Capítulo 31: España

16.6K 951 97
                                    

Narra María 

— ¿Me tomas el pelo? 

Miré a Steven mientras me cruzaba de brazos y me recostaba sobre el sofá. El apartamento de Steven era una monada. No era tan grande como el mío y estaba en un barrio como en el que vivía, pero era acogedora; supongo que aquellas eran las ventajas de tener unos abuelos como los míos que habían heredado el dinero de que mis bisabuelos habían ganado gracias a la inversión en terrenos tras la guerra.  

— Siento si te ofende la pregunta, pero a cualquiera podría pasarle -se encogió de hombros mientras dejaba la calculadora sobre la mesita de café.

— A mí no, no cometo errores tan ridículos como hacer mal una multiplicación. 

— Lo siento -volvió a disculparse-. ¿Quieres seguir explicándome tu fórmula? -preguntó tendiéndome el rotulador. 

Me levanté del sofá y me acerqué a la pequeña pizarra blanca. Katy y Alicia jamás entendieron por qué tenía una pizarra blanca en mi habitación, jamás entendieron que me era mucho más fácil ver los errores que cometía en una pizarra que en un papel, y por fin había conocido a alguien que pensaba igual que yo. 

Mientras seguía trabajando en mi fórmula miré de reojo a Steven para darme cuenta de que no estaba precisamente centrado en la ecuación. 

— Señor Leech, ¿acaso quiere saber cuál es la marca de mis vaqueros?

— Zara Denim -contestó sin apartar la mirada de mis piernas-, le sienta de fábula ese pantalón.

— Lo sé, por eso me lo pongo -dejé el rotulador en la mesa de café y me acerqué a Steven. Este me miró con expectación, y sin ningún miramiento me senté sobre sus piernas-. Recuerde que dijo que no se iba a quitar ni una sola prenda de ropa, profesor. 

— Recuerdo mis palabras señorita, tengo una memoria que la dejaría patidifusa. 

— ¿Patidifusa? ¿Acaso se lee un par de hojas del diccionario antes de dormir?

— Claro, es mi táctica para engatusar a las mujeres. 

— ¿Acaso es un Don Juan, señor Leech?

— No me hace falta, las mujeres siempre vienen a mí. 

— Bueo, en nuestra caso, fue usted quien vino a mí. 

— ¿Disculpe? No es así que yo recuerde -puso sus manos sobre mis caderas. 

— Pues será que no tiene tan buena memoria como cree tener. 

— ¿Realmente está cuestionando mi memoria?

— Tal vez, ¿le ofendería? 

— De mala manera -apretó un poco su agarre. 

Rodeé su cuello con mis brazos y me incliné para besarlo, pero gracias al destino o el Dios de las casualidades más inoportunas, mi móvil comenzó a sonar, y distinguí rápidamente el tono de llamada de Carlos. 

— ¿Qué ocurre? -pregunté nada más darle al telefonillo verde. Steven aprovechó para meter su mano derecha por debajo de mi camisa y el tacto de su mano fría contra mi espalda hizo que temblase momentáneamente-. ¿Carlos?

Al fin comenzó a hablar, entrecortadamente, y en cuanto terminó de hablar le prometí que iría en cuanto pudiese. Colgué el teléfono y Steven me miró con el ceño fruncido. 

— ¿Puedes llevarme a un sitio?

(***)

Narra Alicia

Te amaré, eternamenteWhere stories live. Discover now