5• No muerdo ¿Sabes?

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Me froté varias veces las sienes cuando me descubrí pasando olímpicamente de la película, y seguidamente  la pausé con aire extenuado. Ni siquiera debía estar viendo películas en casa; mi deber era hacer un trabajo de Biología, sin ninguna pareja porque mi amiga me había abandonado, y no creía que Gregori el pestes fuese a ser un buen ambientador para casa. Si seguía estando en biología más tiempo a su lado, me vería seriamente obligada a regalarle un ambientador.

«No has parado la película porque simplemente quieras hacer el trabajo; lo harás el día de antes, la noche previa como siempre. No intentes engañarte, soy tu conciencia y te conozco demasiado.»

En realidad tenía toda la razón del mundo.

Al llegar a la cocina, noté una pequeña nota pegada en los azulejos que se movía a la par del viento que se colaba por la rendija de la ventana y en la que se podía distinguir con letras mayúsculas la frase: TIRAR LA BASURA. Con un jadeo de desesperación anudo la bolsa de forma rápida, y cierro la ventana para que no se cuele todo el aire dentro de la cocina.

Acto seguido de poner un pie sobre el asfalto y otro sobre el primer escalón de las escaleras exteriores cierro la puerta, y en apenas los diez segundos continuos me palmeo la frente repetidas veces.

«¡Las llaves joder!»

«Ya se te podría haber olvidado el cerebro dentro... Le das mucha menos utilidad.»

Pongo los ojos en blanco, por la conversación interna tan absurda que estaba comenzando a tener con mi consciencia, y con toda la seguridad que me es posible intento afrontar la situación con serenidad.

No pasan ni cerca de dos minutos, cuando estoy con la cabeza dentro del cubo de basura, evitando a toda costa que alguien me observe llorar. Tengo tanta pena de mí misma que no soy meramente consciente del tiempo que he malgastado lamentándome hasta que descubro que no estoy sola.

—Bonito pijama

Con los ojos abiertos como platos, y soltando un grito ahogado miro hacia todos lados, buscando a la persona de la que provienen esas palabras con un significado tan ambiguo. Es decir, el pijama en cuestión es feo, pero a un perturbado mental que se pasea a las doce de la noche, sin nada más que hacer, salvo acosar a adolescentes podría resultarle atractivo.

—Vete si no quieres pelea. Soy muy agresiva, y tengo un espray de pimienta capaz de matar a una manada de elefantes.

Saco la cabeza del cubo de basura intentando sentirme segura de mis palabras —por muy estúpidas que hubiesen sonado—, y con ambas manos, comienzo a fingir tantear mis bolsillos en busca del spray imaginario. Mi vida resulta tan patética, que prefiero ahorrarme las carcajadas y burlas hacia mi propia persona.

Lo peor de todo, es que más tarde caigo en la cuenta de que yo no podría matar ni a una mosca sin sentirme culpable.

Escucho leves carcajadas bastante varoniles, y una parte de mí se desconcierta un poco. No sé si se ríe porque él también encuentra mis palabras estúpidas, o porque simplemente esta noche no voy a llegar sana y salva a mi cama —aunque teniendo en cuenta que no tengo llaves lo veo difícil— pero de cualquier forma mi orgullo como mujer se siente un poco aplastado y fuera de lugar.

El tipo se mueve bajo la ténue luz de la farola que me está alumbrando, y entonces, reconozco sus facciones achinadas y su sonrisa ladeada; mi vecino. No puedo evitar pensar que aunque suene estúpido, preferiría que hubiese sido alguna clase de loco. La vergüenza que estoy sintiendo en estos mismos momentos es nefasta.

«Te has superado respecto a tú nivel de pateticismo»

—¡Me has asustado! —grito histérica—. ¡No puedes ir por la vida dándole estos sustos a las per...! —me tapa la boca.

—Si sigues gritando de esa forma vas a despertar a todo el vecindario.

Le muerdo la mano, cargando toda mi rabia en el mordisco, y su mano por instinto deja de prohibirme el habla.

—No soy una niña pequeña. Sé cuidarme sola.

«En realidad no»

—No sabes cuidarte sola; estás en la calle sin llaves, y ni siquiera llevas contigo un spray de pimienta.

Abro los ojos un poco confusa por su aclaración y después comienzo a pesar como sabe todo eso. ¿Acaso me ha estado espiando?

—¿Como sabes eso? —Mi timbre de voz desconcertante y curiosa parece alarmar algo en él. Lo noto porque su mandíbula se desencaja levemente; finalmente se recompone y vuelve a hablar con total naturalidad.

Se encoje de hombros levemente, y después me observa analizándome como una máquina con datos previos.

Creo que ambos conocemos demasiado los puntos débiles de otro.

—Te oí maldecir desde mi casa y pensé que necesitabas ayuda; sólo eso. Y ahora sé con certeza que no tienes llaves porque lo acabas de admitir—. Toma una breve respiración y después me observa los pantalones cortos del pijama; una parte de mí se siente muy incómoda—. No tienes bolsillos, así que supongo que no tienes un spray de pimienta antivioladores.

—Tiene sentido...

No sé qué más decir, así que opto por mantenerme callada, y esperar el momento en el que él se disponga a hablar. Eso no pasa, y como el silencio que se ha formado me pone muy incómoda, me veo obligada a retomar una conversación que si soy sincera, no tengo ganas de comenzar.

—Ethan. —Sentir sus ojos puestos en los míos, me incentiva a hablar—. Siento mucho lo que pasó con tu coche. Puedo pagarlo, de verdad que no me importa. Solo...

Con una sonrisa burlesca me corta.

—Sé que fue Thalia. Os vi desde mi ventana, pero estaba buscando una excusa para hablarte, y esta me pareció la ideal.

No me podía creer que hubiese dicho eso.

—Se hace tarde —respondo dirigiendo la vista hacia mi muñeca dónde se supone que debería llevar un reloj que ahora no llevo. Me mira claramente sorprendido por mis pésimos dotes a la hora de mentir, y después me agarra con firmeza del brazo.

—Vale, eso ha sonado bastante raro. Quería decir, que creo que te debo un favor por ese interrogatorio innecesario, y te estoy ofreciendo mi casa; mi cama.

Espera... ¿qué? No podía estar hablando en serio. No debía estar hablando en serio.

—Ethan, no creo que este sea el momento ideal... Es decir, ¡nos conocemos desde pequeños! Podría llegar a ser muy violento, ¿no crees?

—¿Qué? —Su voz parece muy confusa, y realmente estoy comenzando a tener miedo. Al rato parece comprender a qué me refiero y caigo en la cuenta de que está situación de por sí ya está resultando ser demasiado incómoda—. Claro Amy; a dormir; mi cama. Te recuerdo que no tienes llaves y hace un frío garrafal. No muerdo, ¿sabes?

Sonrío siendo consciente de que he sido yo la que ha trasgiversado sus palabras a mayores, y con un gesto de asentimiento bastante despreocupado asiento.

Una parte de mí se siente segura o al menos intenta parecerlo; mientras que otra simplemente está siendo consciente del lío en el que va a estar metida mañana por la mañana cuando mis padres entren en casa y no me encuentren allí. Sola, ebria y sin chicos.

Quinto capítulo.
[editado y corregido]

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