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Will Graham abrió los ojos, estaba empapado en sudor, miró sobre su cómoda, la luz azul de su reloj despertador le indicó que eran las tres de la mañana, otra vez había soñado con esa historia, se veía a sí mismo peleando una batalla, matando gente desconocida, a su lado un hombre por el que sentía un afecto inmenso, pero siempre era igual, al final del sueño ese hombre moría en sus brazos, y al despertar nunca podía recordar su rostro o su nombre, sólo el sentimiento de pérdida, de dolor y una tristeza abrumadora, pasó la lengua por sus labios y se dio cuenta que tenía sangre, seguramente se había mordido durante el sueño, tenía los ojos húmedos y seguía sintiendo que en cualquier momento rompería en un llanto compulsivo.

Llevaba semanas sin poder dormir bien, esos sueños lo atormentaban, en ocasiones eran diferentes, eróticos para ser exactos, pero por lo general siempre terminaban perturbándolo, miró sus palmas y observó la marca de sus uñas clavadas, había apretado los puños con demasiada fuerza durante el sueño.

Ya despierto, pasaba las madrugadas antes de ir a trabajar, pensando en qué podían connotar sus sueños, de dónde había sacado emociones tan vívidas como para soñarlas cada noche. Will, como prefiere que lo llamen, o preferiría si tuviera más amigos que sus seis perros, tiene la extraña capacidad de mimetizarse con las personas que le rodean, es un síndrome de empatía poco estudiado pero que Will, con su experiencia en psicología se ha auto diagnosticado. Ello le lleva a encerrarse en sí mismo, a adoptar la postura y actitudes de una persona con Asperger o bien autismo. Eso lo protege, pero al mismo tiempo lo aleja de las personas, se siente tranquilo así, cuando era más joven se dio cuenta de lo terribles que pueden ser los humanos, sin quererlo siempre llega a adentrarse tanto en la psique de otros que entiende sus motivos, el hombre es el lobo del hombre se decía. No hay nadie más perverso que el propio ser humano. Todo ello lo había llevado a enlistarse en la academia del FBI, desafortunadamente a raíz de sus crecientes problemas para dormir a causa de esos sueños, no había logrado pasar las pruebas psicométricas, bueno, la mitad era culpa de los sueños o su inconsciente y la otra mitad del "yo" consciente. Aún con ello, su gran talento para la deducción y su inteligencia le habían valido un puesto como profesor en la academia del FBI, en Quántico.

Por supuesto aceptó de inmediato, su trabajo sería analizar y enseñar a armar perfiles psicológicos de asesinos seriales a jóvenes agentes. A decir verdad, su trabajo le agradaba, preferiría estar en acción, pero tampoco es que se quejara demasiado.

Las horas restantes para el amanecer se esfumaron cuando se dedicó a preparar su clase del día. Tomó un baño e invirtió más tiempo en procurar que sus queridas mascotas tuvieran todo lo necesario, que en cuidar de sí mismo. Su aspecto simplemente no le importaba demasiado. Antes de salir sólo se puso un poco de loción y se dirigió a su auto con un pan tostado entre los dientes, su maletín en una mano y las llaves del auto en la otra. Ya dentro del auto se dio cuenta que no llevaba sus anteojos, y tuvo que regresar. Por fortuna el profesor Graham siempre era puntual, por lo que justo dos minutos antes de las siete ya estaba acomodando su material para dar inicio a la clase.

La mañana trascurrió con normalidad, dos clases seguidas y luego el almuerzo, detestaba comer en la sala común de profesores, sobre todo por aquellos que lo miraban como bicho raro, él era empático y cada vez que entraba a ese lugar sentía a la perfección los pensamientos de desagrado de los demás, excepto por la doctora Alana Bloom, ella era la única que se mostraba muy honesta con sus reacciones sobre él, exceptuaba quedarse a solas en la misma sala, aun así, nunca fue descortés.

Sin darse cuenta, abrumado por el cansancio Will se quedó dormido en el salón.

—Para poder vencer a tus enemigos es necesario que pongas atención a todos tus sentidos, no solo a la vista— dijo Tristán cubriéndole los ojos con un trapo— ahora quítate las botas, siente la tierra bajo tus pies.

Galahad lo hizo, balanceándose un poco al pararse en un pie, quitarse una bota y luego la otra. Tristán le pasó una espada y él tomó otra.

—Ahora escucha con atención, sigue mi voz, voy a atacarte y tendrás que defenderte, siente mis pasos que hacen vibrar la tierra bajo tus pies— Tristán seguía hablando y Galahad apenas respiraba para seguir escuchando esa voz que conocía tan bien.

Tristán tanteó con su espada la de Galahad y comenzaron el entrenamiento, ambos se movían con precisión cortando el aire con las afiladas navajas, el más joven de vez en cuando erraba el golpe de su espada, pero hacía acopio de todo su esfuerzo para demostrarle a su maestro que era el mejor, logrando desarmar a su oponente aún con los ojos vendados. Luego, se quitó el trapo que cubría sus ojos y miró a Tristán, la imagen comenzaba a hacerse borrosa y sólo lo veía mover sus labios... "Will, Will" leyó en ellos, pero la voz sonó diferente.

—¡Will, Will! — la voz de Alana Bloom lo despertó. Graham abrió los ojos y se dio cuenta con asombro que estaba afuera, en el área verde de la academia, estaba descalzo sobre la hierba mojada con algunos alumnos observándolo— ¿Te encuentras bien?

—Sí, no, no sé— dijo.

—¿Sabes dónde están tus zapatos? —Will negó con la cabeza— vamos a buscarlos.

William caminó hacia ella y entraron como si nada hacia los salones, ella esperaba no incomodarlo y él estaba muy apenado como para entablar una conversación. Fueron al salón de él y por fortuna ahí estaban los zapatos, mientas Graham se calzaba, Alana puso a funcionar la cafetera del fondo y sirvió dos tazas de café.

—Gracias, lamento el espectáculo de hace un momento— dijo Will aceptando la taza.

—No hay problema, ¿cosas como esas te pasan seguido?

—No en realidad, bueno últimamente mis sueños se han vuelto muy vívidos pero es la primera vez que me sucede algo así.

—¿Entonces estabas soñando?

—Sí.

—¿Y con qué sueñas?

—¿Va a analizarme doctora Bloom? — dijo Will tratando de bromear, pero Alana lo tomó más como un freno a su interrogatorio analítico.

—No, no sería lo adecuado, en los últimos días te he visto un poco más delgado y ni hablar de las ojeras— se agachó un poco para ver los ojos de Will quien evitaba mirarla directo al rostro— mira, no es conmigo con quien deberías hablar, conozco a alguien que puede ayudarte, fue mi profesor en la universidad y mi mentor. Es un gran psiquiatra.

Will cambió su semblante al escuchar la palabra psiquiatra, él conocía toda la teoría psicoanalítica y sabía los alcances de un psiquiatra en su persona, Will no solía ser arrogante, sin embargo, los psiquiatras estaban fuera de su comprensión.

—La terapia no funciona conmigo.

—Sólo haz una cita— comenzó a anotarle el número telefónico con lápiz y papel que había en el escritorio— únicamente si sientes que tu problema no mejora, él es una persona muy capaz.

Graham identificó la admiración que ese hombre provocaba en Alana, confiaba plenamente en el juicio de la doctora Bloom, pero era claro que no iría. Esbozó una sonrisa forzada cuando ella le extendió un pedazo de papel con el teléfono del doctor Hannibal Lecter.

—Si decides asistir, yo misma hablaré con el Jefe de Ciencias del Comportamiento para que puedas pagar las consultas.

—En tal caso me asignarían a un psiquiatra del Buró.

—Lo sé, pero es mejor que sea alguien externo.

—¿Por todo lo que se habla de mí?

Alana no respondió, miró su reloj de pulsera y se disculpó, tenía algunos asuntos que tratar con su superior inmediato Jack Crawford, a quien Will había conocido un mes antes en la inauguración de la exposición de Mentes Perversas en el museo del instituto Smithsonian en Washington.

Will se quedó ahí solo en su salón de clases, arrugó el papel con el contacto del psiquiatra y lo metió en uno de sus bolsillos sin darle importancia.


EternidadWhere stories live. Discover now