a acostarnos muchas otras veces; desde luego si Rose iba a cortar con Raúl no sería porque este fuese malo en la cama. 

Nuestra relación con Alicia se enfrió un poco. Nadie sabía qué estaba pasando, pero poco a poco dejó de salir tanto con nosotros. Seguíamos saliendo pero no con la misma frecuencia, dejó de venir a nuestras cenas de los viernes, dejó de ir de compras con María y conmigo, dejó de salir de farra con nosotros... Había hablado un par de veces con Luis, y me contestó que simplemente se quería concentrar en estudiar, pero tanto él como yo intuíamos que había algo más. 

El mayor cambio que tuvo lugar durante aquellas semanas fue la ruptura de Carlos y María. Resultó que él sí la estaba engañando al fin y al cabo, o al menos eso decía María. Un día se fue a cenar con su hermana al Soho, y se lo encontró con otra. Ni siquiera le vio la cara ni se acercó a hablar con él. Se limitó a verlos. Estaban sentados en la barra de un bar cenando. Hablaban, reían, disfrutaban del tiempo que estaban compartiendo. Pero María, como me había dicho, no era como el resto de la gente, no se levantó ni le dio una bofeta ni nada, los miró con atención y fue guardándose la ira que aumentaba por momentos dentro de ella. Después se montaron en el coche, que debía de ser de ella pues de Carlos no era, y se marcharon juntos. 

Pasó todo el fin de semana incomunicada, y el lunes siguiente se le encaró a Carlos. Le dijo que lo sabía, que sabía que le había engañado y que hubiese preferido que se lo dijese y cortasen, a tener que enterarse de aquella manera. Rompió con él, rompió una relación de más de dos años. Carlos trató de explicarse, le suplicó que le escuchara, pero María siempre había sido una cosa: testaruda. Y si decidía que había terminado con una persona, se aseguraba de terminar por completo con aquella persona. No volvieron a hablar hasta semanas después. 

Intenté hablar con él pero tampoco sabía qué demonios decir. Quienes hablaron con él fueron Raúl y Alicia, y estos le suplicaron a María que al menos hablase con él, pero como he dicho, María era muy testaruda. Raúl me dijo que, en efecto le había engañado, pero que al menos María debería de escucharle, que había algo que tenía que contarle. No le pregunté el qué. Raúl era mi mejor amigo, pero María había sido mi mejor amiga desde siempre. Después llegó Alicia y se hicieron mejores amigas, pero María seguía siendo para mí, mi mejor amiga. Y si Carlos la había engañado, ya no había nada de lo que hablar con él. 

Y en lo referente a mí, durante aquellas semanas no pasó nada, pero yo no podía dejar de estar intranquila. Diana había dicho que nos mantendríamos en contacto, pero no lo hizo. Y no podía dejar de preguntarme en qué momento haría algo, en qué momento haría su siguiente jugada. Porque eso era aquello, era ajedrez, y Diana tenía intención de derrotarme, pero no pensaba dejarle hacer lo mismo. Sería más baja, no sería tan guapa ni tendría el mismo cuerpo, pero era tan o más inteligente como lo era ella, y todavía no había hecho una jugada lo bastante inteligente para desarmarme; todavía. 

Pero todo estaba a punto de cambiar. Aquel mes de diciembre marcó un antes y después en nuestras vidas. Después de aquello nuestras vida cambiarían, para bien y para mejor, pero la cuestión era, que todos íbamos a tener que madurar y aprender que, tarde o temprano, los días de bachillerato acabarían, y nos enfrentaríamos a la realidad. Y la realidad era mucho más turbia de lo que nos imaginábamos.

Te amaré, eternamenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora